Tristes. Teatro Quique San Francisco.

Somos unos tristes” En esta reseña no consultaré la RAE con la tristeza, ni miraré citas ni reflexiones filosóficas sobre la melancolía que tantos autores y autoras han tratado a lo largo de la historia; ni siquiera buscaré información sobre la soledad en mitos de distintas culturas y como la afrontan según esa herencia cultural. Me centraré en la tristeza mundana, la del día a día, la que a todos nos afecta, la que nos muestran estos cuatro jóvenes actores sobre un escenario desnudo, triste también, pero tan adecuado



Al llegar, nos reciben hablando, reflexionando sobre la obra, sobre lo que van a mostrarnos en esos 70 minutos vertiginosos , en esa hora y algo de reflexión, miradas, silencios, ironías, crítica y sensaciones. Aunque ya les adelanto que no salimos tristes del San Francisco. Y sin urgencias, aunque esta obra se enmarca en Teatro Urgente, un proyecto de investigación teatral residente en esta sala, donde se nos invita a embarcarnos en este trajín creativo que tanto agradecen nuestras almas. Yo por si acaso me dejé acompañar a la sala por Alegría, que disertó de manera acertada y maravillosa sobre el devenir de la obra, y a la que agradezco su complicidad en esta tarde soleada por los madriles veraniegos, tan idóneos para acudir al teatro. 

No sé muy bien cómo argumentar lo que van a ver. Como explicar esta pieza, contemporánea, emotiva, experimental. Sufrida. Cuatro jóvenes se preguntan el origen triste y melancólico de nuestras vidas, sin victimismos, con ternura, con autocrítica, con humor. Historias que se entrelazan con un denominador común: la tristeza de este nuestro primer mundo. Como ellos mismos dicen, quieren darnos un sitio en su tristeza. Una investigación en toda regla, que a base de disertaciones, conversaciones y matices, nos muestra un compendio muy íntimo sobre nuestra manera de pensar y sentir. Sobre nuestras vidas, donde todos necesitamos ser “especial para los demás” en esta nuestra inestabilidad constante de nuestros días.


En esta continua fragilidad. Acomodémonos pues, que el montaje promete. Cira, Diego, Alberto y Raquel. Cuatro jóvenes bajo la mirada demoledora de Saturno. Del colosal planeta, tan presente en nuestra tierra. Planeta que nos para los pies, que nos recuerda anillo tras anillo sobre las cosas pendientes, esas que no hemos hecho; esas que nos cuesta hacer. Aquí sí, una mirada al cielo. A un dibujo que se va forjando. Atentos. El cielo y la tierra se casaron, y tuvieron dos hijos, Titán y el tiempo, al que se llamaron Saturno. El Universo pertenecía a Titán, al ser el primogénito, pero por mediación de la Tierra, este imperio se lo pasó a Saturno, con una condición: no había de criar a ningún hijo varón. Saturno se casó con Cibeles, sí, la de la fuente, y cuando tenían algún hijo varón, Saturno lo engullía cual merengue (curiosa la analogía futbolera). En una ocasión Cibeles tuvo mellizos. Escondió al varón y solo enseñó a Saturno la niña. Pero claro, Titán, el hermano de Saturno, se enteró que el niño existía. 

Este niño era Júpiter, y le declaró la guerra a su hermano, a quien venció y puso preso. Júpiter cuando creció, liberó a su padre y exterminó a su tío Titán. Saturno fue desterrado del Olimpo, ya que fue también perseguido por su hijo. A Saturno lo representan como un viejo alado, para simbolizar lo deprisa que pasa el tiempo, con un reloj de arena en una mano y una hoz, con la que va segando las cosas a las que ya ha dado existencia, como somos nosotros, como son Cira, Diego, Alberto y Raquel, nuestros cuatro actores que nos esperan en ese desnudo escenario, tan desolador y acogedor como la tristeza



