Huele a rojo el Luchana. Rojo, muy rojo. Sabe a rojo. Silos en rojo con sus cantos. Mucha mierda fuera, con el sol radiante, ese que duele. Dentro también. Más rojo. El Luchana se acalora, se engalana, se tiñe de ese misticismo necesario para la figura que nos va a presentar. Un tenso silencio. Un padre nuestro. Y Juana. No hay marcha atrás.
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