En infinidad de ocasiones en el cine o la literatura, se nos han planteado posibles mundos futuros, en los que todo será apocalíptico y marcado por la decadencia, tanto de la raza humana como del planeta. Este viaje de ida vuelta que nos llevará a un posible futuro, nos recordará también lo que fuimos, mostrando lo importante que es el rastro que vamos dejando en la vida a la hora de plantarnos en el futuro, sea este de la forma que sea. La incertidumbre del futuro contrarresta con la belleza de los recuerdos de momentos claves de nuestra vida, nuestro primer amor, nuestros sueños de niñez, nuestras relaciones con la gente que nos marcó... Todo eso nos ha convertido en lo que somos y en el futuro podremos mirarlo con orgullo, sea como sea ese futuro.
Nada más entrar en la sala ya podemos detectar que estamos ante algo insólito. Una historia que cabalga entre pasado, presente y futuro con la velocidad y frescura que desde el primer momento nos marcan los actores, con Ricardo Lacámara haciendo las veces de narrador, en ocasiones de director de orquesta y en otros casos de padre de la criatura (un elenco que se mueve mecánicamente como una máquina perfectamente engrasada), pero siempre marcando el ritmo preciso que debe tener la historia.
Este impactante texto nos adentra en un futuro de inmortalidad, en un mundo de sueños y pasiones, pero también en el pasado de los actores, capaces de entrar y salir de sus personajes para contar sus recuerdos con la misma facilidad que se visten durante la obra. Un viaje por distintos estratos de la realidad que nos hará vivir un interesante viaje por distintos mundos.
La Compañía del Sr. Smith es la encargada de traer a escena este impactante montaje, nacido de una residencia en los espacios de la Cuarta Pared en los que, como es habitual en la compañía, artistas de diferentes disciplinas se unen para crear la obra desde el principio, intentando "contar nuevas historias utilizando un lenguaje actual y una perspectiva contemporánea a través de proyectos de creación". Esta manera de crear permite que los actores participen de la creación de la obra desde el primer momento, siendo parte importante a la hora de crear. En este caso los actores utilizan sus propias experiencias cuando hablan del pasado, en un divertido juego de espejos entre el actor y su creación. Este proceso dual le llega también al público, integrándolos en la historia y en las reflexiones que esta va dejando.
En este trabajo se mantiene el estilo y las formas que marcaron los dos primeros episodios de esta trilogía: "El mal de la liebre" y "La piel del lagarto". Una temática que navega entre la ensoñación y lo fabuloso, dejando varios mundos para explorar, pasados y futuros. Escrita por Javier Hernando Herráez y dirigida por Pedro Casas, el montaje nos sumerge en una cantidad de interesantes imágenes, reales o soñadas, que nos harán descubrir lugares de nosotros mismos que desconocíamos. En este su quinto montaje, la compañía da un paso más en su idea de mezclar distintas disciplinas, haciendo del elenco un compacto grupo que "baila, crea y siente" de forma conjunta.
El montaje nos sorprende desde el primer momento, con una "presentación" de cada personaje hablando de lo que querían ser de mayores. Tras el desconcierto inicial la obra despega y nos hace viajar por impactantes escenas que forman parte de un interesante engranaje coral en el que todo se ajusta al resultado final en su medida exacta. Este comienzo, en el pasado de los personajes, nos sirve como rampa de lanzamiento para plantear el tema principal sobre el que pivota la obra: la inmortalidad. Tema clave en la Historia de la Humanidad y que en este montaje se da por hecho, en un futuro mecanizado en el que los sentimientos han quedado "fuera del sistema". La inmortalidad se plantea como un bucle infinito en el que los personajes viven mecanizados y sin posibilidad de hacer nada que se salga de la norma. Este planteamiento es una interesante crítica a la sociedad en la que vivimos, cada vez más aborregada y dominada por el sistema (el fútbol, la prensa rosa, un reality, una moda efímera a la que agarrarse...).
En este mundo controlado por un ente que marca nuestro día a día no tienen cabida los sentimientos, elemento diferenciador del ser humano que en esta utopía se ve capado para tener al grupo controlado. De repente las vidas de estos seres mecanizados solo tiene sentido como un recuerdo del pasado, en el que podían disfrutar de las pequeñas cosas (un beso, un abrazo, la brisa del mar, unas lágrimas de emoción...), un cúmulo de imágenes que les hace recordar aquello que fueron en otra época, para sentirse aún más ahogados en sus probeta de inmortalidad precintada. La repetición a lo largo del tiempo de las mismas rutinas nos convierte en seres inanimados, que dejan de lado los sentimientos para convertirse en autómatas. Seríamos capaces de disfrutar de las cosas si tuviésemos toda la eternidad para disfrutarlas? Degustaríamos los placeres de la vida sabiendo que no son perecederos?
La sociedad actual se mueve en el extremo opuesto a esta paradoja, el disfrute del momento de forma convulsiva como un pequeño pixel que haya que disfrutar como si fuese el último. Este escenario en el que todo pasa de largo sin tiempo de disfrutarlo, un mundo que se desboca en su camino hacia una realidad eterna, en la que solo podremos disfrutar de nuestro pasado, ya que el presente será un bucle infinito en el que nada tendrá el valor de lo efímero.
