Teatro: El proceso. Teatro María Guerrero

La burocracia nos lleva por laberintos de los que muchas veces es imposible salir. Papeleos, leyes ambiguas, trámites infinitos, funcionarios que te mandan de una a otra ventanilla, gestiones infinitas que van minando la paciencia de cualquiera y que nos van llevando contrarreloj hacia el abismo. Un oscuro y angustioso camino hasta encontrar la luz o sumirse irremediablemente en la total oscuridad. Y todo esto se plasma en este montaje de forma maravillosa, soberbia, impecable.


Era una de las obras más esperadas de la temporada y podemos decir que no ha defraudado, aparecerá en todos esos listados en los que se valora lo mejor del año teatral. Con la dificultad de llevar a la escena un texto tan denso como este, Ernesto Caballero nos propone un universo tenebroso, áspero, hostil, en el que el indefenso y asfixiado (por una situación que le supera en todo momento) protagonista deambula entre la incertidumbre y el miedo, buscando respuestas en ese mar de interrogantes que le zarandea llevándole cada vez más lejos de su objetivo. 


Esta coproducción del Centro Dramático Nacional y Lantia Escénica nos lleva a un turbio conflicto, que no sabemos muy bien cual es, pero que va acorralando poco a poco al presunto culpable, que desde el primer momento asiste anonadado a todo lo que le pasa. Una suerte de malentendidos y lugares poco definidos, de situaciones que no terminan de resolverse por la burocracia, la dejadez, o el continuo trapicheo que nos corrompe. El texto lapidario de Kafka nos golpea con brusquedad, al vernos reflejados en muchas de las imágenes y situaciones que se narran en esta historia. Un relato de una tensión creciente, que nos va acorralando, tensando la cuerda mientras notamos que nos acaba el tiempo, un intento de buscar respuesta que se va descubriendo como una caída hacia los infiernos de lo más turbio de la sociedad.


Ernesto Caballero ("El laberinto mágico", "Madre Coraje", Hannah Arendt", "Tartufo") ha sido el encargado de versionar y dirigir este montaje basado en la novela de Franz Kafka, y tenemos que reconocer que ha conseguido plasmar toda la angustia vital del protagonista, todo lo escabroso de una sociedad corrupta y plagada de burocracia inútil, pero por encima de todo ha creado un universo sórdido y oscuro que nos atrapa, que nos inquieta y nos incita a participar de él, a vernos involucrados por todo lo que ocurre en escena. Caballero explica que es "una hermosa fábula que nos habla de nuestros miedos y limitaciones a la hora de acceder a las causas últimas de nuestro paso por el desvencijado escenario de este mundo". El dramaturgo desgrana un texto denso que no deja de ser "una tragicomedia del hombre contemporáneo".

En esta versión podemos ver un descorazonador reflejo de nuestra sociedad, nos habla de que "la inseguridad jurídica es la metáfora de la incertidumbre del ser humano de nuestro tiempo que, habiendo perdido todo sentido de trascendencia, conserva un ancestral sentimiento de culpa. Eso lo aboca a involucrarse en oscuros procesos de autodestrucción. En un nivel más inmediato está presente el delirante sistema burocrático al que los españoles somo especialmente proclives desde tiempos de Felipe II. Hoy esa infernal madeja se ha trasladado a los obtusos formulismos telemáticos de la Administración o de entidades como los bancos". 


El montaje transcurre por delirantes laberintos que rozan el absurdo y que van empujando al protagonista por un engorroso entramado de de trámites burocráticos y compadreos corruptos, que tienen como único fin la subsistencia. Un amalgama de curiosos personajes se van cruzando en su camino y enredando más la madeja del proceso en el que se ha visto envuelto sin saber muy bien como. La angustia, la frustración, la rabia, se van apoderando poco a poco de Josef K mientras va transitando por este proceso que en si mismo es su propia condena. Un montaje con tintes expresionistas, en el que veremos extravagantes personajes como el pintor retratista de jueces, la sensual cuidadora, los abnegados funcionarios, los déspotas abogados. Un collage de situaciones turbias que debe recorrer el protagonista ante la mirada inquisidora de todos los ámbitos de poder, desde los jueces al capellán.


Esta adaptación, en palabras del director, "se inspira en el relato que el personaje del capellán de la cárcel le refiere a K en el penúltimo capítulo de la novela: la historia del reo que permaneció toda su vida a las Puertas de la Justicia tratando infructuosamente de franquearlas hasta perecer en el intento. El acceso cegado a unos arcanos inaccesibles al común de los mortales se concreta visualmente en una concepción escenográfica que remite a la oscura sacralidad de un arbitrario aparato judicial, sobre cuyo estrado actúa un kafkiano como un personaje proteico y multiforme, acaso la encarnación de las peores pesadillas del acusado Josef K y también de las de todos nosotros".



