Llega a la sala José Luis Alonso este vibrante y emotivo ejercicio interpretativo unipersonal a cargo de la compañía catalana La Bella Otero, escrito e interpretado por Pablo Macho Otero, con dirección de Emma Arquillé. Un monólogo que desde la comedia reflexiona sobre el deseo de perdurar en la historia, el sentido de la vida y el indiscutible miedo del ser humano a la muerte.
“Si bien el hambre de eternidad ⎯entendida como inquietud espiritual o deseo de trascendencia física y/o metafísica⎯ es una característica transversal entre los seres humanos desde tiempos inmemoriales, resulta cada vez más manifiesto que, hoy en día ⎯y desde hace ya algunas decenas de lustros⎯, padecemos esa hambre de forma egótica, ególatra, egocéntrica y egoísta”.
El Abadía y sus 30 años
no sé ni cómo empezar,
nos recibe su campana
¡Que precioso el replicar!
Álvaro Tato entre el público
la función va a comenzar, huele a campo,
sale humo…
Buf. Lo dejo, mi idea era hacer esta reseña en verso, homenajeando a estos dos grandes maestros, Álvaro y Pablo, pero obvio, ni soy Álvaro, ni Pablo, ni Lope, ni la madre que lo trajo. Voy a lo mío, que bien merecen unas líneas este a fuego que nos consume, que nos provoca, que nos atrapa, que nos quema y requema, que nos pregunta, que nos cuestiona, ese fuego con ruido, que quema en su orgullo, que reluce con rabia y destreza, con llamas de exceso, cual Bunbury en pleno éxtasis creativo. “Hoy queremos dejar huella por toda la eternidad, y buscamos mil maneras, todas menos caminar”.
“¿Qué puede llevar a un joven a decidir quemar un edificio? ¿Hasta qué punto el ser humano está obsesionado con el anhelo de trascendencia? ¿Quién no ha querido dejar huella y pasar a la historia? ¿Cuándo todo eso se puede transformar en algo destructivo?”
Quien no ha jugado a ser Dios alguna vez, quien no es feliz en su reflejo, el de los demás, quien no piensa como ese jodido obispo irlandés con nombre universitario, ese existir como ser percibido, ese morir dos veces, esos likes que nos llenan, que nos deprimen, agónicos, que hace que publiquemos la vida buscando ese reconocimiento, la cosa se pone intensa, reflexiva, densa…
Pero no, porque Pablo Macho Oterojuega con esas preguntas, juega con nosotros, con un humor brutal, con unos juegos de palabras que nos seducen, que retrucan en nuestra mente en un hipérbaton sin sentido, sin lugar , sin colores, con brillo, con mucho brillo y una ligereza postmoderna que nos embruja. Todo eso acompañado de unas miradas y unos silencios difíciles de ejecutar, con un dominio del texto espectacular, (compré el texto a la salida y el gran Pablo, para mí ya es el gran Pablo, lo declamó con maestría coma por coma.) Y que texto, que profundidad en la ligereza, que trascendental en lo cercano, que reflexivo en lo humano, que actual y que viejuno, versálico como ninguno, cuidado que me voy a la rima fácil.
“Me encanta concentrar tanta retina”, me encanta Pablo, nos encanta Pablo, ponemos la retina, la mirada, el alma, el corazón… ponemos las notas en su melodía, en su delicadeza, en su naturalidad, en la mundanidad de lo divino, en ese ser que percibe, solo si es percibido, si los demás lo perciben eres, sino eres no te perciben, aunque tú que lo hagas, quizá los anacoretas tengan algo que decir, y Elon Musk también, claro.
Esos desdobles de personajes que dan frescura y registros a Pablo, al autor, al personaje, al creador, al espectador, al publicista, a la voz en off, al director de casting, al Meta teatrero teatral dentro del teatro, dentro del escenario, y fuera, y dentro, y fuera otra vez, y arriba y abajo, y aparece entre tanto la figura del gran Eróstrato, un absoluto desconocido, al menos para mí. Eróstrato, un pastor de la Antigua Grecia, incendió el templo de Artemisa de Éfeso, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Después de ser detenido, interrogado y torturado, acabó confesando la verdadera razón que lo había llevado a cometer aquel acto: pasar a la posteridad.
Porque quien no quiere ser eterno, quien no quiere dejar huella en este mundo de postureo y postural. Habemus papa. Quien no quiere ser reconocido, aunque sea por su vecino de abajo al pedirle sal. Quien no quiere perdurar en la historia, y en la muerte, y tras la muerte, pregúntele al tío Walt, el de Disney, que no lo tenía muy claro. Piensen en ello, reflexionen.
Y esa dirección espectacular de Emma Arquillué, que también está en escena, que también se quema, que vibra, que saca lo mejor de Pablo, del autor, del creador, del actor. De Pablo. Emma y Pablo, un gran tándem, que se perciben, que existen, que son y serán, que perdurarán en nuestra memoria. Narcisistas y megalómanos por derecho, por talento y creatividad. Por un par, de lo que sea. La escenografía, magistral, sencilla y oportuna de Yaiza Aresdan empaque a este Eróstrato, a este Pablo, al pirómano, al místico, al sagrado, al terrenal. Que bella era la Otero.
Todo un descubrimiento el de Pablo Macho Otero, todo un regalo de este pijo de Sarríá que decidió dedicarse a sentir, a hacernos sentir y disfrutar de su fuego, de su creación, de su interior. Que nos hace amar un poco más el teatro, que nos hace volver a sentir, a resentir, atrisentir en un océano verbal, en un doctorado filológico ágil, lúcido, original. Y recordando, al igual que el gran Pablo a Unamuno, literato que os diga que desprecia la gloria, miente como un bellaco.
Filosofía 3.0 en los 30 años del Teatro de La Abadía. Gran homenaje para su trigésimo aniversario, para su más que merecida onomástica en ese negro luminoso que nos inunda y nos llena. Lo que vivimos en el Abadía es arte, es amor, es pasión, lo vivido con a fuego es todo eso, y mucho más. Emociónense en sus butacas, quémense con gusto y piensen, perciban y sean.
Texto: Pablo Macho Otero Dirección: Emma Arquillué y Pablo Macho Otero Reparto: Pablo Macho Otero Escenografía: Yaiza Ares Diseño sonoro: Gerard Vidal Barrena Diseño de movimiento: Oriol Pla Iluminación: La Bella Otero Ayudante de dirección: Eudald Font Mirada externa: Jordi Oriol Producción ejecutiva: Emma Arquillué Producción: La Bella Otero y Mola Produccions