Hoy en día, el teatro se redefine constantemente y hay que agradecer a quienes siguen trabajando por amor al arte, en medio de un mar de papeleo, sin apenas ayudas para las investigaciones y subvenciones que acaban siempre en los mismos puertos.
La tecnología digital está cambiando la forma en que se consume el teatro. Las transmisiones en vivo, las grabaciones y las producciones digitales están abriendo nuevas posibilidades. ¿Pero son solo posibilidades?, ¿o ha llegado el fin de la presencialidad, de este arte vivo que es nuestro querido teatro?
Hay quien dice que el teatro está muriendo. Que no se adapta, que no conecta con los jóvenes, que se ha quedado atrás. Pero ¿cómo seducir a un público que creció con TikTok para que se siente dos horas en una butaca? Esto plantea un desafío para un arte que se basa en la presencia sin filtros, el silencio compartido, la duración, en apagar el teléfono móvil.
“No somos contenido. Somos acto”, decía una actriz en el hall de la Cuarta Pared. Ese es el núcleo: no hay storytelling, hay historia viva, la verdad no cabe en un trending topic.
Mientras haya alguien dispuesto a sentarse en una butaca, habrá teatro. Las compañías emergentes siguen empujando desde los márgenes, sin luces, ni prensa, actuando en salas para cuatro personas (sin que esto suene heroico, ni romántico). Es un lujo insostenible y sin embargo, se hace, porque en medio del ruido de hashtags hay una certeza, las tablas crujen pero resistimos.
“¿El futuro del teatro podrá ser, algún día, simplemente hacer teatro?”, preguntaba al final del primer artículo. Rotundamente ¡NO!
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Artículo escrito por Laura Balo.