Teatro: Muerte de un viajante. Teatro Infanta Isabel.

Existen obras que todo amante al teatro debería ver. Este clásico de Arthur Miller es, sin lugar a dudas, una de ellas. La historia del viajante Willy Loman es ya un referente de lo que era la vida en los Estados Unidos en una época determinada, el desgarrador relato de un hombre vencido, abatido por las circunstancias, sobrepasado por su propia vida, impotente ante una realidad que va dejándole atrás, culpable de todo aquello que soñó y nunca pudo llegar a hacer realidad.



Arthur Miller está considerado uno de los grandes cronistas del siglo pasado. Desde una visión crítica y con su pluma siempre cargada de acidez y mala  leche, plasmó como pocos el devenir de la sociedad de su país, con los continuos vaivenes económicos, políticos y sobre todo sociales. Miller supo plasmar como nadie la cruda realidad que le tocó vivir, siempre muy cercano a lo que ocurría y narrándolo con un pragmatismo nada complaciente. En sus textos no encontraremos finales felices, moralejas aleccionadoras, sermones populistas. Sus personajes son el fiel reflejo de un mundo imperfecto, caótico, decadente. Miller siempre pensó que el teatro debía ser un lugar en el que remover conciencias, azotar a la sociedad, criticar el mundo en el que vivía desde la narración de la más cruda realidad.


"Muerte de un viajante" es el fiel reflejo de lo que es la obra de Arthur Miller, la obra cumbre de un autor unánimemente considerado como uno de los grandes de la Historia. Una historia que gira en torno a la figura del viajante, un personaje atormentado al que su vida le va consumiendo. El texto relata de forma prodigiosa las últimas veinticuatro horas en la vida de Willy Loman, con continuos saltos temporales para ir conociendo las razones que le han llevado al abismo en el que se encuentra. La fuerza de la obra reside tanto en lo que cuenta como en la ejemplar sencillez con lo que se cuenta. Personajes perfectamente estructurados, que desde el primer momento nos transmiten una forma de ver la vida, una época, un estilo de vivir en una continua huida hacia adelante. El texto rezuma verdad, es una crónica perfecta de una época, con una atmósfera inquietante (cercana al cine negro) y con grandes dosis de emotividad en las relaciones de continua lucha de los personajes.  


Esta producción de José Velasco y Okapi Producciones nos plasma esa atmósfera decadente, derrotista, apesadumbrada, que recorre todo el texto y hace que los personajes se arrastren por el mundo como si conociesen el cruel destino que les espera. La adaptación de Natalio Grueso ("La fiesta del Chivo", "El coronel no tiene quien le escriba") intenta transmitirnos toda la angustia de la obra, la pérdida de la última esperanza de cumplir esos sueños que llevan demasiado tiempo aplazados y se han convertido ya en pesadillas. El que fuera responsable de los teatros madrileños en la época de Ana Botella nos muestra a un Willy Loman abatido, cansado de tanto luchar, agresivo por no haber conseguido aquello deseado, frustrado ante vida. 



La dirección del montaje corre a cargo del argentino Rubén Szuchmacher, actor, director, docente, dramaturgo y gestor en artes escénicas. En su dilatada carrera ha trabajado en Brasil, Argentina, Uruguay, México, Alemania, Chile y España. Ha recibido, entre otros galardones, el ACE de Oro y el premio Trinidad Guevara. En este caso nos presenta una obra densa, amarga, que se desarrolla con la pesadez de un hombre cansado, abatido, que con su último aliento intenta dejar todo como siempre lo había imaginado. La pieza transcurre lánguida en torno a la figura (esplendorosa pese a su decrepitud) del viajante, que pelea contra todos para seguir siendo él mismo hasta las últimas consecuencias.


Este prodigioso y desgarrador texto nos presenta a Willy Loman, un veterano viajante de comercio que ha dedicado su vida a su trabajo, intentando conseguir un estatus dentro de la empresa y una tranquilidad económica que nunca logrará. Con el único objetivo de darle una vida mejor que la suya a su familia, se ha dejado la piel en su trabajo, viajando por todo el país, aunque su obsesión por el trabajo le pueda llevar demasiado lejos. El viajante ha intentado inculcar a sus hijos su ambición por llegar alto, por escalar en la sociedad, por salir del lugar en el que están para llegar a lo más alto. Él adora a su familia, casi de una forma obsesiva, pero sus formas y pensamientos no encajan con las personalidades menos ambiciosas de sus dos hijos.

Loman ha sido siempre un trabajador infatigable, pero ahora, ya pasados los setenta, se encuentra agotado tras haber dedicado su vida a obtener una posición social y económica estable que cada día ve más lejos. Su posición empresa en la que trabaja se tambalea, su vida se apaga sin haber conseguido ninguno de los sueños que le hicieron luchar de forma incansable. La vida sigue y sus capacidades han disminuido. Ya no consigue las ventas de antaño y su trabajo se devalúa cada día que pasa. La relación con sus jefes se va erosionando con cada venta fallida, con cada viaje sin éxito. Toda esta fragilidad laboral se transmite a su vida personal, pagando los platos rotos con su mujer y sus hijos. 



