Algunos días amanecen más oscuros
que otros. Hoy toca uno de esos en los que sin parpadear miramos alrededor
temblando ante la similitud de un presente tocado de pasado con el aire de entreguerras
que parecemos respirar. Y a pesar de todo cogemos la careta del armario y
salimos a comernos el mundo platónico de nuestras pantallas. Con la mía cargada
de la melancolía adocenada de los misántropos de mi generación, vuelvo a La
Abadía. Allí me esperan Bernhard, Lupa y el Lliure. Inspiro hondo porque a
pesar de la escenografía cerrada, se avecinan curvas en los entretantos.
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