Dicen que nuestro cuerpo está lleno de
teatro. Y de teatro está repleto ese bar reconstruido que puede, cual vestigio
cuántico, visitarse durante estos dos meses en la sala pequeña del Maria Guerrero. En
él como si de despojos del texto de Segismundo se tratase, se dan encuentro
ficciones, encarnaciones y público. Y es al recuerdo de este último hacia el
que se dirige el dardo del dramaturgo José Ramón Fernández.
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