ZUM. Crecerá un jardín. Teatro Valle-Inclán


Un enjambre de preguntas para todas las edades

En la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, el Centro Dramático Nacional presenta "ZUM. Crecerá un jardín", fruto del encuentro entre la compañía Los Bárbaros y el proyecto pedagógico Nuevos Dramáticos, en el que participan 23 niñas y niños de entre 8 y 10 años. El resultado: un auténtico enjambre de preguntas que no entiende de edades.

 

 

La premisa es sencilla y, a la vez, potentísima:

¿Qué pasa si escuchamos a la infancia como quien se detiene a escuchar un enjambre de abejas?

Tal vez descubramos otras formas de mirar el mundo… y, con un poco de suerte, de intentar arreglarlo.



La función se sitúa en un futuro muy cercano –demasiado reconocible– donde la desaparición de las abejas ya es un hecho y la soledad del ser humano resuena, paradójicamente, en boca de estos chavales, auténtica cantera del futuro actoral. Ese futuro imaginado no está tan lejos del telediario: crisis ecosocial, espacios públicos amenazados, adultos desbordados… Solo que aquí lo vemos a través de unas abejas-niños que recorren un paisaje en emergencia medioambiental.

Sobre el escenario aparecen animales, una misteriosa oficina de información, personajes algo mutantes y, sobre todo, una crítica directa a los adultos que “se están cargando el mundo” por falta de ética y conciencia ecológica. Dicho así suena solemne, pero la obra lo articula con humor, juego y un punto de desparpajo que desarma.



Las reivindicaciones que la obra recoge –limitar el precio del kebab en 2,50 €, montar campamentos para profes, inventar protectores como Súper Pepe Nillo, recuperar las plazas, pasar más tiempo con las amigas y que haya más flores– no nacen de un despacho ni de un brainstorming de dramaturgos, sino del trabajo real de los Nuevos Dramáticos a lo largo de meses de talleres.

Son deseos que hacen sonreír, sí, pero también señalan algo muy serio: la necesidad de cuidar lo común, el espacio público, el tiempo compartido y el planeta. En medio de las risas, asoma siempre la pregunta incómoda: si esto lo ven con tanta claridad niñas y niños de 8 años, ¿Qué excusa nos queda a los adultos?


 


Los creadores citan a Ursula K. Le Guin, que comparaba las historias con un cesto donde se guardan semillas, preguntas, miedos y deseos. Aquí el cesto está a rebosar.

La dramaturgia funciona como un collage de escenas: juegos, pequeños sketches, momentos casi filosóficos, irrupciones cómicas y explosiones de caos colectivo. No hay una gran trama lineal que lo ordene todo, sino una lógica de asociaciones muy propia de la infancia: una idea lleva a otra, que lleva a otra, y así hasta formar una cadena que, de pronto, te deja frente a una pregunta mayor.

El público infantil entra con naturalidad en ese zumbido de estímulos, bromas, disfraces y consignas. Para los adultos, en cambio, el reto es otro: aceptar esos saltos, esa forma de contar a tirones y por acumulación, y permitirse volver a una niñez que, en muchos casos, ya solo recordamos de oídas. La sensación general es la de asistir a un laboratorio alegre que se ha querido compartir con el público, un material vivo donde la mirada de los niños manda. Y eso se agradece.



El elenco, un enjambre formado por niñas, niños y tres intérpretes adultas, es uno de los grandes atractivos del espectáculo. Sobre el escenario conviven Rocío Bello, Chelís Quinzá e Irene Ruiz con el grupo de Nuevos Dramáticos.

Las niñas y niños aportan energía, frescura y una presencia poco domesticada que encaja perfectamente con la idea de colmena desbordada. No todo está milimétricamente afinado –a veces el ritmo se desajusta, alguna frase se pierde o el volumen se queda corto–, pero ahí reside también parte del encanto de la propuesta: no se trata de pulir a los peques hasta que parezcan adultos, sino de colocar su manera de estar en el centro del juego escénico.



Los tres adultos funcionan como faros y motor: reconducen, dan ritmo, sostienen los cambios de escena y, en ciertos momentos, despliegan un humor más consciente que engancha especialmente al público adulto (esa oficina donde se atienden dudas metafísicas o la aparición de un protector viscoso y ligeramente escatológico son buenos ejemplos).

Conviene subrayarlo: aunque el reparto infantil pueda hacer pensar en “función escolar”, "ZUM. Crecerá un jardín" no es un fin de curso, sino una producción del Centro Dramático Nacional, con un equipo artístico profesional acompañando a las criaturas en cada área.



