Adaptación teatral de la novela de la “premio nobel” de literatura 2024 otorgado a la surcoreana Han Kang, a cargo Daria Deflorian y Francesca Marciano, italianas, en el Teatro María Guerrero. Con sólo cuatro representaciones y sin tiempo apenas para el “boca a boca”, pero con una gran expectación que mostró el teatro lleno en el estreno. Yo no he leído la novela e iba tal cual sin elementos previos de juicio.
Era complicado crear una atmósfera agobiante, pasiva, lenta,
donde la rutina insuperable de una vida sin más lo condicionara todo. Tampoco
debió resultar sencillo trasladar la novela, y una tan intimista como esta, al
teatro. El montaje de Daria, que también
actúa, como la interpretación de Monica
Piseddu Inhye y Francesca lo ha
conseguido, y la actuación del resto de las actrices y actores también sin
apenas dejarnos mover del asiento. Pero ha sido difícil de ver, difícil de
empatizar y eso que se han utilizado recursos narrativos adaptados al teatro
con sutil finura, como acotaciones temporales que volvían liquido el tiempo,
circular. La propia dinámica del conflicto es incómoda y nos llega a los
espectadores ese malestar. Me ha gustado la experiencia de teatro subtitulado,
en este caso del italiano, con esa sonoridad deliciosa para mí. Me parece un
idioma muy sugerente. Esa sensación de movimiento contenido, de quietud tensa y
decadente que evoca el mundo oriental de donde procede la novela se plasma en
el escenario.
El conflicto y desencadenante de todo, la decisión de
Yeonghye (Monica Piseddu) de hacerse
vegetariana, porque ha tenido un sueño, conduce a su familia, marido, hermana y
“cuñao”, a un lento descenso a los infiernos, sobre todo hierático, pero al
mismo tiempo repentino. Quizás más que un descenso se haya tratado de un viaje en espiral, muy propio de aquellas tierras del lejano Oriente, porque ya estaban
en ellos todos los ingredientes de una existencia mediocre, sin sentido, aunque
anestesiados por un cierto equilibrio rutinario. Cuántas familias habrá así en
el mundo, sin ir más lejos. El conflicto les obliga a plantearse preguntas que
rompen esa estabilidad y ya no pueden detenerse. Todo parecía ir bien hasta ese momento. Sin embargo, el derrumbe
hubiera sucedido de un modo u otro y sirve quizás de acicate para que afloren
las contradicciones profundas de las relaciones entre ellos, sus ocultas pasiones,
inconfesables o no, pero que empiezan a fluir ya sin continencia. Un clásico.
Pero, en realidad, la rutina se mantiene tras el cataclismo vegetariano y su empacho de vacío adaptándose a la nueva realidad. Llegará un desenlace previsible y todo seguirá
igual. O quizás no porque las cuestiones pendientes se quedan en el aire. Se
nos ofrecen. Parece un encierro escultural en algo así como una ciudad fantasma
o la sala de espera de un psiquiátrico. Pocas palabras dichas y muchas pensadas
recuperando el estilo en primera persona de la novela, en cada acto de alguien
diferente. Quietud, distancias y penumbras, teatro modelado, conceptual, que me
recuerda al “Cielo sobre Berlín” de Win
Wenders donde se daba la voz al pensamiento.
Quizás lo más personal de la versión teatral de la obra de Han Kang no sea lo que sucede sino como
sucede y nos lo cuentan. El texto es muy lírico, por momentos hermoso. Para ser
leído. Pretende ser un viaje interior basado en los silencios. Unos silencios
cargados de contenidos inacabados, repetidos, donde conviene destacar la
calidad de la interpretación de los cuatro. Monica Piseddu, la vegetariana, Daria Deflorian, su hermana, Gabriele
Portoghese, su marido y Paolo Musio,
su cuñado. Impecable. Completamente sumergidos en sus personajes que han
construido tras un proceso que se adivina largo y que los tiene de gira por
varias ciudades europeas. No se les puede pedir más. La soledad de los
protagonistas está siempre latente, no interactúan sin salir de su
ensimismamiento, ni directa ni temporalmente. Su conexión está fragmentada,
sujeta a pausas y alejamientos insuperables. Cada contacto parece un choque, un
estallido.
Como experimento es una apuesta generosa y loable. Pero difícil.
Es lo que se estaba buscando. Todo resulta ajeno y distante, cargado de
incomunicación. En Corea parece que la vida sea una inmensa red que se sumerge
en el abismo, como la famosa escena de Parásitos
(Bong Joon-ho. 2019) en la que en mitad de una lluvia torrencial se corre
con ella ciudad abajo. En este caso no vas al teatro a reírte sino a pensar y a
masticar oscuras emociones con aroma a callejón sin salida. También eso es
teatro. Y probablemente del bueno. Invita a un debate posterior. Como en la obra
a cada cual le habrá inspirado una cosa diferente. Teatro para pensártelo dos
veces.
Y quiero destacar aquí
el que ha sido para mí, el momento más bello de la representación, visualmente
al menos, que es cuando con un proyector de opacos ilumina el cuerpo desnudo de
Yeonghye (Monica Piseddu) y el cuñado (Paolo
Musio), artista frustrado, pinta sobre la lámina de luz que se refleja en
su cuerpo, a ella no la toca, pero da rienda suelta a su deseo reprimido, con
azules y rojos de la mayor sensualidad y erotismo. Delicadísimo y muy
coreográfico. Cada cual ocupa su lugar entre las sombras y una luz suave. Una
performance que evoca el Body Art de
las búsquedas artísticas del siglo pasado, pero con un exquisito gusto. Una
obsesión sexual e infidelidad del cuñado de la protagonista que contemplan o
adivinan los afectados como si formaran parte de ella, anclados en la fantasía
o el dolor. Estéticamente muy bella
En fin, es una creación sobre la toxicidad emocional, sobre
el derrumbe imposible de los clichés sociales, el absurdo de la vida, sus
rutinas que, aunque cambien, no se rompen después de una decisión radical
cercana a la locura. Laberintos casi inmóviles que van instalándose en el
espectador para trasladarlo al desasosiego.
¿Qué hacer con él? Esa es la cuestión.
-----------------------------------------------------------------------------
EQUIPO
De
Han Kang
Adaptación
Daria Deflorian y Francesca Marciano
Dirección
Daria Deflorian
Reparto y colaboración en la creación
Daria Deflorian, Paolo Musio, Monica Piseddu y Gabriele Portoghese
Escenografía
Daniele Spanò
Iluminación
Giulia Pastore
Vestuario
Metella Raboni
Sonido
Emanuele Pontecorvo
Ayudante de dirección
Andrea Pizzalis
Colaboración artística
Lisetta Buccellato
Colaboración con el proyecto
Attilio Scarpellini
Asesoría dramatúrgica
Eric Vautrin
Dirección técnica
Lorenzo Martinelli y Micol Giovanelli
Diseño de cartel
Emilio Lorente
Producción
INDEX con Emilia Romagna Teatro ERT / Teatro Nazionale, La Fabbrica dell’Attore – Teatro Vascello con Romaeuropa Festival, TPE – Teatro Piemonte Europa, Triennale Milano Teatro, Odéon–Théâtre de l'Europe, Festival d’Automne de París y Théâtre Garonne, scène européenne – Toulouse
Con la colaboración de
ATCL / Spazio Rossellini e Istituto Culturale Coreano en Italia
Con el apoyo de
MiC – Ministero della Cultura