Era allá, por aquel entonces, a finales del XVII cuando
Molière creó su última comedia. El
Enfermo Imaginario.
Un potentado
aristócrata francés, Argán, hipocondríaco a mas no poder, se dirime entre sus
enfermedades varias, entre los intereses de varios médicos, mientras busca
casorio para su hija, hija que lo busca por otro lado, su mujer se desvive en
sus cuidados, a él y a otros, y su criada, mas su guía que criada, realiza sus
tejemanejes para que los cauces sigan por donde deben ir. Comedia en tres actos
deliciosa.
Numerosas imágenes, canciones, conversaciones, miradas,
reproches, enfados, muecas, sonidos… me vienen a la memoria después de ver la
obra en el Galileo. Por fin un espacio
donde dan cabida a las opiniones adolescentes, un espacio para hablar de sexo,
sexualidad, sexología, sin tapujos, sin incomodidades, sin miedos…
Joder, ¿pero qué pasa? Nos dice Sara, o Antonio, o Antonio en el cuerpo
de Sara, o Sara en el cuerpo de Antonio. Feliz o infeliz pareja que lleva 10, o
6, o 12 años de relación cotidiana y mundana que tras una noche intensa ( que
no de sexo ) se despiertan una mañana con una gran sorpresa en su avatar
cotidiano; y a partir de ahí…
Gracias.Al acabar el espectáculo la palabra que resonaba en mis mandíbulas, poco
acostumbradas ya al noble arte de reírse en estos tiempos convulsos, era esta.
Gracias. Gracias chicas. Gracias actrices. Gracias artistas. Gracias por estas
dos horas. Gracias por reivindicar con humor derechos, responsabilidades y
mitos, aún no caducos en esta nuestra sociedad tan convulsa también, por
extraño que parezca.
Entre
cartones, papeles desparramados, un catre a medio hacer y un absoluto desorden,
se presenta el refugio de un escritor venido a menos. Será entrevistado por una extraña periodista que intentará bucear en
su inspiración para volver a dársela. Dramón González en esencia pura.
Macbeth ha matado
al sueño. Extraños personajes pueblan el escenario. Un rojo intenso lo tiñe.
Gaviotas de fondo. Inverness, Inverness, Inverness... y su castillo. Y su piano,
que nos invita a Inverness, con sus notas cortantes, duras, invernales, como
Inverness. Vamos a Inverness.
Desde una madrugada
de un mes de septiembre de un año a mediados de un siglo ( el XIX) hasta una
mañana de un día de un mes, también de septiembre , de un año a principios de
otro siglo ( el XXI, el nuestro, pandemias aparte ) este montaje nos cuenta la
historia de una familia , y a través de ella, la historia económica, moral y
social de un país, léase los States, y por ende, del mundo capitalista (muy
recomendable para cualquier profesor de Historia Contemporánea).
Apurando los
últimos coletazos veraniegos y los no confinamientos de momentos en esta
nuestra maltratada comunidad por el virus y por nuestros políticos y políticas,
acudimos al Galileo, a su magnífica terraza a esta locura teatral. Con tiempo.
Parece
que la vuelta es un hecho. Y parece también que el dichoso virus que nos lleva
por estos derroteros tan inciertos, o los saltos temporales están en boga en
esta nuestra sociedad, a veces tan absurda, a veces tan sin saber para dónde
ir.
Susurros
en la campiña inglesa. Entre la niebla. Ocho rostros fijos nos miran. ¿Qué nos
dirán? La sombra de Lear aparece. El trono. El miedo. La música se eleva. Todos
se postran ante el anciano rey, cual cuadro tenebrista del Prado. Nos miran,
nos observan. La luz lo inunda todo. Aparece Shakespeare en estado puro.
Comienza la función… Así nos recibe el Rey Lear, monarca que quiere repartir
toda su fortuna entre sus amadas hijas, a partes iguales. Pero con una pregunta
directa y sincera: ¿ Quién de vosotras me quiere más ? ¿ Quién está dispuesta a
quererme más que las demás? Con este arranque inicia una de las obras más
conocidas del gran dramaturgo inglés que la Compañía Atalaya nos trae al Fernán
Gómez.
