Algunos días amanecen más oscuros
que otros. Hoy toca uno de esos en los que sin parpadear miramos alrededor
temblando ante la similitud de un presente tocado de pasado con el aire de entreguerras
que parecemos respirar. Y a pesar de todo cogemos la careta del armario y
salimos a comernos el mundo platónico de nuestras pantallas. Con la mía cargada
de la melancolía adocenada de los misántropos de mi generación, vuelvo a La
Abadía. Allí me esperan Bernhard, Lupa y el Lliure. Inspiro hondo porque a
pesar de la escenografía cerrada, se avecinan curvas en los entretantos.
Las paredes del hogar alemán destilan
una inquietante decadencia que hace pesado el aire en el interior del escenario,
y Marta Angelat rueda con su silla mientras en el fondo de butacas alternan las
gentes del mundillo que no han dejado de mirarse entre ellos. Y la actriz se
mueve, solo se mueve, y comunica a voces, porque esta es una obra que habla en
los silencios. Cuando callamos por fin, comienza el baile y el texto hilvana realidades
en los gestos de las palabras no dichas que se enredan en nuestros despistados
sistemas nerviosos. Pasan los minutos y es Mercè Aránega quién plancha junto a
su hermana la toga de Pep Cruz, el hombre.
Sé que pasará el tiempo y que el poso
de lo vivido se irá asentando en mi intelecto y en mi jodido corazón. Porque
Lupa mola, qué coño. Años ha de ese Fin
de partida con José Luis Gómez que me encadenó a Beckett con una fuerza
desigual, y carezco de dudas en lo que a Bernhard se refiere. Palabras oídas en
Mis premios también en la Abadía me
hacen acercarme a la B en las estanterías de la biblioteca del barrio; pero es
Zweig el que resuena en los segundos de la representación. El 7 de octubre era
el cumpleaños de Himmler y el adalid de la justicia (el hermano) lo celebra
cada año. Puertas cerradas y violencia en el aniversario de la Vida que ya
nunca será.
Las casi cuatro horas necesarias
para desarrollar la historia se hacen un suspiro en el público, no así imagino
en los cuerpos del elenco, que acumulan la tensión de la repetición en sus
músculos. Una belleza de tan oscura profundidad y factura no se logra en un
suspiro.
Leo por ahí que este ahora es el cómplice
de un nihilismo anterior más profundo y arraigado, que se originó cuando occidente
decidió no pensar el ser. Heidegger, el Nazismo, Nietzsche, Trump… las curvas
no se acaban al salir de La Abadía.
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Teatro: Teatro de la Abadía.
Dirección: Calle Fernández de los ríos, 42.
Fechas:
Del 29 de noviembre al 16 de diciembre, 2018.
Entradas: Teatro de la Abadía.
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