Llega el final, la hora de ajustar cuentas, de reprochar todo aquello que durante tanto tiempo nos ha sido indiferente y que de la noche a la mañana nos desgarra por dentro. Es el tiempo del conflicto, de la batalla por saber quien ha tenido la culpa, quien carga con una mayor mochila, quien está en posesión de la verdad, quien tiene que pedir perdón. Pero en esta lucha despiadada nadie está dispuesto a ceder, porque hay muchas cosas en juego, no solo el amor propio o la verdad del relato, sino cosas mucho más valiosas que nos afectan a los dos, pero también a los que nos rodean.
Comienza la temporada en el Teatro Abadía por todo lo alto. Con la reposición de "A vueltas con Lorca" y uno de los regresos más esperados, el de la familia Kamikaze, que a muchos nos dejó huérfanos con el cierre del Pavón Teatro Kamikaze. Vuelven con uno de sus mayores aliados, Pascal Rambert, quien estrenó en el Teatro de la Calle Embajadores "Ensayo" o "Hermanas" y donde recuperó "La clausura del amor". Ahora regresa con esta desgarradora historia de una pareja en una lucha constante por la vida, por la custodia de la hija común, por el amor perdido.
Hacía frío anoche en el Abadía. Dentro y fuera de escena. Hacía frío en esa habitación de hotel, en esas gradas, en la noche helada finesa. Hacía frío. Frío tenían también Israel e Irene. Irene e Israel. Frío y ganas de pelear, de combatir, de hablar, de convencer, de sufrir. De amar. Cuatro de la madrugada. Ventanales amplios. Una pareja en la cama de un hotel. En Finlandia. Fuera frío, dentro también.
Comienza por fin este inquietante y esperado ensayo con público. “Levántate”. Israel viene desde Madrid, desde su Lavapiés del alma, para ver qué ocurre con Irene, su pareja, su compañera, que está rodando una película china por las finlandias. Llevan años de convivencia, una hija en común, pero también un vacío en común. Muchos huecos que no saben como ocupar, muchos silencios que no se pueden llenar, muchas respuestas que ya no se pueden responder.
En poco más de una hora sabremos lo que ocurre en esa habitación. A las cinco y veinte.
Israel Elejalde e Irene Escolar protagonizan este montaje a su medida, escrito para ellos, ya que Rambert suele escribir sus historias para unos actores determinados, pensando en ellos desde el mismo momento en que comienza la escritura. Irene e Israel, Escolar y Elejalde, tenían que ser ellos. Una masculinidad determinada, una feminidad muy precisa, dos monstruos de la interpretación en manos de este combate dialéctico en el que nadie puede salir ganador (Quizás solo el espectador al disfrutar de sus interpretaciones).
Estamos en una jaula, donde va a comenzar un combate dialéctico, simbólico, físico. Todo en esa jaula de cristal donde Irene e Israel nos hablan de lo divino y lo humano, del amor que se va, del que ya no vuelve, de lo bonito que era todo cuando mirábamos aquel techo en aquella habitación italiana, con grietas que nos gustaban, que ahora nos distancian. Les distancian. A nosotros no, nos acercan. Peleamos con ellos, discutimos, sentimos. Pensamos y reflexionamos sobre todo lo que nos venden, la envoltura del amor en un vino posterior donde uno no sabe ni donde situarse ni hacia dónde tirar. Como Israel e Irene. “Soy un hombre al que la mujer que ama le está dejando poco a poco”.
Gotas de humor ácido aderezan el cóctel de reproches, lleno de poder, de miedo, de fracaso, de incredulidad. De celos. Las cuatro y veinticinco. Llega la pausa. Se nos congela el amor, como en la calle. La realidad deja paso a la decepción. Y los hijos, la paternidad, la maternidad, el sacrificio. La separación, la custodia. Ellos en medio, arropados con las tecnologías para no sentir, para no escuchar, para que duela menos. Conflictos sin resolver que se enraízan en lo más hondo, y van volteando y creciendo cual enredadera emocional. Y de ahí ya no se puede salir. No te dejan salir.
En un combate sin vencedores ni vencidos, Irene e Israel, dos grandes.
Nos agotan, nos molestan a veces, nos confunden, nos cansan en escena. Nos hieren. Sufrimos con ellos porque ya les queremos, aunque no les comprendemos siempre, a veces sí. Es que son muy grandes. Es que son dos gigantes peleando en un texto maravilloso, ingenioso, que no nos da tregua. Que nos inunda por todas partes, metiéndonos el frío dentro, muy dentro, que ya nos va a acompañar durante toda la noche.
Maravillosos ambos en su trabajo, en su esfuerzo, en su lucha. En su pasión. Como nos llevan donde quieren, como nos manejan a su antojo, como nos hace posicionarnos en uno u en otra, o en ninguno, o en los dos. Como nos golpean una y otra vez. No sabemos ya quiénes son los kamikazes, si ellos o nosotros. No desvelo más actores o actrices por no espoliar el combate, no vaya a ser que salga nulo. Y es que sale uno agotado del improvisado ring.
Y uno sale así en gran medida por esa lucha dialéctica y ese ataque hacia los más débiles, hacia los que no se pueden defender. Hacia lo que fuimos un día. Hacia lo más preciado de nosotros mismos, nuestros hijos. Y duele, duele ver cómo nos manejamos los adultos en ese campo, como erramos, como la cagamos una y otra vez con una verborrea que desprotege al ya de por sí indefenso e inocente. La sociedad ha cambiado sí, el mundo de la niñez y la adolescencia también. Y como nos quejamos, peroy ¿Quién ha provocado ese cambio? ¿Los niños? ¿Los adolescentes? Piensen en ello.
Este texto es de agradecer que nos lleve a esta reflexión. Vamos de cabeza a un mundo cada vez más irreflexivo e ingrato para todos. Y Putin no tiene la culpa de todo.
Pascal Rambert con ese discurso, con ese texto, con ese espacio y con esa dirección (la de cosas que hace este señor) logra crear esa atmósfera fría , ese parlamento que nos ha golpeado ya irremediablemente , que nos ha hundido poco a poco en argumentos que nos taladran para alborotar neuronas y principios. Quizá algo de violencia gratuita sobraba, quizá un giro era necesario. Quizá, pero estamos en Finlandia, no lo olviden. Y estamos en esta cárcel que ha diseñado el propio Rambert (y que ha realizado de manera impecable Mambo Decorados), y nos traspasa la fría y calculada iluminación creada por Yves Godin, porque estamos en Finlandia y todo es frío y doloroso.
Irene Escolar con calzón gris e Israel Elejalde con calzón blanco (nunca mejor dicho lo de calzón). Que comience el combate, que empiece la batalla. Empieza la lucha porque se ha perdido todo lo anterior, y ahora toca defenderse, atacar, protegerse del oponente, desmontarlo para crecer uno mismo, en la derrota del oponente reside nuestra victoria. Vengan preparados al Abadía. Traigan abrigo. Aunque haga calor fuera, dentro se helarán. Disfruten del prematuro invierno. Vengan al teatro. Vivan la cultura. Seguro y segura.
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