Engaños,
farsas, lealtades y deslealtades , traiciones, justicia, hipocresía. Tragedia
en estado puro. Luces y sombras para un anciano rey, cegado por las palabras,
ligeras como el viento, y los halagos, cambiantes como la brisa del trigo verde
en verano. Y la naturaleza presente en toda la obra. “ La naturaleza ha
enloquecido” , ¿ el rey enloquecerá? ¿ sus hijas? ¿ los bastardos se revelarán
ante sus padres? ¿ Padres e hijos se reconocerán? Alianzas , libertades y
condenas en un devenir dramático , a golpe de banco y timbal. De tormentas calladas
en torbellinos hilarantes ante lo que se pierde. De Cenicientas sin final
feliz, ni príncipes de colores.
“
La libertad está fuera, y aquí se muere el tiempo”. Pero antes de nada,
permítanme referirme al montaje del rey. Este centro de investigación teatral
hace honor a su nombre. Despliega ante el espectador un juego coral donde nos
embauca desde antes de empezar, con ese ornamento propio de los grandes.
Escenarios móviles combinados con acierto, La imagen al poder a golpe de tacón,
de sonidos, de movimientos simétricos perfectamente trazados para ofrecernos
escenarios desde una sencillez difícil de imaginar, que en ocasiones nos deja
con la boca abierta. Transiciones dinámicas que dotan de frescura y agilidad al
texto. Que lo alimentan. Que lo enloquece a medida que el rey va enloqueciendo,
desordenando el mundo. Atmósferas cargadas de sentido. Ritos ancestrales
transmitidos desde la sencillez de la naturaleza y las bajas pasiones. Ira y
poder, mala combinación.
Venganzas
antiguas que renacen con los vagos recuerdos y una memoria difusa . El decaer
de un anciano, de su estatus social, recordándonos que en cualquier momento
podemos acabar en el fango, sin subir a un inesperado ring. Bufonadas sinceras
que nos alimentan el alma con reflexiones certeras . Ceguera voluntaria con
muros de humillación entre padres e hijas, entre padres e hijos. Entre
hermanos, bastardos o no. Personajes que enloquecen en esta maraña de tretas y
vejaciones en busca del poder. Del bienestar personal , donde todo vale y vale
todo. Donde la naturaleza humana se alía con la naturaleza exterior,
mostrándonos caos y confusión ante el desorden, ante las trabas de una relación
sincera. Dioses de papel en un segundo plano, ciegos también ante tanta locura,
cansados de interferir entre lamentos, entre mentiras disfrazadas de verdad.
Contemporaneidad de cientos de años que podrían ocurrir mañana en cualquier familia, en cualquier situación donde el corazón y la razón no gobiernen. Y en este torbellino aparece la compañía Atalaya, dirigida por Ricardo Iniesta. Y no paran de moverse, de acá para allá. De allá para acá. Abarcando el escenario, llenándolo como nadie. Con certera precisión de tiempos y espacios. De luces, y también de sombras. De sonidos corales e interpretaciones cuidadas, quizá en alguna ocasión algo forzadas. Nos trasladan a Shakespeare en cada movimiento, en cada gesto, en cada acción. Espíritu personal y grupal unido al espíritu natural.
Desnudando la grandeza humana. Mostrándonos nuestras miserias , tal y como son. Sin remiendos. Sin tapujos. A ritmo de piedras. Un Stonehenge conceptual que nos envuelve en su círculo energético para no darnos un respiro. Muerte y destrucción que nos llevan al caos. Al desorden . Al huracán. Todo ello con las reflexiones del bufón, el mas cuerdo de todos. El mas honesto y leal. “Cuando en todo pleito se haga justicia, un tiempo nuevo habrá entonces-. ¿ quién lo verá? Será el momento en que nuestros pies sirvan únicamente para andar”
El Rey Lear enloquece o le enloquecen los demás. Vengan al Fernán Gómez a averiguarlo. Eso sí, traigan paraguas. Huele a tormenta, a tempestad.
“Camino
por el parque mirando al suelo...” Allá por el año 1790 se creó la Real
Fábrica de Tabacos de Madrid, conocida popularmente como La Tabacalera,
utilizada en un principio como depósito de aguardientes, licores, barajas y
papel sellado. Ubicada en el castizo barrio de los Embajadores, acogió en sus
entrañas a cientos de trabajadoras, de cigarreras, muchas de ellas chulapas.
