Teatro: Los nadadores diurnos (Salón de belleza). Naves del Español


Casi una década después de sorprender a propios y extraños con su aclamada "Los nadadores nocturnos", la cual que recibió entre otros, el Premios Max al mejor espectáculo revelación en 2015, el tándem formado por Carlota Ferrer y José Manuel Mora nos llevan de nuevo a ese onírico universo, desde el mismo espacio en el que estrenaron la primera parte, las Naves de Matadero. Esta secuela nos habla de cuidados, de búsqueda de una identidad, de almas perdidas en busca de redención. Esta nueva entrega de los nadadores huye de la violencia para refugiarse en lo sagrado, en lo espiritual, en lo ancestral.




Esta obra guarda similitud a "Los nadadores nocturnos", pero no es necesario haber visto la obra original para disfrutar de esta segunda entrega. Ambas obras muestran un collage de vidas rotas, los personajes se unen para dar sentido a su existencia, a pesar de no encajar con la sociedad por tener deseos sucios, dañinos y viciosos. Ellos están decididos a luchar y purificar sus deseos más oscuros para darle luz, porque en el fondo de su ser sienten el aislamiento al no ser adaptados, sienten el rechazo de una sociedad hipócrita, ellos como nosotros buscan la esencia del bienestar; ser amados. Pero esta nueva pieza tiene mucho que ver formalmente con su predecesora, cimentándose en la música, la palabra, la danza y la expresión corporal de unos actores que lo dejan todo en ese espacio vacío que es la escena.




Entramos en la sala Max Aub en Naves Español en Matadero, en una atmosfera surrealista (mi sensación fue como estar en la nada, como si todo quedara por pasar) en la que los espectadores estábamos en una especie de purgatorio, ese estadio en el que mirando atrás puedes entender el porqué de camino vital, construyendo la lógica de tu existencia. El primer choque fue ver el espacio escenográfico, realizado por Eduardo Moreno, me inquieta... en un principio tenía la sensación de que faltan cosas en escena... El escenario está vacío, todo negro, suelo, fondo, laterales, a excepción de unas luces Led formando un marco de puerta simulando las puertas del cielo o el umbral a la muerte, el cual toma gran importancia a lo largo de toda la obra. Esta iluminación tan sugerente corre a cargo de David Picazo. Cuando el sonido off de la sala nos anuncia que apaguemos los móviles, que la función esta apunto de empezar…. Comienza a cohesionar la composición escenografía, la iluminación con el espacio sonoro y musical realizado por Tagore González, comienza la magia del teatro y todo toma sentido. Un extraño Cowboy rema encima de una barca imaginaria, sobre unas aguas de humo, él es el encargado de llevar a los espectadores como ganado, o como Caronte que llevaba las almas de los muertos al Hades, a su lugar de descanso, y es que la obra está llena de simbología cabalística, mitología, cristiana.  



La pieza nos hace una inmersión en los mares de un texto surrealista y performático, donde hay desnudos, humor negro, danza, canciones y música en vivo. El dramaturgo José Manuel Mora y la directora Carlota Ferrer, rescatan la historia de estos personajes inadaptados que se reúnen esta vez en un salón de belleza para prepararse física y moralmente para una nueva vida, o quizás para la muerte. Uno a uno pasarán por experiencias y pruebas varias, de las cuales los espectadores seremos voyeurs de primera mano, tendrá que morir una parte de su ser y renacer como otra persona. Para José Manuel Mora, éste "es un espectáculo en el que los personajes (los nuevos parias de este siglo, herederos de los nadadores nocturnos) son capaces de ver belleza allí donde otros sólo verían dolor", a lo que la directora Carlota Ferrer añade que "de alguna manera, estas voces y cuerpos han sido capaces de sobreponerse a situaciones vitales extremas y, pese a todo, tratan de vivir sus vidas aceptando y transformando sus heridas y errores en expresión artística. A veces tengo la sensación de encontrarme en los ensayos ante una misa laica".



