Teatro: Los últimos Gondra. Teatro Valle-Inclán

Nos llega este montaje en el momento exacto. Recién estrenada la película de "Maixabel", el décimo aniversario del fin de la lucha armada por parte de ETA, las palabras de Otegui pidiendo perdón a las víctimas y reconociendo que nunca debió derramarse tanta sangre y causar tanto dolor. Llega el día en que toca mirar hacia adelante y dejar de mirar sólo para atrás. Es la hora de cicatrizar las heridas aún abiertas de todo un pueblo, de aquellos que huyeron por el miedo o el acoso, y de los que decidieron quedarse, tomando distintas posiciones ante la difícil situación que se vivía en Euskadi. Toca volver a abrazarse, poder mirar a la cara al vecino sin miedo, volver a disfrutar de la vida y pensar en cómo queremos que vivan las futuras generaciones, en el miedo o en la tranquilidad.




Y eso es precisamente lo que plantea Borja Ortiz de Gondra en el cierre de su trilogía sobre la familia Gondra, su propia familia, que no deja de ser el reflejo de lo que pasa en Euskadi. La necesidad de curar las heridas y mirar al futuro con esperanza y optimismo, aunque sea inevitable echar la vista atrás y muy difícil perdonar o entender lo que ocurrió. Bajo estas premisas termina de contarnos su particular visión de lo que ha sido su tierra a lo largo de algo más de un siglo. Una emotiva despedida, cargada de momentos de gran belleza, de profunda carga moral y política, pero sobre todo cargada de verdad y de la imperiosa necesidad de reconstruir lo dañado.


Tras sus dos exitosas y galardonadas predecesoras, llega "Los últimos Gondra (memorias vascas)" para hacer balance, repensar lo vivido e intentar que todo el viaje haya servido para que todos comprendamos un poco mejor lo ocurrido. Borja Ortiz de Gondra nos habla de este nuevo montaje, reconociendo que "nos planteamos qué hará con el recuerdo de los dolores antiguos la generación que no los vivió, una vez hayan desaparecido los protagonistas; ¿construirán una memoria más sana o seguirán perpetuando eternamente los agravios que ellos no conocieron?". Sobre esta última pregunta gira todo el montaje, en el que se encuentran las distintas posturas que alberga la sociedad vasca para intentar cambiar el paso, poder volver a ser un pueblo unido y sin miedo. La necesidad de construir ese relato de la forma más objetiva posible, para que las próximas generaciones no vuelvan a caer en los mismos errores.

La obra vuelve a centrarse en la figura de Borja, el que en los episodios anteriores contada los secretos y desvelaba el lado oscuro de la familia. En esta nueva y definitiva entrega se enfrenta "al silencio: entrar en la muerte y la memoria de quienes quedarán después de él". En la obra sobrevuelan todos los miedos y preguntas que el propio Borja deja por resolver: ¿Qué harán con su legado sus hijos de los que nunca supo nada? ¿Y su viudo que ignora como es la vida en Algorta? ¿Cómo se repartirán una casa ancestral, un manuscrito de novela inacabado y sus propias cenizas? ¿Y qué teje para el "hijo del enemigo" una extraña cestera ciega? El propio Borja Ortiz de Gondra define la obra como el discurrir "en una noche interminable de sombra y sueño, algo ha de romperse para empezar otra vez, de otra manera, en otro lugar, mientras la lluvia cae mansamente y tal vez borre por fin la huella de las heridas".



La majestuosa dirección de Josep María Mestres sabe compaginar de manera efectiva las secuencias de elenco con las escenas más íntimas. El director consigue transmitir en cada momento la angustia, el miedo, el dolor, la rabia, el amor de cada uno de los personajes, que van creando un impecable puzle sobre la realidad de Euskadi. En ese crisol de imágenes, escenas y sentimientos van quedando huecos, preguntas por resolver, heridas por cerrar, que Mestres va dejando caer a lo largo de la historia, y con los que saldremos de la función para poder comenzar una interesante reflexión interna. Impecable el tratamiento que se hace de los momentos grupales, en los que el colectivo se enfrenta al individuo y este debe hacer frente a una especie de juicio en el que nadie gana y todos ya han perdido un poco. Y en el lado contrario tenemos la contundencia de las escenas directas, de duras conversaciones con reproches, insultos, amenazas, que nos golpean de forma directa, sin evasivas, para que entendamos también el lado más crudo que ha vivido el pueblo vasco en su interior.