En este montaje, en el que todo es de una certeza insuperable, el elenco es una de las piezas más destacables, por su extraordinario trabajo coral. Carlos Hipólito, dando vida a Josef K, se convierte en el centro de la acción, sobre el que giran el resto de intérpretes, que se van desdoblando en los diferentes personajes con los que se cruza el protagonista. Alberto Jiménez está increíble en sus creaciones de personajes casi antagónicos. Desde el funcionario abnegado Franz al rotundo capellán de la prisión, pasando por el extravagante pintor Titorelli, retratista de jueces. Un trabajo minucioso e impecable. Paco Ochoa resulta odioso en su papel de juez instructor, tierno como el tío Albert, frágil en el papel del hombre al que está ayudando el abogado, todo ello cargado de verdad, de sencillez de fuerza. El resto del reparto también rozan la excelencia en todos los papeles que interpretan. Ellos son Olivia Baglivi (fabulosa en todos sus papeles, especialmente en el de Leni, dando también vida a la señora Bürstner y a una de las niñas de Titorellli), Felipe Ansola (Estudiante, el azotador y el fabricante), Jorge Basanta (que interpreta a Willen y a Huld), Ainhoa Santamaría (dando vida a la señora Grubach, a la mujer del juzgado y a la segunda de las niñas de Titorelli) y el gran Juan Carlos Talavera (inspector, Ujier, jefe de departamento) que está impecable hasta de retrato de juez.



A todos estos papeles que interpretan los diferentes actores hay que sumar las composiciones que realizan como elenco, desde los funcionarios que trabajan en el juzgado a los desesperados acusados a la espera de juicio (que se puede ver en la foto de arriba) hasta la fabulosa imagen que componen en la iglesia. Un trabajo coral preciso y maravilloso, a lo que hay que sumar el continuo cambio de escenografía, que ellos mismos van construyendo. Y, como hemos dicho antes, todo esta maravilla gira en torno al personaje de Josef K, al que Carlos Hipólito le da miles de matices a lo largo de la obra. No vamos a descubrir ahora a este actor, pero su capacidad para crear desde el minimalismo es asombroso. Lo que hace en este montaje es una delicadeza prodigiosa, manteniendo el pulso a todas las adversidades que le van sucediendo sin perder esa mirada de asombro, esa presencia de debilidad, un hombre que se va consumiendo en su propia desgracia.



A todo esto hay que sumar una imponente escenografía diseñada por Mónica Borromello a dos niveles, una pasarela superior con varios huecos y un conjunto de mamparas en la parte inferior que se van convirtiendo en todo tipo de elementos para crear los distintos lugares que visita K. Un prodigio de creatividad y originalidad. Una impecable iluminación de Paco Ariza, que nos traslada a ese universo oscuro, lúgubre, tenebroso, que le viene tan bien a la trama. Y todo ello con el embaucador espacio sonoro creado por Miguel Agramonte, la monumental música original de José María Sánchez-Verdú y el cuidado vestuario de Anna Tusell.
 


En definitiva, y sin querer parecer redundante, estamos ante una de las obras de la temporada. Con la dificultad que tiene un texto tan engorroso como este, Caballero ha sabido crear un universo oscuro y denso, tenebroso y hostil, que con una impronta casi cinematográfica plasma a la perfección la esencia de la obra, jugando con momentos oníricos y otros de lo más surrealista. A esto hay que sumar un elenco en estado de gracia (lo de Hipólito es de otra liga) y una parte técnica cuidada al dedillo para que cada escena, cada instante, cada imagen, se nos queden grabados por mucho tiempo. Vayan y disfruten, déjense arrastrar por este proceso tan absurdo y a la vez tan pegado a la realidad. 

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Teatro: Teatro María Guerrero
Dirección: Calle Tamayo y Baus 4.
Fechas: Del 17 de Febrero al 02 de Abril. De Martes a Domingos a las 20:00. 1h 35 min. aprox. Función matinal: 14 de Marzo a las 12:00. Encuentro con el público: 2 de Marzo. Funciones accesibles: 16 y 17 de Marzo.
Entradas: Desde 6€ en entradasinaem

EQUIPO

Versión y dirección

Ernesto Caballero

 

Reparto


Felipe Ansola (Estudiante, Azotador, Fabricante), Olivia Baglivi (Señora Bürstner, Leni, Niña Titorelli 1), Jorge Basanta (Willem, Huld), Carlos Hipólito (Josef K.), Alberto Jiménez (Franz, El pintor Titorelli, El capellán de la prisión), Paco Ochoa (Juez instructor, Hombre alto, El tío Albert, Block), Ainhoa Santamaría (Señora Grubach, Mujer del juzgado, Niña Titorelli 2), Juan Carlos Talavera (Inspector, Ujier, Jefe de departamento)

Escenografía

Monica Boromello

Iluminación

Paco Ariza

Vestuario

Anna Tusell

Música original

José María Sánchez-Verdú

Espacio sonoro

Miguel Agramonte

Caracterización

Sara Álvarez

Movimiento

José Luis Sendarrubias

Ayudante de dirección

Pablo Quijano

Ayudante de escenografía

Mauro Coll

Auydante de vestuario

Eleni Chaidemenaki

Ayudante de iluminación

Daniel Checa

Fotografía

Luz Soria

Vídeo

Bárbara Sánchez Palomero

Coproducción

Centro Dramático Nacional y Lantia Escénica

 


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