Como si fueran alquimistas, estos peculiares nadadores tienen que transformarse, de carne a hueso, de hueso a polvo y así hasta resucitar en el salón de belleza; su paraíso personal, situado en París, donde se traslada una parte de la escena, y jugando a lo simultaneo con otros personajes, nos vemos en el pasillo imaginario de un hotel en Oporto, donde el hijo de Jone G, fundador de la anterior congregación de los nadadores nóctulos, duda si pasar a una habitación donde ha de cambiar. El hijo de Jone G es el encargado de hilar los fragmentos de las vidas rotas de los personajes en la anterior hasta encajarlos con los nuevos. No contento con su existencia, explica las vicisitudes de su concepción y a partir de ahí, una serie de personajes se van presentando y contando traumas y pasiones que los han llevado hasta el momento actual.


Y en esta trama fragmentada en dos historias que transcurren en paralelo, iremos redescubriendo a algunos de los personajes de los nadadores nocturnos. En la primera de las historias veremos a un hijo en busca de su padre por las calles de Oporto. Manuel Tejera interpreta al vástago de Jean G. (interpretado por Juan Codina), líder de la secta en la obra anterior. Este hijo no sabe que hacer con la herencia recibida y busca respuestas mientras se cruza con peculiares personajes como un gerente de hotel, un empleado de papelería, un espiritista y hasta un Dios cansado de que los humanos no hagan nada bien. Codina muta de manera impecable por la piel de todos estos personajes en un continuo diálogo entre el padre y el hijo, que el propio autor reconoce tener partes de su propia biografía: "busco parte del sentido en esa reconquista de espacios sagrados en lecturas del Evangelio, de la Torá o del Corán, y encuentro una belleza, una calma y una paz que no encuentro en muchos otros textos. Te hablo como persona que tiene muchas dudas, pero en esas dudas está la creencia de que hay algo más allá entre tu y yo, que tiene que ver con Dios. Cuando hicimos "Los nadadores nocturnos" había mucho tabú con la sexualidad y ahora ese gran tabú está en la dimensión sagrada, porque cuando yo hablo de Dios no me refiero a alguien que está ahí arriba, estoy hablando de la conquista de nuestra humanidad, de que nosotros somos dioses y tenemos una responsabilidad en la creación".





En la segunda de las historias que componen la obra, iremos conociendo a todos estos peculiares personajes que entran a formar parte de esta nueva secta que son los nadadores diurnos y que ya conocíamos del primer montaje. El salón de belleza será el lugar en el que se reúnen el Mendigo, interpretado por Tagore González, el Joven Performer, a quien da vida Enrico Bárbaro, el Hombre solitario que es Carlos Beluga, la Taquillera de cine, interpretada por Carlota Ferrer, la Mujer Rota, a la que da vida Julia de Castro, o el Chico Paloma, que es Alberto Velasco. Todos ellos buscan el encontrar un lugar seguro, para cuidarse mutuamente y poder volver a empezar, o quizás dar el paso definitivo hacia la muerte. Carlota Ferrer reconoce que, al contrario que en los nadadores nocturnos, aquí "la liberación pasa por una idea mucho más introspectiva y de reflexión en torno a los cuidados, cuidados entendidos como sacrificio, y por eso aquí no hay fiesta, porque yo creo que cuidar a cualquiera que no sea una misma es un sacrificio. Porque la vida, tal y como funciona el sistema, no nos deja tiempo".





Estos nadadores diurnos buscan transcender en el salón de belleza, sus traumas, sus neurosis, sus adicciones, sus complejos, formando una nueva orden más espiritual que cuando formaron la anterior congregación. Esta vez no llegan al éxtasis follando y nadando en la piscina como en los nadadores nocturnos, ahora cabalgan por sus más duras emociones, hasta morder el polvo y hacer añicos sus cuerpos, sus almas. Sacando a la vista del espectador la fuerza, la belleza, la compasión, la ayuda al prójimo, el amor, junto con lo más repulsivo de ser humano, lo animal, lo frio, calculador, lo tosco. Esta es la mezcla de los ingredientes que componen la pieza, vemos como se funde la luz y la sombra, sin casi poder definir con claridad que es cada cosa.





