El Teatro Español acoge esta temporada "Duermen entre dos aguas", adaptación de Sara Mérida a partir de la novela de Carmen Kurtz. La obra se instala en un terreno movedizo, donde los recuerdos emergen como elementos inesperados y la memoria se despliega sin orden ni jerarquía. No estamos ante un relato compacto ni ante un drama cerrado, sino ante una experiencia fragmentaria que exige del espectador paciencia, escucha y disponibilidad emocional.
La protagonista, Pilar, recuerda desde un tren sus
recuerdos de infancia y madurez. Sin distancia ni análisis. Su memoria avanza a
saltos: de la infancia al fragor de la guerra, del matrimonio a la rutina
doméstica, de la ilusión de una vida llena de viajes y aventuras a la asfixia
de los deberes de ama de casa. Esa estructura quebrada es la columna vertebral
del montaje. Mérida respeta esa dispersión y la convierte en motor escénico: lo
que Pilar no puede nombrar, lo recibe el público, que reconstruye el sentido y
completa el relato.
La novela de Kurtz, publicada en 1955, se inscribe en
un momento histórico donde la identidad femenina estaba sometida a una doble
presión: la del Estado autoritario y la de la familia tradicional. Las
protagonistas de estas narraciones vivían atrapadas en un microcosmos que
reproducía el conservadurismo social. La niña rebelde del inicio se convierte
en mujer autónoma, a pesar de los mandatos patriarcales. Su voz evoluciona de
la oposición a la afirmación de una identidad propia y comprometida.
La guerra aparece aquí no como un gran marco épico,
sino como un clima inevitable. No hay discursos ni explicaciones históricas,
porque así fue para tantas mujeres: mientras los hombres marchaban al frente,
ellas sostenían la vida cotidiana sin tiempo ni derecho a narrar lo que
ocurría. Lo que pudiera parecer vacío narrativo es, en realidad, un gesto
lúcido: mostrar cómo se vive un conflicto cuando nadie te concede una voz.
Mérida demuestra una madurez creativa admirable. Su dirección se construye desde la contención, sin subrayados, con una escenografía simbólica que sugiere trayectos sin convertirlos en tesis. Confía en la capacidad del espectador para completar el sentido. Formada en Madrid y Berlín, y reconocida por trabajos como "Cuando te miro no me quiero morir", "La nave del duende" o "Jaca de Murano", despliega aquí su sensibilidad habitual: un teatro íntimo, respirado, donde la imagen pesa tanto como la palabra.
Su puesta en escena funciona como un cuaderno mojado
por la lluvia: fragmentos, evocaciones e imágenes que se enlazan sin obedecer
al tiempo lineal. El teatro se convierte en un organismo vivo, donde cada gesto
y cada pausa abren espacio para que el espectador complete el sentido.
Uno de los grandes aciertos del montaje es el
desdoblamiento de la protagonista en dos mujeres contrapuestas.
Rebeca Hernando ofrece una interpretación contenida y
precisa. Su Pilar guarda, calla, evita mirar de frente lo que duele. Con apenas
un gesto transmite lo que otros necesitarían páginas para explicar.
Ainara Orgaz aporta la energía inquieta, la pulsión
vital, la respiración acelerada de la Pilar que aún se rebela. Vulnerabilidad,
humor, miedo y deseo se asoman en cada movimiento.
Juntas construyen un personaje múltiple que respira en
dos cuerpos sin perder unidad. Además, encarnan amigas, monjas, hombres y
presencias fugaces que atraviesan la vida de Pilar, ampliando el mundo femenino
que la rodea.
La propuesta visual de Sara Lamadrid convierte el
escenario en un espacio mutable con apenas unas maletas, metáforas del vaivén
de su vida y de las ilusiones truncadas. Su iluminación, entre brumas frías y
destellos cálidos, guía la mirada como quien acompaña a un nadador en aguas
profundas.
Alba Roselló viste a las protagonistas con tonos
oscuros y sobrios, tejidos erosionados de la mujer del siglo pasado. El
vestuario actúa como una segunda piel de la memoria.
El universo sonoro de Violeta Marazuela es un murmullo
envolvente: ecos y vibraciones mínimas, música suave que enriquece el texto de
apenas 45 minuto. Es el rumor interno de Pilar, esa corriente que nunca
cesa al igual que sus recuerdos.
Desde la sombra, Abel Ferris asegura la precisión del montaje: transiciones limpias, ritmos cuidados, una armonía que permite que la fragmentación respire sin romperse.
El mayor logro de "Duermen bajo las aguas" es
transformar lo cotidiano —un matrimonio sin aire, un día de guerra en el que no
pasa nada y pasa todo. Una amante apenas descubierto , el espejo de época. La
memoria de Pilar sube y baja como una marea, y ese vaivén es también su forma
de decir. La obra no busca discursos, sino gestos que revelan más que mil
palabras.
Es un espectáculo que se mueve en la sutileza, en lo
sugerido, en lo que late bajo la superficie. Invita a escucharse por dentro, a
mirar sin prisa, a dejar que las heridas cuenten su propia historia.
Gracias a un equipo artístico mayoritariamente
femenino —Mérida, Hernando, Orgaz, Lamadrid, Roselló, Marazuela— la obra se
convierte en un acto de cuidado y resistencia silenciosa. Un montaje
profundamente humano, donde cada elemento respira al unísono.
La propuesta de Mérida dialoga con una tradición de
teatro de memoria en España, donde la memoria se convierte en un espacio de
resistencia frente al silencio impuesto.
En el caso de "Duermen bajo las aguas", la memoria
femenina adquiere un protagonismo inusual. No se trata de narrar la guerra
desde la épica, sino desde la intimidad de quienes la vivieron sin voz pública.
La fragmentación narrativa, lejos de ser un obstáculo,
se convierte en un recurso estético que refleja la manera en que recordamos:
nunca de forma lineal, siempre a saltos, con huecos y silencios.
"Duermen bajo las aguas" confirma a Sara Mérida como
una de las voces más sólidas de la escena contemporánea. Su propuesta es
delicada, honesta y profundamente cercana para dar voz a lo que nunca fue
narrado.
El montaje es un espejo de época y a la vez una
experiencia íntima. Una obra deliciosa que contiene la historia de muchas
mujeres.
Autor: Carmen Kurtz
Adaptación y dirección: Sara Mérida
Reparto:
Pilar: Rebeca Hernando
Pilar: Ainara Orgaz
Escenografía e iluminación: Sara Lamadrid
Vestuario: Alba Roselló
Espacio sonoro: Violeta Marazuela
Ayudante de dirección: Abel Ferris
Producción: La Petite Mort







