Las despedidas duelen, se quedan enquistadas en nuestro corazón y hay que dejarlas cicatrizar como a una herida profunda. Existen relaciones mal resueltas, inacabadas, a las que no se les ha dado el cierre adecuado, y se repiten en el tiempo como quien gira en un tiovivo. Dos personas, dos mundos que se van entrelazando a lo largo de los años para dejar muescas que nos van perforando, que nos obligan a volver, a buscar de nuevo esa mirada, ya sea de unos ojos o a través del objetivo de la cámara. Es difícil despedirse, pero hay que hacerlo para poder seguir viviendo.
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