La historia nos trasporta a lo largo de una "noche alucinada", en la que Borja hace un repaso de sus recuerdos, sueña e inventa el momento de su muerte, todo ello rodeado de todas sus cuentas pendientes, de todas las preguntas que ha dejado sin resolver. En este viaje se encontrará con antepasados rencorosos que no le perdonan lo que ha hecho con la memoria familiar. El duro reproche que le persiguió toda la vida ("no serás un verdadero Gondra hasta que tengas un hijo") se esfuma de la noche a la mañana cuando descubre que tiene dos hijos gemelos de los que no sabía nada. Ellos tomaron caminos muy distintos. Iker, es un fiel activista de la causa vasca, que fue encarcelado por su lucha política y que pronto quedará en libertad. Eneko es un escultor que vive fuera de Euskadi sin mantener contacto con la realidad que ocurre en su tierra, aunque la viviese de cerca en su juventud.



En Algorta, lugar que parece tener sus propias reglas y leyes, existe una nueva generación de jóvenes que intentan vivir su propia vida, dibujar su propio camino, ajeno a las disputas de otra época. Entre ellas conoceremos a Edurne, que se arrepiente de haber comenzado una nueva tumba y una nueva tradición, pero también a Claudio y Martina, una pareja que arrastra las heridas de sus progenitores, una víctima y otra verdugo. Pero no todos el Algorta quieren pasar página. Blanca regresa y no tiene intención de perdonar a los que la obligaron a huir. Uxue intenta asumir sus culpas ayudando a la sociedad con encuentros reparadores entre antiguos enemigos. Y también conoceremos a aquellos que no consiguen pasar página, como Imanol (viudo de una activista).

Entre todo este mundo lleno de tiranteces, rencillas y ganas de avanzar, Borja deja su propia herencia envenenada. Aquellos que le sobrevivan deberán enfrentarse a todo lo que él deja por resolver. Una casa centenaria, un manuscrito de novela sin terminar, sus propias cenizas. Elementos de demasiada envergadura para sus herederos, que no tienen demasiadas cosas en común. Su viudo, que poco o nada conoce de Algorta y sus gentes, sus hijos antagónicos y una extraña ciega que teje cestas. Todos ellos deberán ponerse de acuerdo para ver como se llega al silencio final.



Sin lugar a dudas, el elenco es uno de los puntos fuertes de la obra. Desde el propio Borja Ortiz de Gondra haciendo de si mismo, papel que comparte con el fabuloso Joaquín Notario, hasta los actores y actrices que interpretan papeles menores, todos saben en todo momento encajar en este majestuoso juego de creación grupal (fantástico trabajo de Jon Maya Sein, encargado de los movimientos) e individual. El duelo interpretativo entre los hijos Marc Bosch (Iker) y Lander Otaola (Eneko) es desgarrador. La fuerza de Fenda Drame en el papel de Edurne, defendiendo a capa y espada la promesa que le hizo a Borja. El dolor que arrastran Pepa Pedroche (Nerea) y Aizpea Goenaga (Blanca), una que se quedó y se arrepiente de lo ocurrido y otra que tuvo que irse y no perdona. La tranquilidad de los que ya no están, que hablan sin el peso de la responsabilidad, como Natalia (Sonsoles Benedicto, que da vida también a la cestera ciega), Ainhoa (Cecilia Solaguren), Uxue (Victoria Salvador) o Don Íñigo Gondra (Samy Khalil, que interpreta también a Claudio). Los que han vivido allí y se han ido desgastando, llevan una pesada mochila de la que les cuesta deshacerse, como a Martina (Ylenia Baglietto), Imanol (Markos Marín), Don Andoni (Antonio Medina)o Claudio. Y junto a todos ellos, la mirada incrédula de Matthew (José Tomé), el viudo de Borja que asiste perplejo a toda esta compleja situación.