La obra en su conjunto se hace especialmente larga (más de dos horas de viaje catártico). Los discursos son extensos e intensos, al igual que las coreografías, la música, y los cambios escénicos, que saltan con no demasiada coherencia ni cohesión, algo que hace que el espectador pueda llegar a saturarse o zozobrar durante la obra. Da la sensación de que hay aspectos que son redundantes y estereotipados, como soflamas sobre el existencialismo o traumas sexuales muy manidos en la historia de la literatura y la psicología. Sin embargo, lo que no se puede negar es que la obra está muy bien ejecutada. Todo absolutamente está bien hecho. Los actores interpretan son una energía que llena la sala, son además virtuosos de la música que suena con fuerza, y todo encaja en la escenografía que plantea Carlota FerrerLos textos de José Manuel Mora tienen mucha fuerza, y recuerdan aspectos de la tragedia clásica como Saturno devorando a sus hijos, o mitos freudianos muy evidentes de represión y revelación. Un gran montaje que se pierde en ocasiones en los excesos y que cobraría aún más fuerza con una mayor simplificación.  

 



Y para ordenar mi mente me pregunto... ¿Qué hay en la obra? Además del reencuentro con estos particulares seres, hay una estética y unas intenciones muy claras que es necesario aplaudir. Hay que destacar las líneas generales que marcaban a su antecesora y que siguen dibujando marcando la trama de esta: el surrealismo, el humor negro, la crítica social, la danza, la expresión corporal, la trascendencia de lo que cuenta, mucho más del texto en sí mismo. Si conseguimos desgranar lo esencial de la obra (que quizás se diluye demasiado por la acumulación de cosas que quiere contar), llegamos a una serie de interesantes reflexiones sobre los cuidados, la vida y la muerte, la búsqueda de la propia identidad. 

Por encima de todo, no podemos obviar el descomunal trabajo de Juan Codina, que va diseccionando sus diferentes personajes en un alarde interpretativo maravilloso. El resto del reparto que se compenetra a la perfección, entregados a la causa como seguidores de la gran secta. En escena les veremos cantar, bailar, tocar instrumentos, todo ello con una fabulosa solvencia. También hay momentos realmente brillantes (aunque se difuminen un poco por lo farragoso del conjunto) como los que nos brinda el impecable Alberto Velasco en su solo de danza, o el momento en que la taquillera, Carlota Ferrer, nos cuenta su fantasía de ser violada por un grupo de albanokosovares (surrealismo pintoresco que funciona y nos hipnotiza), o la sesión trance en la que los actores ejecutan una coreografía que les lleva hasta la extenuación. Pinceladas maravillosas en un montaje que no llega a las cotas de su predecesor.



RESEÑA ESCRITA POR CRUZ MOLINA

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Teatro: Naves del Español. Sala Max Aub.
Dirección: Paseo de la Chopera 14.
Fechas: Del 8 de Febrero al 5 de Marzo. De Martes a Domingos a las 19:30. Horario especial de Carnaval: 18 de Febrero a las 20:30. 135 min. aprox.
Entradas: Desde 15€ en Teatro EspañolPrograma de mano.



FICHA ARTÍSTICA

Texto y dramaturgia: José Manuel Mora

Dirección: Carlota Ferrer

Con Enrico Bárbaro JR, Carlos Beluga, Julia de Castro, Juan Codina, Carlota Ferrer, Tagore González, Manuel Tejera y Alberto Velasco

Diseño de espacio escénico: Eduardo Moreno

Diseño de iluminación: David Picazo (AAI)

Diseño espacio sonoro y composición musical: Tagore González 

Diseño de vestuario: Carlota Ferrer

Asistente de arte: María García-Concha

Ayudante de dirección: Manuel Tejera

Colaboración especial en la escritura: Manuel Forcano

Asistencia a la dramaturgia: José Manuel Martín

Traducción al italiano: Antonella Càron

Una producción de Prevee SL, Draft.Inn y Teatro Español en colaboración con el Teatro Principal de Zamora y el Laboratorio de las Artes de Valladolid


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