Ambos nos han permitido conocer a Francisco de la Huerta Baulín, con su tricicleta, su armónica de afilador y cachivaches a tutiplén. Elementos con los que nos transportaremos en un santiamén al imaginario literario del Siglo de Oro, donde buscones y damas se encuentran para hacer las delicias del ávido espectador a la espera de chismes y dimes y diretes.
Un personaje astuto, embaucador, que vivió todas la picardías habidas y por haber en tiempos donde huérfano por desatinos del destino como tantos llegaba a la noche sin saber bien si lo que sentía era pan o era hambre. En escena una tricicleta con tantos trastos que nos hace imaginar todos los lugares recorridos en la búsqueda de una vida espectacular, grandiosa y memorable.