Teatro: Siglo mío, bestia mía. Teatro Valle-Inclán

Vivimos en un mundo injusto, lleno de desigualdades, en el que los más necesitados huyen de sus calvarios para intentar conseguir una vida mejor. En estos épicos viajes en busca de una vida, huyendo de miserias, guerras, dictaduras o penurias varias, todo puede suceder. Este siglo nuestro es un coloso que pisotea a los débiles para fortalecer a los poderosos. Pero lo más triste de todo esto no es el riesgo que corren estas personas, sino el "pasotismo" de los que nos denominamos primer mundo ante todo lo que ocurre a nuestro alrededor.



Estamos ante un montaje singular, visualmente espectacular desde un concepto que se mueve entre lo poético y lo onírico para hablarnos de una realidad que azota a nuestro tiempo y ante el que parece que la sociedad (al menos las instituciones) no termina de reaccionar. Habrá imágenes de este montaje que permanecerán en nuestra retina mucho tiempo, tanto por su belleza como por su impactante mensaje. Todo en esta historia duele y emociona por igual, pero la singular manera de mostrarnos cada episodio de la historia, la delicada composición de cada momento, hace que el contenido entre hasta el corazón, que nos atraviese de forma directa, que se quede en nosotros para siempre. El dicho tan manido de "una imagen vale más que mil palabras" podría aplicarse a esta pieza, pero nos quedaríamos muy cortos, ya que la palabra está al mismo nivel  que la imagen, impregnado todo de un conceptualismo y una poesía que nos deja petrificados.


Esta producción del Centro Dramático Nacional y VOADORA (con el apoyo de AGADIC, la Consellería de Cultura e Turismo da Xunta de Galicia y creado en residencia con el apoyo de la fundación SGAE) es una demoledora delicia, una abrumadora fantasía, un desgarrador relato, una onírica visión de una desoladora realidad. La compañía VOADORA es a día de hoy todo un referente de las artes escénicas de nuestro país. Tras montajes como "Garaje", "Sueño de una noche veranos" o "Hemos venido a darlo", se han consolidado con su estilo tan particular como una de las compañías más innovadoras, inquietas y vanguardistas de nuestro país. Tengo que reconocer que hasta la fecha no había tenido ocasión de ver nada de ellos, pero desde este momento me reconozco como fan incondicional de una forma de entender el teatro, de un compromiso con las artes escénicas y con su manera tan personal de hacer las cosas.



Este viaje de una delicadeza absoluto ha nacido de la exquisita pluma de Lola Blasco (por el que recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2016), que siempre se ha caracterizado por su compromiso político y por la incorporación de nuevos lenguajes musicales (portentosos en esta obra, marcando el ritmo de la obra entre las distintas escenas). Entre su dilatada carrera como autora destacan "Canción de cuna", "Proyecto Milgram", "La armonía del silencio", "Canícula" o "Hard Candy", textos impregnados de un estilo muy particular e impregnados de todo su ideario. Cuando habla de este montaje habla de poesía, de melancolía, "es postidealista, con el desconsuelo, el desamor, el fracaso o la imposibilidad de ver al otro como temas, en un mundo en crisis, donde el terror y la violencia se apoderan de todo y no somos capaces de amar". Cuatro años más tarde, el montaje adquiere aún más actualidad.

Para la autora "Siglo mío, bestia mía habla de cómo no perder el rumbo en un tiempo de catástrofes. Tras la esperanza de la primavera árabe y marcado por la crisis económica, nuestro tiempo ha desembocado en las decapitaciones públicas, en el terror por el terror, mientras los refugiados naufragan en nuestras costas". Reconoce que la obra "se centra en la necesidad del amor, del consuelo, del Otro. A través de una serie de nudos, viajamos de España a Siria, de la crisis personal de una mujer al terrorismo del mundo globalizado". 


A los mandos de esta propuesta se sitúa Marta Pazos (con Vanessa Espín como ayudante de dirección), la directora artística de VOADORA. Como en todos los montajes de la compañía, este se caracteriza por el "uso de un lenguaje propio basado en la plástica, la música, la hibridación de disciplinas y la investigación escénica". Porque en este montaje cabe todo, danza, música, el mar, el cielo, el dolor, la palabra, las imágenes, la frescura, la poesía, un conjunto que convierte este montaje en algo singular, por su belleza y por su contenido.

Entre los trabajos de esta poliédrica creadora destacan las óperas "Je suis narcissiste" y "La amnesia de Clío", versiones de clásicos como "Sueño de una noche de verano" o "La tempestad", o creaciones propias como "Garaje" o "Tokio3" (una revisión de "La divina comedia" de Dante). Con este bagaje nos propone una pieza multidisciplinar engarzada con una soltura magistral, en la que cada pieza se solapa con la anterior con sencillez, pero a los cambios radicales que propone. 