Y siguiendo con la alegoría, hablaremos de estos cuatro personajes tan humanos y cercanos que nos han invitado a este viaje vital e interior. Diego Vélez, como el AIRE, como un personaje obsesivo, recurrente, mental que acude al intelecto para huir de lo que siente, de esa tristeza que le pesa y con la que se regodea, de la que quiere huir pero mañana, no hoy, de la piel que no se puede desprender. De esa añoranza del pasado como una idealización que va forjando sin querer nuestra propia identidad. Diego nos conquista desde el principio, desde esa lectura en el parque, desde esa visión con la que nos mimetizamos rápidamente, a la que comprendemos tanto porque todos la hemos vivido en nuestras carnes. Diego nos transmite ese desequilibrio interno donde uno no sabe dónde se halla, y donde aparentemente mostramos la cara amable del dolor, la compasión y la pena. Diego se apoya también en el sarcasmo, que le ayuda a escapar de esa tranquilidad encubierta para no pensar. Para sentir poquito. “Es que hay que ser gilipollas para llamar Leteo a una discoteca“. 


Su mejor amiga, Cira Escanio sería la artista, el AGUA, el arte como evasión, como sentimiento de fuga, como expresión de la tristeza desde diferentes escenarios, y como lo borda Cira, como nos lo hace sentir, como la comprendemos y como la sentimos real, como esa amiga incondicional con sus propias contradicciones y su propia necesidad de ser soportada también. Un magnífico trabajo en escena lleno de emoción y creatividad. “Soy una adicta a la melancolía”. 

Raquel Vicente es la TIERRA, la enfermera que nos cuida, que busca por encima de todo la practicidad, la comodidad, atada por ese Saturno que nos vigila. Esa seguridad que nos lleva también a huir de la sensación intensa de la soledad, del miedo. “No soporto que se aceleren las cosas. “ Esa conciencia que nos persigue, implacable, ambigua, cruel en ocasiones, de la que no queremos tampoco salir, ya que sin ella no somos nadie. Raquel nos muestra ese proceso interno, esa sensación frágil y cálida a la vez, donde estamos a gustito sin hacer demasiadas locuras. Tranquilidad por encima de todo, aunque sea cruzando el charco. Huida hacia delante. 


Y la cuarta pata de esta metafórico banco, Alberto Fonseca, el cuarto elemento, que no el quinto como el señor Willis. Alberto como el FUEGO, el iniciador, el proyectista, el mentor. El actor, dramaturgo y director de todo esto. El salvador, el que rescata y anhela ser rescatado. La dualidad entre la psique y el dinero, entre la ayuda que necesita y la carencia que tiene. Su sencillez nos conmueve, nos hace reflexionar con este curioso texto, tan liviano y profundo que nos acojona y divierte, nos seduce y nos provoca a partes iguales. “No quiero dejar de ser triste”. 

Cuatro sillas, cuatro rostros, cuatro cerebros, cuatro almas y cuatro corazones nos han hecho sentarnos largamente a pensar en todo esto, en la cañita posterior o al día siguiente en nuestro destino vacacional. Nos han hecho sentir, pensar, reír, sufrir, mirarnos dentro. Soñar también, y todo en esta apacible tarde de verano. ¿Se puede pedir más? Vengan a ser tristes también. Arriba la tristeza coño. Vengan al teatro, vivan la cultura. Cada vez más segura.

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Teatro: Teatro Quique San Francisco
Dirección: Calle Galileo 39.
Fechas: Del 29 de Junio al 3 de Julio. De Miércoles a Domingo a las 19:00. 
Entradas: Desde 16€ en teatroquiquesanfrancisco


FICHA ARTÍSTICA:

Dramaturgia y dirección: Alberto Fonseca
Reparto: Cira Ascanio, Raquel Vicente, Diego Vélez y Alberto Fonseca
Diseño artístico: Miguel Agramonte
Ayudante dirección: Carmen Quismondo
Redes sociales: Alicia Jerez
Fotografía: Cira Ascanio y Diego Vélez

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