A destacar el trabajo de Joaquín Notario dando vida a Borja, que consigue transmitir a la perfección la desazón por los temas que ha dejado sin resolver, la culpa por todo aquello que no hizo, el dolor por lo que pudo ser y no fue. En contraposición (o para potenciar todo ese dolor) tenemos a sus dos hijos, tan diferentes como las dos caras de una misma moneda. Impecables los trabajos de Marc Bosch y Lander Otaola, el primero todo furia y altanería, el segundo todo calma y serenidad. Un fiel reflejo de lo que es la realidad vasca, en el que cada uno de los personajes nos aporta su propia visión, su propia realidad, sus propias incertidumbres ante la nueva oportunidad de cambio que se abre en Euskadi. 


En este imponente montaje destaca la fabulosa escenografía de Clara Notari, que como toda la obra se irá desdoblando ante nuestros ojos para mostrarnos todos los secretos que tiene escondidos. Imponente iluminación de Juanjo Llorens que se mueve con sutileza entre las penumbras y las luces tenues, para conseguir un ambiente lúgubre y tenebroso. El apoyo a la historia en momentos puntuales de las videoescenas de Álvaro Luna son trascendentales, dejando momentos de gran belleza. La música de Iñaki Salvador sabe subir el tono de cada escena, de funesta a enérgica, de dolorosa a festiva. por último hay que hablar del vestuario de Gabriela Salaverri, capaz de darle a cada personaje una personalidad muy definida, con inteligencia y sutileza.


En definitiva, estamos ante el colofón perfecto a una de las trilogías más valoradas de los últimos años. Un final que representa un inicio, una etapa que se cierra para comenzar a escribir una nueva historia, una nueva realidad. Las distintas sensibilidades tendrán que ceder, mirar al otro e intentar comprender, perdonar, apoyarse mutuamente para dejar atrás todo lo ocurrido. Y este montaje nos habla de todas esas puertas que se abren, de todas esas incógnitas que quedan por resolver, de esta esperanzadora nueva realidad para el pueblo vasco. Una deliciosa propuesta que nos dejará mucho en lo que pensar, muchas conversaciones que mantener, muchas ideas de asentar. Un abanico de personajes que nos muestra un panorama bastante amplio de lo que es la realidad de un pueblo en construcción. Una maravilla muy necesaria. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA.

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Teatro: Teatro Valle-Inclán
Dirección: .
Fechas: Del 13 de Octubre al 21 de Noviembre. Días de exhibición: 13, 14, 15, 16, 17, 21, 22, 23, 24, 31 de Octubre y 2, 3, 4, 7, 9, 10, 11, 14, 16, 17, 18, 21 de Noviembre. A las 18:00.
Entradas: Desde 12,50€ en entradasinaem. Encuentro con el público el 4/11. Programa de mano



EQUIPO

Texto

Borja Ortiz de Gondra

Dirección

Josep Maria Mestres

Reparto

Ylenia Baglietto (Martina), Sonsoles Benedicto (Natalia / La cestera ciega), Marc Bosch (Iker), Fenda Drame (Edurne), Aizpea Goenaga(Blanca), Samy Khalil (Claudio / Don Íñigo de Gondra), Markos Marín(Imanol), Antonio Medina (Don Andoni), Joaquín Notario (Borja), Borja Ortiz de Gondra (Yo), Lander Otaola (Eneko), Pepa Pedroche(Nerea), Victoria Salvador (Uxue), Cecilia Solaguren (Ainhoa) y José Tomé (Matthew)

Escenografía

Clara Notari

Iluminación

Juanjo Llorens

Vestuario

Gabriela Salaverri

Música

Iñaki Salvador

Movimiento

Jon Maya Sein

Videoescena

Álvaro Luna

Ayudante de dirección

David Blanco

Ayudante de escenografía

Juanjo González Ferrero

Ayudante de vestuario

Laura Agustín

Ayudante de iluminación

Paloma Cavilla Navarro

Estudiante en prácticas de dirección

Natalia del Buey (RESAD)

Estudiante en prácticas de videoescena

Alba Trapero García

Fotografía

Luz Soria

Tráiler

Bárbara Sánchez Palomero

Diseño de cartel

Equipo SOPA

Realizaciones

Mambo Decorados y Sfumato Pintura Escénica S. L. (escenografía), Sastrería Cornejo S. A. (vestuario), Atrezzo Mateos S. L. (utilería)

Producción

Centro Dramático Nacional



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