La historia nos sitúa en todo momento al borde del abismo, en situaciones límite tratadas con un halo de delicadeza que los suavizan, sin dejar por ello de dolernos. El texto trata de cómo intentan los personajes no perder el rumbo ante el caos, ante las situaciones que viven, en un mundo plagado de catástrofes. El interés por el otro, por el diferente, el intento de comprender lo que pasa más allá de nuestra zona de confort (término abominable), conseguir empatizar con los otros sin que por ello perdamos nuestro norte. El relato se centra en tres personajes que coinciden en un barco y que representan tres civilizaciones muy distintas (al menos a ojos de "lo general"), diferentes maneras de entender la religión, el mundo, la vida. Como bien se apunta en la web del teatro, la obra "más que hablar de situaciones ofrece un mapa, la cartografía emocional de una época". Porque la obra, más allá del tono poético y la belleza de su puesta en escena, es un desgarrador relato del mundo en el que vivimos.



Y para llevar a cabo esta "deliciosa partitura", la obra cuenta con un elenco excelente, que domina cada uno de los tiempos de la obra con maestría. La propia Lola Blasco hace las veces de "cuaderno de bitácora", un narrador, apuntador, maestro de ceremonias, que se encarga de "puntualizar" cada una de las escenas con momentos musicales majestuosos. Nada puede con esta artista total, así que durante la obra la veremos cantar, recitar, alentar, bailar, pinchar, haciendo de cada una de sus intervenciones una estructura en si misma, cargadas siempre de belleza, sarcasmo... y mucha mala leche. 

La historia gira en torno a la figura de Bruna Cusí, la mujer que es rescatada en una primera escena primorosa, con una preciosa coreografía (excelente el trabajo de Amaya Galeote). Un personaje que nos angustia y nos enternece, desde su inocencia y bondad, intentando en todo momento comprender que pasa a su alrededor y porque motivo el mundo se desmorona. Cusí está brillante dando vida a este personaje de suma fragilidad, que intenta comprender un mundo que le sobrepasa. Ella es el reflejo de lo que somos, de un mundo que no entiende lo que pasa, que escucha y ve cosas que le superan, mientras intenta que lo que le rodea encaje de alguna manera con lo que ella piensa.


Los otros dos personajes que comparten este viaje con Bruna Cusí son Miguel Insua, dando vida al piloto del barco, y Hugo Torres, metido en la piel del buzo. Ambos hacen un trabajo excelso, Insua más comedido y centrado en el texto, mientras que Torres crea su personaje en torno a lo físico. Ambos son protagonistas, junto a Cusí, de las escenas más dramáticas y realistas de la obra. No puedo dejar de destacar en este punto el momento en el que aparecen las máscaras creadas por Jose Perozo y que nos hacen estremecer, simplemente magistral. El elenco lo completan Jose Díaz y César Louzán, encargados de las maravillosas y desgarradoras coreografías, además de dar vida a los diferentes personajes que van apareciendo en la historia.



Como venimos diciendo desde el principio, la puesta en escena es, sin lugar a dudas, uno de los grandes atractivos de la propuesta. La escenografía creada por Marta Pazos (con Carmen Triñanes como ayudante) no deja de sorprendernos en ningún momento (es la primera vez que veo representar el mar con agua real, maravilloso). Cada escena es como un lienzo, una bella fotografía cargada de mensaje que nos sumerge de lleno en ese particular mundo creado por la directora. Todo lo que pueda decir en estas líneas se quedará corto, así que vayan y deléitense con el portentoso trabajo de creación que nos propone Pazos. Otro de los elementos definitorios del montaje es la precisa iluminación de Nuno Meira, que capta la temperatura precisa de cada escena con un cuidado trabajo entre la penumbra y la luz. Todo esto "viene envuelto" en la música creada por Hugo Torres y Jose Díaz, que nos llevan de la mano por este inquietante periplo. Por último, debemos hablaros del ingenioso vestuario diseñado por Carmen Triñanes, que crea para personaje una estática muy determinada y acorde con el tono de cada momento (destacar por encima del resto el vestuario de Lola Blasco y la creación del buzo, geniales).


Poco más podemos añadir de una obra que lo tiene todo para sorprender, enamorar y concienciar. Una armoniosa creación plagada de instantes plásticos prodigiosos, de gamberradas de lo más surrealistas y de un fondo que nos ahoga, como los refugiados que acaban sucumbiendo en el mar. Una deliciosa y contundente propuesta plagada de momentos excelsos. No dejen de ir a verla, por su belleza, por su poesía, por su verdad. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA.

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Teatro: Teatro Valle-Inclán
Dirección: Plaza de Lavapies. Calle de Valencia 1.
Fechas: Del 11 Noviembre al 20 de Diciembre. De Martes a Domingo 18:00.
Entradas: Desde 12.50€ en entradasinaem.

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