La escenografía de Zuloark convierte la Francisco Nieva en una especie de plaza-escalinata: unas gradas ocupan gran parte del espacio y estrechan la zona de juego frontal. Conceptualmente, la idea funciona de maravilla: la infancia ocupando una plaza, un lugar común, casi como si estuviésemos asistiendo a una asamblea abierta.

Esa disposición aproxima físicamente a las niñas y niños al público, rompiendo la distancia confortable de la cuarta pared y frece la posibilidad de entrar en el juego de jugar con tanta gente en escena y con tanta energía, pero también forma parte de la identidad del montaje.

En el terreno técnico, la iluminación de Miguel Ruz Velasco y el diseño sonoro y musical de Pilar Calvo sostienen muy bien el juego. La luz dibuja atmósferas cambiantes –de lo festivo a lo más inquietante– y la partitura mezcla fragmentos clásicos intervenidos con sonidos grabados a los propios niños (voces, ruiditos, pequeñas texturas sonoras), reforzando la sensación de colmena viva.



Quizá lo más interesante de "ZUM. Crecerá un jardín" no sea una escena concreta, sino la posición que adopta: escuchar a niñas y niños como gesto radical, tomárselos en serio y permitir que sus preocupaciones –el clima, la falta de tiempo para jugar, la desaparición de las flores, la privatización de los espacios públicos– marquen la agenda del espectáculo.

El mensaje dirigido al público adulto está lejos de ser ingenuo. Si la mirada infantil detecta con tanta claridad lo que no funciona, ¿Qué hacemos quienes sí tenemos capacidad de decisión? ¿Seguimos mirando hacia otro lado o nos dejamos interpelar de verdad?



La función no pretende dar respuestas cerradas. Al contrario, lanza preguntas y abre puertas. En ese sentido, puede ser una herramienta estupenda para continuar la conversación en familia a la salida del teatro: sobre consumo, sobre ciudad, sobre cómo cuidamos –o no– lo que nos rodea.

Los más pequeños entran por el juego, los disfraces, el humor y el caos controlado; los adolescentes pueden engancharse a la crítica social directa y a las reivindicaciones; y los adultos leen una capa más sobre responsabilidad, ecosocialidad y educación. Cada cual sale con algo distinto en la mochila, pero el zumbido de las preguntas se queda un rato largo en la cabeza.

Un plan perfecto para ver en familia, con los peques, con los no tan peques y con ese niño interior al que siempre dejamos para otro día.


RESEÑA ESCRITA POR GEMA COLADO
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Teatro: Teatro Valle-Inclán. Sala Francisco Nieva.
Dirección: Plaza de Lavapiés. Calle de Valencia 1.
Fechas: Del 27 de Noviembre al 19 de Diciembre. De martes a domingo a las 18:00
Duración: 1h 10min aprox.
Encuentro con el equipo artístico: 9 y 11 de Diciembre.
Entradas: Desde 5€ en entradasinaemPrograma de mano.


EQUIPO

Una creación de
Los Bárbaros y los Nuevos Dramáticos

Texto y dirección
Rocío Bello, Javier Hernando y Miguel Rojo

Reparto
Rocío Bello, Chelís Quinzá, Irene Ruiz y los Nuevos Dramáticos (Simón Álvarez Martínez de Aguirre, Max Basaldua Gallego, Martín Bataller González, Ainara Bonilla Cardoza, Otto Bustillo Alonso, Lía Caballero Hidalgo, Tiago Fernando del Campo Miquel, Livia Cañadilla Privado, Julia Charro Fanjul, Nara de la Cuesta Sayyad, Maia Gil Santos, Olivia Grocin García, Ian Larrocha Malo, Enzo López López, Altea Manjón Caudevilla, Julia Meneses Ramos, Eliot Millán de Miguel, Yago de la Mora Frere, Adriana Pavón Fernández, Candela Pérez-Quevedo Fernández, Olympia Prieto Flores, Saori Valentina Rondón Patiño y Sofía Villalba Arenal)

Escenografía
Zuloark

Iluminación
Miguel Ruz Velasco

Vestuario
Rocío Bello

Música original y sonido
Pilar Calvo

Ayudante de dirección
Victoria Mendizábal

Ayudantes de escenografía
Jacobo Cayetano, Luis de Prada, Raquel Gómez y Manuel Pascual (Zuloark)

Ayudante de vestuario
Jesús Meneses

Ayudante de sonido
Sandra Vicente

Coordinación pedagógica
Lucía Miranda y Ángel Perabá

Estudiante en prácticas
Carmen Cerón

Diseño de cartel
Emilio Lorente

Tráiler
Macarena Díaz

Fotografía
Geraldine Leloutre

Producción
Centro Dramático Nacional


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