Un tranvía llamado deseo. Teatro Español


Con espectadores aplaudiendo en pie sigue rodando “Un tranvía llamado deseo” de Tennesse Williams en el Teatro Español hasta el 27 de julio. Y no es para menos teniendo en cuenta el elenco elegido y la seriedad de la propuesta. Muy apropiada para esta canícula que nos aplasta cada vez más, verano tras verano, y así sucesivamente…


Estrenada en 1947 y llevada al cine por el mismo Elia Kazan en 1951 sobra recordar de quien estamos hablando, uno de los más grandes y uno de sus textos fetiches. Con él se revolucionó la dramaturgia, el cine y se alzó Marlon Brando a la cima del celuloide. Williams creó una manera de hacer y de mirar con la que nada en la escena volvió a ser lo mismo. No lo digo sólo yo, lo dicen todos los que saben. Teatro de culto y obra capital del siglo XX y de la literatura mundial.



Y es universal el conflicto que viaja en ese tranvía infinito y pendular entre la fantasía y la realidad. Como lo es también el ojo clínico con el que Tennessee Williams nos presenta a sus personajes y, a la vez, nos ofrece una terapia no resuelta en la que nos vemos envueltos de un modo u otro. La escenografía estrecha y agobiante, precisamente construida (Ricardo Sánchez Cuerda), pieza esencial de la trama, es un espejo y un pasadizo a la vez, un mercadillo de pasiones, de secretos y fracasos puestos a la vista. Todo da vueltas y parece repetirse pero, pese al previsible final, mantiene un extraño halo de misterio.



La profundidad que alcanza Tennessee en el conocimiento de la naturaleza humana tiene claros referentes autobiográficos: su padre era alcohólico como él, su hermana Rose acabó en un psiquiátrico, como la protagonista, su novio tenía brotes de cólera como Kowalsky y hasta él mismo era carne de diván, pero esta colección de perdedores al pasar por la mirada de Williams parecen monumentos.

Lo interesante, en este caso, era ver qué nuevo punto de vista nos iban a ofrecer de unos personajes gigantescos que no han dejado de crecer durante 75 años. Esta versión puede suponer un nuevo descubrimiento.



David Serrano, director y adaptador, ha pretendido no separarse del autor. Él mismo lo ha confesado. Se asoma a la violencia y el machismo ancestral, pero siendo fiel a la época. Y creo que acierta. No hay relectura de los personajes, permanecen en el originalantes del shock que supuso la película de Kazan. Es imposible no compararse con ella. No lo hagan, si son capaces. Nuestro Kowalsky no es Marlon Brando ni lo pretende. Blanche está loca e infantilizada desde el primer momento y la tensión sexual que surge parece posponerse para atenuar su descompensado romanticismo. No es amor lo que sienten el uno por el otro, no sabemos lo que es. 

Lo que si pasa es que se estrellan irremediablemente viniendo cada cual de las antípodas en este terrible triángulo amoroso al borde del abismo y de la deshidratación. 



Blanche (Nathalie poza) llega rota, sola y arruinada a casa de su hermana, Stella (María Vázquez), para romper el frágil equilibrio de su matrimonio y de una vida sin grandes aspiraciones, más allá de su pareja y lo de siempre. Blanche parece una maldición quijotesca, encaramada por sistema en el conflicto. Es rara, nos saca de quicio, casi tanto como a Kowalsky, pero es la única que consigue que pase algo, que los demás se muevan. Aunque, aparentemente, se han conformado ya con lo que tienen. Stella y Kowalsky se quieren, se gustan y ya está. Una pareja “feliz”.

Señalada y señalándose, Blanche exhibe su locura, incompatible con la rutina. Es el único refugio contra la mediocridad de su existencia, la única forma de escapar, pero todo es mentira en medio de sus fábulas…o casi. La visión refinada y distinguida de la vida se convierten en falsos burladeros contra la vejez, la soledad, la miseria, la esquivez de la muerte, el desencanto…



Stanley Kowalski (Pablo Derqui), el marido de Stella, maltratador esporádico, bebedor habitual, representa la fuerza viril y desatada. Blanche lo mira como a un animal. Pero no es tonto, para nada. Descubre muy pronto a su antagonista.  El uno es todo lo contrario que la otra, o quizás no tanto porque se buscan. El choque con Blanche está servido, es lo que hemos venido a ver. Drama puro incrustado en la derrota de lo cotidiano, la vida sin más, brutal y sudorosa frente a la delicada Blanche y su empeño en volverlo todo extraordinario.

