Fabuloso relato que lo tiene todo para enganchar al público desde el inicio: humor, misterio, música, excentricidad burlona en alguna de las comedias, crítica social, costumbrismo. Una obra en la que podemos vislumbrar todas las virtudes que hicieron de Emilia Pardo Bazán una de las escritoras más importantes de su generación y una de las más estudiadas en años posteriores. La historia nos lleva de manera impecable por una narración original, muy innovadora para su época, en la que nos explica con minuciosidad como era el ambiente de la ciudad de Madrid y hace una meticulosa radiografía de lo que era la sociedad de aquellos años. El texto rezuma inteligencia, tanto en la narración como en el análisis de su tiempo, una mujer adelantada a su tiempo que plasma en este relato toda su ideología, dejando hueco para su gusto por la sensualidad, construyendo un universo muy particular que nos embriaga y nos sorprende desde el primer momento.
Esta ingeniosa y divertida versión corre a cargo del dramaturgo y director Ignacio García May, quien consigue sacar a relucir toda la esencia de la pieza, en un cuidado trabajo de potenciar todo aquello que resulta más significativo del texto original. El dramaturgo cuenta que "Emilia Pardo Bazán siempre estuvo atenta a las innovaciones culturales de la época, por eso no podía dejar de interesarse por el explosivo fenómeno de Sherlock Holmes, quien a la sazón gozaba ya de fama internacional". Pero también es cierto que Emilia siempre fue una mujer díscola, que gustaba hacer las cosas a su modo. Por eso, como reconoce García May, "construye su relato a la contra. En su intento de darle la vuelta a las convenciones establecidas por Conan Doyle, la Pardo Bazán lanza a su detective, de forma sorprendentemente innovadora, por caminos entonces inexplorados y que a la larga se concretarán y popularizarán en esa variación de lo policíaco que es lo Noir".
El director nos pone en situación: "la historia policial clásica se plantea como un problema, o casi como un juego, que debe resolverse a base de deducciones sucesivas, y donde la identidad del criminal permanece escondida hasta el final del relato; la novela negra, en cambio, se preocupa poco de esconder la identidad del culpable y mucho de explotar la atmósfera emocional del relato, su contexto social y el perfil psicológico de los personajes. Lo impresionante de La gota de sangre es que predice todas estas claves décadas antes de que se pusieran de moda".
La dirección corre a cargo de Juan Carlos Pérez de la Fuente ("Oscar o la felicidad de existir", "Torquemada", "Dalí versus Picasso"), que desde el primer momento nos plantea un interesante juego de continuos saltos en el tiempo para ir desentrañando el misterio que esconde la historia. Un montaje impregnado en todo momento por un halo de misterio que nos hace permanecer expectantes en todo momento. La historia se desarrolla con un ritmo creciente, que nos aboca a un trepidante e inesperado final. El director mima las escenas, dando a cada una su atmósfera particular, su ritmo adecuado, su tono exacto.
La historia nos traslada al Madrid más castizo de finales del siglo XIX, para conocer a Ignacio Selva que acude a su doctor para agradecerle que le haya hecho recuperar las ganas de vivir. El emocionado e hiperexcitado Selva le cuenta al doctor como siguiendo sus consejos ha vuelto a recobrar la ilusión. El doctor, lejos de entender el comportamiento de su paciente le pide que le explique que es lo que ha ocurrido para que se encuentre en ese estado de euforia descontrolada. Selva es un señorito apático y deprimido al que el médico le ha recetado "un tratamiento perturbador: salir a la calle y reencontrarse con la emoción". El hombre ha decidido convertirse en un Sherlock Holmes castizo, para intentar combatir su desidia y buscar emociones fuertes.
El aficionado detective le cuenta al doctor como se encontró de repente con un misterioso caso de asesinato. Todo comenzó con una velada en el Teatro Apolo, donde ocurrió un incidente con un conocido, sin aparente causa justificada para enfado con el que fue increpado. Varios detalles sorprenden a nuestro peculiar Sherlock Holmes, que a la postre serán definitivos en el caso. Un fuerte olor a gardenias, una pequeña mancha de sangre en el traje del hombre... todo esto acaba de alterar a nuestro protagonista cuando a la salida del teatro descubre un cadáver en un descampado. La emoción vuelve, la fiebre detectivesca se apodera de él y con ella de nuevo las emociones y las ganas de vivir. Para completar el círculo, conoce a La Chula, la femme fatale que le vuelve loco y que se convertirá en la pieza clave para solucionar este extraño caso.
El montaje es una delicia. Un texto lleno de fina ironía, con una elegancia que nos hace una precisa composición de lugar. Una historia misteriosa, excitante, perturbadora, emocionante. El montaje nos lleva por las inhóspitas de un Madrid oscuro, lúgubre, que enfatiza el tono misterioso de la pieza. La autora diseña "un héroe inocente sospechoso de un crimen que no ha cometido y obligado a investigarlo por si mismo". Como en todas las obras de Emilia Pardo Bazán, los personajes femeninos tienen un gran peso. En este caso la protagonista femenina es una auténtica femme fatale. El director de la obra recalca que éste "es un rasgo muy audaz por parte de doña Emilia, en aquella época los personajes femeninos de estos relatos tendían a ser más bien pasivos, damiselas en peligro a las que rescatar".
Gary Piquer ("Arte nuevo (un homenaje)", "Julio César", "¿Quién teme a Virginia Wolf?")
es el encargado de dar vida a este señorito metido a detective. Ignacio Selva es un personaje altivo, engreído, emocionado por haber logrado recuperar sus ganas de vivir, y que a base de pura intuición va desentrañando los enigmas del caso. Piquer está solvente en el papel, aunque por momentos le fallaba la voz y era difícil escucharlo. Por lo demás,
la interpretación va creciendo conforme avanza la obra, el personaje cada vez se siente más seguro por haber encontrado su camino, aunque a la vez se va abocando a un final que no entra en sus planes.
El resto de personajes que aparecen a lo largo de la historia los interpreta una impecable Roser Pujol ("La sección", "Siempre pícaros", "La sartén por el mando")
que se mete en la piel del doctor con la misma facilidad y eficacia que en la de la cupletista, pasando por el sereno, el juez, Andrés Ariza o La Chulita Ferna.
La versatilidad de la actriz es encomiable, consiguiendo personajes antagónicos con una facilidad pasmosa en cuestión de segundos. La frivolidad de la cupletista, la serenidad del doctor, la seducción de La Chulita, la deformidad del sereno, la agresividad de Ariza, todos y cada uno de los papeles los ejecuta con maestría, robándole por momentos el foco al personaje principal. Una impecable actuación que engrandece todo el montaje.
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