Los años rápidos




“Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo.“ Sí, ya saben, aquello que nos contaba Michael Ende en su gran obra Momo. Nos hablaba del tiempo, como una hora puede parecer una eternidad, o solo un instante o como en una calle muy larga no debías pensar en la calle entera, sino mas bien en el siguiente paso.

Y es así como el tiempo pasa sin darnos cuenta, y como pasa una vida habiendo perdido en muchos casos la oportunidad de ser felices y ante todo ser nosotros mismos al margen del qué dirán o de cualquier tipo de condicionamiento social. Perder la oportunidad de ser honestos, leales, con los mas cercanos sin importar las convenciones sociales que acechan siempre latentes cada decisión o sentir.


Porque fueron somos, porque somos serán, es una constante que repiquetea en nuestra cabeza, a lo largo de la función. Hablar del paso del tiempo, las heridas emocionales, esperanzas, lealtades, sueños frustrados, no es tarea fácil. Secun de la Rosa,  lo ha conseguido presentando una propuesta exquisita, y del mejor gusto posible, autor de un texto ágil, sorprendente y que se dirige directo a las entrañas de nuestro ser, a avergonzarnos por momentos a hacernos reír y a la vez sentir lástima en ocasiones de la sociedad que nos rodea, de los valores que no abundan, y por tanto lástima de nosotros mismos. 


De la Rosa nos muestra un espejo de la sociedad en la que transitamos y nos recuerda como era esa realidad hace no tantos años, como nos hemos dejado engañar por un sistema que nos dijo, que si nos esforzábamos podríamos ser clase media, incluso quizá podríamos hasta ser felices, y todos nos los creímos y comenzamos a olvidar de donde veníamos, olvidamos que fueron los barrios obreros los que nos dieron lo que tenemos y en muchos casos por un chalet adosado mal vendimos la casa de nuestros padres y olvidamos que la herencia por la que lucharon para nosotros, no era esa. Que su legado no era una casa, sino las herramientas construir nuestra propia casa, nuestra propia historia.


El autor, nos habla de todo eso pensamos que en parte desde la tristeza de los ojos que ven como la sociedad se conforma, no lucha y da todo por bueno, mediante una historia que podría ser la de cualquiera de nosotros. Un bello conocimiento del lenguaje, en el que cada palabra no es una disputa sino mas bien un lamento y un grito velado, una petición de auxilio en muchas  ocasiones por parte de algunos de los personajes. Secun de la Rosa dirige de un modo brillante a un maravilloso elenco de cuatro grandes actores en mayúsculas que nos transmitirán lo que ellos mismos parecen sentir, nos quedaremos con la boca abierta en ese baile entre la risa y el nudo en la garganta con el que nos deleitan, acompañado por canciones que nos harán mirar atrás y sonreír

Una obra compuesta por tres cuadros, tres actos, o más bien tres trocitos de vida que nos dejarán sin aliento, no se trata de contarnos la historia del antes y el después. Mas bien, es movernos de la silla porque no damos crédito, el recuerdo y el futuro se entrelazan siendo uno, una propuesta original, y visualmente inigualable, de la que nunca habíamos disfrutado antes. Queremos que se sorprendan y solo les diremos que  únicamente por el tercer acto, la obra ya se convirtió en cum laude.



Se lo contamos.
Una familia de clase trabajadora durante diferentes épocas y como una herencia puede ser foco de encuentros y disputas no únicamente económicas, sino mas bien emocionales. Centro por tanto de lo que fueron los personajes y en lo que se han convertido treinta años después.

Allá por los años sesenta, en un piso obrero,  un matrimonio luchaba por sacar adelante a su familia mientras intentaban desenvolverse como podían en un mundo que no dejaba de cambiar. Familias que entendían que alimentar y vestir a sus hijos era cuasi suficiente, incapaces de comprender en muchos casos lo que estaban viviendo en su interior. En una sociedad, la de los años sesenta en la que los padres se desvivían trabajando, era difícil que esto sucediese. Cada individuo vivía sus dramas de modo individual, fueran cuales fuesen aquellos, en caso de los adolescentes en ocasiones se intentaban corregir “conductas” de la peor manera posible o quizá del único modo que los padres conocieron.
En este caso Angelita y Martina. Juegan juntas, y Martina se quiere vestir y seguir los pasos de su hermana, hasta que un día decide desaparecer y es treinta años después cuando las dos se vuelven  a encontrar. Solo se tienen que ver unos minutos para una firma, si firman y reparten la herencia, no se lo vamos a desvelar, porque además como pueden ver, es casi lo menos importante de todo.



Pepa Pedroche en la piel de la madre, mostrará el desgarro, la ira desde el cansancio en ocasiones, una rutina de la que sabe es presa y no se cuestiona. Una actuación espectacular por parte de la actriz, que desata toda su energía en escena y transmite a la perfección  el derroche de cariño a su familia y enfado por una situación vital que nunca mejorará, en una armoniosa conexión con su compañero de elenco José Luis Martínez en la piel del padre de familia, un hombre frustrado, acomplejado, culto, de esa cultura que parecía inservible si no la podías compartir con nadie y que ante el entorno social te hacía si cabe mas pequeño, como así lo presenta de un modo superlativo el actor.



Angelita representada por Cecilia Solaguren será la hija que siempre estuvo en los malos momentos, cuando sus padres enfermaron y que nunca salió del barrio, de ningún modo es feliz, pero parece transmitir que tampoco nunca se lo planteó. Siguió la tan temida, y absurda frase “ley de vida” que no vacila en no dejar vivir, la actuación desde nuestro punto de vista más carismática por los cambios de registro de la comedia al drama en un instante, generando un equilibrio necesario en la puesta en escena, con una hermosa relación con Martina su hermana, por mucho que intente mostrar rencor, transmite como en la vida misma, disculpen el modo burdo en expresarlo “que no se lo cree ni ella”. Martina será Sandra Collantes es indudable que será el personaje que emocionalmente más nos llegue a las entrañas, por el relato de su historia vital y pensar lo que sufrió durante tantos años, y aún hoy queda tanto por andar y conseguir, maravillosa interpretación por parte de Collantes sobrecogiéndonos en cada gesto que parece mostrarnos, que el paso de los treinta años están en su mirada.


Una escenografía que nos sitúa en un piso de cualquier casa obrera, un radiocasete, de aquellos que funcionaban a base de golpes y varias cintas serán protagonistas de una escenografía bien compactada y que en muchas ocasiones nos recodará al teatro de objetos, por la naturalidad en la que se utilizan los elementos integrándolos en la trama.



La risa, el llanto, una obra que te hace sentir, recordar y que te empuja a seguir caminando. Son cincuenta y cinco minutos, ni mucho ni poco, ya decía Momo que el tiempo no es nada en sí mismo, es lo que cuentas y lo que vives en ese tiempo. Cincuenta y cinco minutos es por tanto ni mucho ni poco, es el tiempo perfecto. Una obra indudablemente sublime.

Les diremos una última cosa, les desvelaremos que el radiocasete treinta años después, por supuesto sigue funcionando. Esos cacharros eran irrompibles.
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Los años rápidos
Teatro: Teatro del Barrio
Dirección: Calle Zurita 20.
Fechas: Sábado a las 20:00, Domingos a las 19:00.
Entradas: Desde 16€ en teatrodelbarrio. Del 12 al 28 de Octubre.

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