Calderón
es el último estreno de esta temporada en la sala Tirso de Molina del Teatro de
la Comedia de esa maravillosa idea que ha sido el Ciclo de diálogos
contemporáneos. Una idea que nos sumerge en el diálogo que mantiene un dramaturgo
contemporáneo con obras clásicas que se representan a la vez en la sala
principal del mismo teatro.
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El último diálogo que tenemos la oportunidad de disfrutar
esta temporada es el que tiene lugar entre Xavier Albertí y El monstruo de los jardines
de Calderón de la Barca; y que tiene por nombre Calderón.
Se nos muestran aspectos poco conocidos de la vida de Calderón,
empezando por las distintas ocasiones en que su cuerpo fue exhumado por uno u
otro motivo. Desde la primera vez en julio de 1840 en la Iglesia de San
Salvador en la calle Mayor, pasando por su entierro en el cementerio Sacramental
de San Nicolás; su posterior entierro en San Francisco el Grande, para volver a
la Sacramental…y así hasta hoy. No es por ello de extrañar que actualmente se
ignore el paradero de su cuerpo.
Los motivos para tanta exhumación son variados, desde el
peligro de derrumbe de la iglesia donde se encontraba, evitar saqueos durante
la guerra “incivil”…
Una de las cosas que más me llamó la atención es lo
interrelacionado que está todo. Calderón redactó un nuevo testamento pocos días
antes de morir. En él expresa sus últimas voluntades, tanto en lo que respecta a
su entierro, como al reparto de sus bienes.
En cuanto a su entierro deja escrito lo siguiente: “Dispongan
mi entierro, llevándome descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las
públicas vanidades de mi malgastada vida con públicos desengaños de mi muerte.
Y asimismo les suplico que para mi entierro no conviden más acompañamiento que
doce religiosos de San Francisco, y a su Tercera Orden de hábito descubierto,
doce sacerdotes que acompañen la cruz, doce niños de la Doctrina y doce de los
Desamparados”.
Pues bien en el príncipe constante representada hace unos pocos meses en el Teatro de la Comedia, aparece el testamento del príncipe que guarda muchas semejanzas con el testamento que dejó escrito poco antes de su muerte Calderón.
Como señalaba, en Calderón
se nos acercan aspectos menos conocidos de su vida, su pensamiento, sus
inquietudes, su obra poética, su afilado sentido del humor, los vaivenes económicos
por los que atravesó a lo largo de su vida que le hicieron pasar por bastantes
dificultades económicas.
Para los que tuvieron la
oportunidad de ver hace un par de temporadas la maravillosa Caravaggio,
Vermeer y Velázquez, en la misma sala del Teatro de la Comedia y con
los mismos autores Xavier Albertí y Alejandro Bordanove; este Calderón me recordó
mucho a aquella.
Una obra tan teatral
como musical, donde la voz, la palabra y la música se van alternando durante algo
más de una hora.
Una hora de deliciosa charla
entre amigos, donde Albertí nos acerca aspectos, anécdotas y curiosidades de la
vida de Calderón entre mezclada con figuras como la de Jesús, San Pedro, San
Pablo, Santa Teresa de Jesús, Prim…..
Reflexiona sobre si no
sería mejor dedicar los recursos que se están utilizando para buscar donde se
encuentran los restos de Calderón, a promover y divulgar su obra.
Tanto la dramaturgia
como la puesta en escena conlleva una buena dosis de acidez. Junto a la palabra
y la música, hay un tercer protagonista sobre el escenario y no es otro, que
una gran olla en la que se va haciendo un caldo cuyo olor inunda la sala. Un
caldo en el que se bromea sobre echar el último hueso de Calderón.
El texto obra de Xavier Albertí
es una pequeña joya, que cuenta con un poquito de todo, por momentos didáctico,
por momentos poético, a lo largo de él está también muy presente el humor, un humor
a veces ingenuo e inocente y otras veces ácido y corrosivo.
La escenografía está
compuesta por un piano con un diapasón que nos va marcando el tiempo, y una
pequeña mesa donde se va cociendo a fuego muy muy lento el caldo del que
hablábamos anteriormente.
Mención especial para la
música de Bach, interpretada al piano por el propio Albertí, simplemente maravillosa
tanto la elección de piezas como su ejecución.
Comparte escenario con
él, Alejandro Bordanove que da muestras a lo largo de la obra de su enorme
versatilidad.
Con la misma soltura y resolución
que mostró ya en la mencionada Caravaggio, Vermeer y Velázquez,
es el contrapunto ideal a un Xavier Albertí con el que muestra una gran
complicidad.
En definitiva una
pequeña joya que no deberían perderse y ya contando los días para la nueva temporada
de estos diálogos contemporáneos.
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