Y ha funcionado. Era muy difícil no hacer una Blanche sobreactuada, sin sobreactuarse y así ha sido, aunque deja poco resquicio a la tenue lucidez de su personaje. El juego cervantino entre la verdad y la neurosis aparece aquí resuelto desde el principio. Blanche siempre está loca. Pero la interpretación de Nathalie Poza nos transporta a esa figura de forma conmovedora y sutil. Me la creo.



            También era muy complicado alejar la sombra de Marlon Brando en Kowalsky sin acabar parodiando al mito. Y no lo ha hecho.  El propio Brando levantó en el cine una versión arrolladora y personal que quizás sobrepaso al personaje original, aunque fuera sublime. Pablo Derqui ha construido a Kowalski desde su verdad, y nos lo ha hecho creíble. El resultado es muy honesto y su inspiración también. La tensión sexual de los protagonistas queda latente pero no tan marcada como en el film hasta convertirse más en una agresión que en la resolución de un clímax erótico.

Los otros actores han gozado y sabido estar metidos en ese tranvía, sin parecer secundarios. María Vázquez, Stella, encarna el polo opuesto de su hermana, hace la vida sencilla y noble porque no le replica nada, intenta adaptarse a unas y a otros. Jorge Usón, Harold Michell, pretendiente de Blanche, es un buen hombre, de su tiempo, demasiado y demasiado poco para Blanche, una ilusión fugaz, una desesperada esperanza…el resto son vecinos perfectamente engranados en el mecano, lo hacen bien, el tranvía pasa por encima de ellos sin que se inmuten. Es algo universal, que sucede todos los días en muchos lugares y al mismo tiempo.  

Lo demás aparece exquisitamente ajustado a las exigencias de un espacio y atmósfera saturados, a punto de estallar desde un comienzo, que se va cociendo lentamente. Los raíles del tranvía nos aprisionan como barrotes por el único sitio al que no podemos llegar. El lugar donde habitan los sueños y los vencedores. Lo demás son círculos concéntricos sin salida. Todos son perdedores. Nadie escapa salvo la locura. El espacio es otro personaje. ¡Qué buena idea la de clavar en el techo los raíles!

Música discreta (Luis Miguel Cobo), pero levemente cinematográfica, la justa para subrayar las neuras que crecen dentro de las cabezas.  La luz y el atrezzo de la casa recuerdan mucho a la textura de la película. Lo digo como algo meritorio. Todo encaminado a un final anunciado donde la tragedia es, simplemente, la vuelta a la realidad.



Y quería hablarles del agua en el desenlace de la representación. Ese efecto sorprendente del agua cayendo en forma de lluvia repentina invadiéndolo todo desde los raíles clavados en el techo. Me pregunto que podría ser el agua para este tranvía y para cada uno de sus personajes en ese momento…y para nosotros incluso. Parece la ruptura de fluidos en un paritorio, el estallido del sudor, la metáfora asfixiante de una libertad imposible que primero nos empapa para dejarnos con la sed en los labios. Tampoco lo sé. El agua cae por todas partes. Casi moja al público, o eso nos hubiera gustado. Toda la obra parece un transito permanente de torrentes que terminan por descarrilar….


 


Me temo que deben intentar volver a subirse a este tranvía igual que al de hace tantos años, pero de otra forma. No se trata en este caso de hacer lo mismo…Cada pase es diferente. Lo dicen los actores.

         Da igual que hayan visto la película una y otra vez, no importa que conozcan el final, que se hayan leído el texto o hasta que se lo sepan de memoria…





-----------------------------------------------------------------------------

TeatroTeatro EspañolSala Principal.
Dirección: Plaza de Santa Ana. Calle Príncipe 25.
Fechas: Del 12 de Junio al 27 de Julio. De Martes a Domingos a las 19:00, salvo Domingo 27 que la función será a las 18:00.
Duración: 180 minutos, con descanso.
Función accesible: Viernes 4 de Junio.
Entradas: Desde 6€ en Teatro Español. Programa de mano.

Ficha artística

Autor: Tennesse Williams
Dirección y adaptación: David Serrano

Reparto:

Blanche Dubois: Nathalie Poza

Stanley Kowalski: Pablo Derqui

Stella Kowalski: María Vázquez

Eunice Hubbel: Carmen Barrantes

Harold Mitchell: Jorge Usón

Pablo: Rómulo Assereto

Steve: Mario Alonso

Joven: Carlos Carracedo

 

Diseño de espacio escénico: Ricardo Sánchez Cuerda

Diseño de vestuario: Ana Llena

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Diseño de espacio sonoro: Luis Miguel Cobo

Movimiento escénico: Carla Diego Luque

Ayudante de dirección: Montse Tixé

Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas

Una producción de Producciones AbuMilonga Producciones, La Casa Roja Producciones, Teatro Picadero y Gosua