La relación con sus hijos es un continuo reproche, una lucha de egos, un combate en el que los recuerdos del pasado golpean como mazas. Esta turbia relación esconde un antiguo secreto que todos intentan esquivar pero que llena de resentimiento y dolor sus vidas, y que en estos momentos de crisis amenaza con dinamitar la estabilidad familiar. Todo este cóctel convierte la casa familiar en un hervidero, en una olla a presión que amenaza con estallar en cualquier momento, llevándoles a todos a la autodestrucción. La esposa parece ser la única que intenta calmar las aguas, apaciguar a las fieras para que no se arranquen la piel a tiras unos a otros. Ella, sumisa y complaciente, parece ser la única que comprende todo lo que pasa y que aún así sigue intentando sacar la familia a flote y unida, algo que parece una misión imposible. Todo parece precipitarse en las últimas horas, todo empuja a un trágico final que nadie parece poder evitar.



La obra, como ya hemos dicho, gira en torno a la figura de Willy Loman, al que da vida un decrépito y fantástico Imanol Arias (que tras años alejado de las tablas regresó en 2018 con "La vida a palos") que se rodea del grueso del elenco de "El coronel no tiene quien le escriba", al que se suman Jon Arias ("Tarántula, "La gran ofensa") y Carlos Serrano-Clark ("Venus", "El primer secreto de Francisca y Raimundo", No te vistas para cenar") en los papeles de Biff y Happy respectivamenteCristina de Inza ("Presas", "El misántropo", Una visita inesperada") da vida a Linda, la sufrida esposa de Loman, Jorge Basanta ("Naufragios de Álvar Núñez", "Ninette y un señor de Murcia", "Un bar bajo la arena") interpreta a Charlie (el único amigo de Willy) y a Howard (su jefe), Fran Calvo ("Bailar en la oscuridad", "La casa del lago", "Constelaciones") se mete en la piel de Bernard (hermano de Willy) y de Ben (el hijo de Charlie) y Virginia Flores ("La celosa de sí misma", "La verbena de la Paloma", "La Revoltosa") da vida a la misteriosa mujer con la que Willy se encuentra en un hotel de carretera.



Dentro del ambiente decrépito y melancólico en el que transcurre la historia, hay que destacar la impecable escenografía de Jorge Hugo Ferrari (responsable también del diseño de vestuario) que consigue enfatizar el tono general de la historia con un decorado frío, duro, que se impregna de tonalidades grisáceas para transmitir esa tristeza decadente del texto. Esto se enfatiza aún más con la cuidada iluminación diseñada por Felipe Ramos, que juega con las luces, las sombras y sobre todo con las zonas en penumbra, de una forma magistral. La escena, por momentos se acompaña de proyecciones que dan un tono aún más sórdido y lúgubre a lo que estamos viviendo. Por último, el diseño sonoro, a cargo de Bárbara Togander, consigue una atmósfera cercana al cine negro, perfecta para el montaje.



Estamos sin duda ante una de las más crudas de Miller, un autor que se caracterizó por su implacable crítica a la realidad que le tocó vivir. La crueldad del capitalismo sobrevuela la obra en todo momento, como una losa de la que no se puede deshacer nadie. La sociedad como un voraz animal carroñero que no deja al ser humano descansar, vivir en paz, disfrutar de sus últimos momentos con la familia. El engranaje del mundo que expulsa a las personas en el momento en que no son capaces de producir, abandonándolas a su suerte sin piedad. Todo eso se refleja en Loman, frustrado por no haber podido cumplir sus sueños. Este despiadado mundo repercute en las relaciones personales, con un padre incapaz de expresar el amor que siente por sus hijos y que prefiere tener una relación con ellos de continua lucha, de reproches y de competitividad insana. El triunfo y la decadencia, la necesidad del ser humano de triunfar y ser reconocido por los demás. Todo ello se plasma de forma magistral en esta pieza, una desgarradora crónica de un tiempo hostil. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA

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Teatro: Teatro Infanta Isabel
Dirección: Corredera baja de San Pablo 15.
Fechas: Del 24 de Octubre al 9 de Enero. De Jueves a Sábado a las 19:00. Domingos a las 18:00.
Entradas: Desde 20€ en teatroinfantaisabel

EQUIPO ARTÍSTICO

Dirección: Rubén Szuchmacher
Versión/adaptación: Natalio Grueso
Diseño de escena y vestuario: Jorge Hugo Ferrari
Diseño de iluminación: Felipe Ramos
Diseño sonoro: Bárbara Togander

REPARTO

Willy Loman: Imanol Arias
Biff: Jon Arias
Charlie/Howard: Jorge Basanta
Bernard/Ben: Fran Calvo
Linda: Cristina de Inza
Mujer: Virginia Flores
Happy: Carlos Serrano-Clark

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