Mujeres trabajadoras, fieles y cumplidoras.
Los
fantasmas no existen. Toda creencia en su existencia es indicio de atraso
ideológico, de superstición, de cobardía. Esta comprensión ya forma parte del
sentido común. Sin embargo, la gente no siempre lo comprendió. Sin embargo…
Según
la RAE, la palabra yerma significa inhabitada, referente a un lugar , y no
cultivada, referente a una tierra. Seca, marchita, inerte, olvidada, vacía,
oscura. YERMA. Unas botas al pie de una cama desecha, un inodoro, una camisa y
arena, mucha arena . Así nos recibe Yerma. “Juan, ¿me oyes?". Rodeada de campo,
sola, incomprendida, atemporal; así se nos presenta Yerma. Yerma contrae
matrimonio convenido con Juan a la espera de tener criaturas. Pasan los años y
la descendencia anhelada no aparece.
“...sobre todo que soy puta, pero puta no nací.” ( Luis Ramiro ).
Un micrófono, un contenedor. Zapatos de tacón rojo. Una pasarela y un ensayo general que nos impactará, nos conmoverá. Y nos seducirá a partes iguales.
Se alza el telón. Y bailamos, entramos en El Umbral de Primavera
al son de Lady Gaga, Back Street Boys o Spice Girls. Reímos, bebemos, saltamos
a veces; en ocasiones nos sentamos. Así nos recibió la pasada noche esta joven
compañía con personajes montescos y
capuletos a la medida del gran Shakespeare. Y volvemos a bailar, libremente. Lo
que queramos.
Huele
a sauna, a baño turco en El Español. A ambiente cargado de vapor, de humo, de
sudor, de gotas, de espuma… Nos reciben dos actrices en bañador, tiradas en la
imaginaria playa al imaginario sol, en una noche de lluvia y viento. Allí
están, impasibles ante una abarrotada sala. En la improvisada playa de arena
fina en el corazón de Madrid. Una caracola nos da la bienvenida. Así nos recibe
La espuma de los días, adaptación teatral de la obra de Boris Vian realizada
por María Velasco.
Desde el año 718 con la creación del hotel Hoshi Ryokan en Japón,
con 1.300 años de antigüedad, regentado por 46 generaciones de la misma
familia, pasando por el Hotel Central & Café de Copnehague, en Dinamarca,
con tan sólo una habitación, una suite de 12 metros cuadrados, o hasta llegar a
la Torre dei Prendiparte, una de las torres gentilicias que queda en pie en la
ciudad italiana de Bolonia, con 61 metros de altura, donde se puede disfrutar
de la suite que hay en lo alto del edificio, lo que se cuece en los hoteles es
curioso, ¿ no creen ?
¿Cómo
están ustedes? Vueltas y vueltas le he dado al enfoque de esta reseña: el
filosófico, el antropológico, el social, incluso el bíblico… Y al final, como
quien no quiere la cosa, lo más honesto que me ha parecido es enfocarla desde
el mítico ¿Cómo están ustedes? de los entrañables payasos de la tele. Los
payasos de la tele nos hacían reír, soñar, pensar, reflexionar. Entendíamos sus
bromas porque hablaban de nosotros mismos, de como éramos, de nuestras
miserias, talentos, bellezas, contradicciones de nuestra vida.
Todos los hombres blancos cishetero deben morir. “El
siglo XXI se nos está yendo de las manos”, repiten varias veces esta joven
y dinámica compañía durante la representación de la otra noche en el entrañable
Teatro de las Aguas de Madrid. A veces pienso lo mismo, y desde mi
perspectiva de docente, que no de decente, considero que en ocasiones se nos va
mucho de las manos. A todas horas. Y con inmediatez, como marcan las redes
sociales.
El síndrome de Peter Pan, o del hombre que nunca crece, fue acuñado a raíz de un libro publicado en los años ochenta por Dan Kiley, si bien no existe evidencia científica de que este síndrome sea una enfermedad psicológica existente. Pero llámenle Peter Pan, Capitán Garfio o Campanilla, estarán conmigo que esa situación inmadura, narcisista, egoísta, ególatra, es insostenible, hoy en día, existe, ¿No creen?