Estamos ante una singular propuesta que nace como tributo al maestro Miguel Mihura y una de sus obras más emblemáticas, "Tres sombreros de copa", una de sus piezas más representadas y todo un referente de nuestro teatro. Esta secuela del gran clásico es una comedia muy particular, que nos habla de las ilusiones que nos llevan a lo largo de nuestra vida y de la importancia de luchar por aquellas cosas que deseas.
Estamos ante una obra de supuestos ¿Qué fue de la vida de estos dos personajes de la obra de Mihura, Dionisio y Don Rosario, veinte años después de los hechos que se contaban en "Tres sombreros de copa"? ¿Habrán conseguido cumplir todos los sueños que impulsaban sus vidas en aquellos tiempos? Aunque no se puede vivir de ilusiones, sin ilusión tampoco se puede vivir. La ilusión y los objetivos; la pérdida y el encuentro; el recuerdo y el olvido; la compañía y la soledad... son los elementos principales de esta historia, tratados, por amor a Mihura, con mucho humor y un poco de nostalgia". Acompáñenos a conocer lo que ha sido la vida de estos dos míticos personajes de Mihura.
El texto original de Fernando de las Heras es la secuela de uno de los grandes clásicos de nuestro teatro, pero sobre todo es un sentido homenaje a la figura de Miguel Mihura. El autor busca la poética del maestro "porque gran parte de las redes sociales nos castigan a vivir en una inmensa Torre de Babel en donde casi nadie entiende nada. Ingerimos bulos, rápidas mentiras, confusiones, criterios tóxicos, y hay que desarrollar mucha voluntad y mucha paciencia para conseguir una verdad personal y fiable en medio de este universo tan absurdo". Por eso, el hecho de recurrir a la forma del clásico ayuda a regresar a esos tiempos, a esa manera tan particular de ver el teatro y la vida. Con las bases del teatro absurdo nace este texto cargado de nostalgia, de humor, de esencia teatral de otro tiempo.
Para el autor, "Mihura, que no jugaba a ser subversivo social o político, tampoco utilizó los escenarios para la exaltación de ninguna dictadura, antes, lo contario, desde su escritura dramática, reflejó una España muy lejos del sol y sus reflejos, a través de, por un lado, encerrando a sus criaturas a veces en un decorado único, y por otro dejándolas sueltas, aunque muy recelosas y verbalizando sus dudas y haciendo disparates. Pero siempre haciendo partícipe al espectador para que vislumbrase, desde una rendija, una cierta tristeza, que se asomaba y se escondía, en unos rincones de espacios claustrofóbicos, ubicados en un punto desconocido, pero reconocible, de nuestra geografía ibérica, impregnada ésta de una atmósfera de bajas presiones (o de represiones) sociales, y unidas a unas ciertas e insistentes lluvias que calaban a los protagonistas hasta sus huesos más existenciales".
Estos son los mimbres que ha utilizado Fernando para volver a unir a Dionisio y Don Rosario, encerrados en una vieja pensión, plasmando la cruda realidad de la posguerra pero con la nostalgia de aquellas vivencias previas que los unieron a ambos. La historia nos lleva hasta el año 1952, veinte años después del momento en que acaba la obra de "Tres sombreros de copa". "La miseria social y moral, reflejada por Mihura, a través de esa dramaturgia, esa más terrible y dolorosa cuando se estrenó la representación, en 1952 precisamente, que cuando la escribió dos décadas antes". En este contexto es en el que el autor ha colocado la obra. La decadente, empobrecida y lúgubre sociedad de los años cincuenta, en la que era mejor recordar tiempos pasados para evadirse de la dolorosa realidad. Pero esa radiografía de la sociedad nos la presentan al más puro estilo Mihura, con humor absurdo, situaciones surrealistas y una visión casi pop de esta España de la dictadura.
La dirección corre a cargo de Luis Flor, que ha sabido captar toda la esencia del texto para llevar a los actores por la senda del teatro de Mihura, aunque aportando pequeñas pinceladas que hacen que este montaje haya adquirido una personalidad propia. En su debut como director, Flor reconoce "haber hecho un ejercicio de carpintería del teatro de siempre, está todo cuidado y mimado al milímetro". El director reconoce ser un admirador de Poncela y Mihura, por lo que parte del trabajo de cómo abordar la obra ya lo tenía interiorizado. Pone el foco en los actores, de quienes dice que "tienen un aroma Mihuriano de base". Por eso ha preferido darles rienda suelta, que el montaje fluyese al ritmo que los actores marcaban. "Cuando ves que hay materia prima muy buena el trabajo del director yo creo que debe ser no molestar ni entrometerse demasiado. Hay que tratar de limpiar y limar ciertas cosas, pero sin fastidiarla, porque ellos dos ya dan muchas cosas".
Centrándonos en la historia que se nos propone, en este reencuentro Dionisio ya no es aquel chico inocente que tras una noche loca en la habitación de un hotel, se casó con Margarita, su novia de toda la vida. Pasados esos veinte años y después de la guerra, es un hombre distinto, un viudo que busca esa felicidad que recuerda de aquella lejana noche junto a Paula. Luis Flor nos propone una "puesta en escena muy teatral, llena de mucho juego y de música, de poesía, de sorpresas. Una obra en la que cada poco tiempo salta una cosa que no te esperas". En esta búsqueda de la felicidad añorada, llega a la pensión regentada por Don Rosario, con el compartirá vivencias, recuerdos, situaciones absurdas y juntos intentarán dar un sentido a sus vidas.
Para este reencuentro tenemos a Javier Arriero y Roger Álvarez en los papeles de Dionisio y Don Rosario respectivamente. Pero no sólo ellos están en esta alocada historia, ya que escucharemos a lo largo de la obra las voces de Loles León, Marta Fernández Muro, Millán Salcedo, David Fernández Navarro y Sixto Cid, interpretando a los distintos personajes que rondan por la historia. Arriero y Álvarez se compenetran a la perfección en escena, dando vida a estos dos personajes tan entrañables como esperpénticos. Arrieronos muestra a un soñador Dionisio, que busca la felicidad de la que disfrutó hace veinte años. Roger Álvarez (que ya interpretó este personaje en la versión que se hizo en 2019 en el CDN) nos regala a un Don Rosariodesatado, imprevisible, absurdo, impredecible. Los momentos en los que Dionisio habla por teléfono y Roger hace la mímica de las voces es de lo mejor del montaje.
Pero todo esta historia no terminaría de encajar sin el preciso e impecable diseño de sonido de Nazan L. Bamio. La música y las voces acaban siendo partes esenciales de la obra, convirtiéndose en un personaje más. La música evoca en los personajes un pasado feliz y además los actores nos sorprenden con momentos musicales interpretados por ellos mismos. La escenografía de Lino Lemond (que se encarga también del vestuario) es muy mihuriano, con esos espacios angostos, lúgubres, fiel reflejo de aquella época. Por último, la calidez en las luces de Alex Espeso hace de la obra un espacio íntimo.
Los sombreros olvidados es una obra hecha con mimo y cariño para ofrecer a los espectadores una historia entrañable llena de ternura, nostalgia, magia e ilusión. Es un canto a la amistad y a los sueños por cumplir, a la importancia de rodearte de las personas que te hacen feliz, es una invitación a reír y a soñar y es un bello homenaje a la figura de un dramaturgo que tanto hizo por las Artes Escénicas en un momento muy complicado para nuestro país: Miguel Mihura.
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