La historia crece y despega desde la potencia y frescura de un elenco que se compenetra y flota por el espacio como un solo elemento. Sin lugar a dudas este montaje se basa en la generosidad de un elenco que funciona en conjunto, pero que también convence en pequeñas dosis, tanto individuales como de pareja. Un contundente "equipo" de actores que pasan de los automatismos de sus acciones cotidianas en el futuro a la vehemencia con la que hablan de sus recuerdos, desde sus primeros recuerdos, amores... en una fantástica dualidad entre personaje e intérprete. Un gran trabajo coral que refuerza el contenido de la propuesta, cargada de momentos emotivos que se entremezclan con el miedo ante un futuro sin sentimientos, ante el que algunos de los personajes intenta revelarse, con nostalgia de la vida pasada, en la que los sentimientos eran el motor de su existencia, mientras en esta inmortalidad deambulan sin alma.
En este artesanal proceso, el personaje del Sr. Smith, interpretado por Ricardo Lacámara, es quien marca la pauta en cada momento, convirtiéndose en el contrapunto a sus jóvenes compañeros. Desde su micrófono y con un ritmo pausado, nos va desvelando a lo largo de la obra distintos pasajes de su vida y su relación con los jóvenes autómatas. Un personaje que parece extraño dentro de la trama del resto del grupo, pero poco a poco vamos descubriendo todo lo que les une. Dentro de la propuesta coral que es el grupo de autómatas, la pareja formada por Verónica Moreno y Andrés Acevedo sobresalen dentro del soberbio tono general.
El personaje interpretado por Verónica Moreno se mueve con la sutileza del que sabe que está en un lugar que no le corresponde. Desde los primeros compases la vemos dudar de todos los ejercicios que propone el sistema, con una mímica cercana al clown que encaja a la perfección con los movimientos más impulsivos de Acevedo. La primera escena conjunta, en la que deben mostrarse felices y abrazarse es un maravilloso ejercicio de gestos y movimientos en el que los dos actores fluyen pese a que sus personajes no están de acuerdo en lo que deben hacer. Ambos aportan varios de los momentos más tiernos y divertidos de la obra, Verónica desde la contundencia de un personaje marcado por los extremos (genial sus momentos sentada a la mesa), mientras que Andrés dota a su personaje de una timidez y una ternura que le hacen meterse al público al bolsillo desde el primer momento.
En este artesanal proceso, el personaje del Sr. Smith, interpretado por Ricardo Lacámara, es quien marca la pauta en cada momento, convirtiéndose en el contrapunto a sus jóvenes compañeros. Desde su micrófono y con un ritmo pausado, nos va desvelando a lo largo de la obra distintos pasajes de su vida y su relación con los jóvenes autómatas. Un personaje que parece extraño dentro de la trama del resto del grupo, pero poco a poco vamos descubriendo todo lo que les une. Dentro de la propuesta coral que es el grupo de autómatas, la pareja formada por Verónica Moreno y Andrés Acevedo sobresalen dentro del soberbio tono general.
El personaje interpretado por Verónica Moreno se mueve con la sutileza del que sabe que está en un lugar que no le corresponde. Desde los primeros compases la vemos dudar de todos los ejercicios que propone el sistema, con una mímica cercana al clown que encaja a la perfección con los movimientos más impulsivos de Acevedo. La primera escena conjunta, en la que deben mostrarse felices y abrazarse es un maravilloso ejercicio de gestos y movimientos en el que los dos actores fluyen pese a que sus personajes no están de acuerdo en lo que deben hacer. Ambos aportan varios de los momentos más tiernos y divertidos de la obra, Verónica desde la contundencia de un personaje marcado por los extremos (genial sus momentos sentada a la mesa), mientras que Andrés dota a su personaje de una timidez y una ternura que le hacen meterse al público al bolsillo desde el primer momento.
El resto del elenco mantiene un alto nivel, cada uno en un estilo muy diferenciado. Paula Ruiz y Álex Pastor muestran el lado más rebelde de este elenco, luchando contra lo que impone el sistema en busca del amor. En una continua huida hacia adelante por intentar volver a la vida que recuerdan, van poco a poco notando como la vida que les propone el sistema no es lo que quieren. La escena en la que comienzan a notar lo que sienten el uno por el otro es maravillosa, una coreografía cercana a la danza de una belleza y plasticidad apabullantes (impactantes y contundentes todas las coreografías creadas por Jordi Vilaseca).
Por su parte, Alba Loureiro e Isabel Alguacil ponen el punto de contundencia y confianza total en el sistema, con potentes interpretaciones que se mueven entre la dulzura de sus recuerdos y la contundencia de sus acciones en pro del mundo mecanizado en el que viven. Salvador Bosch y Sergio Torres participan desde lo físico como protagonistas de algunos de los pasajes más bellos del montaje. Salvador y Sergio crean sus personajes desde un lugar más neutro, en el que se dejan llevar por el resto del grupo, sin llevar la iniciativa pero siendo grandes "acompañantes" en momentos puntuales.
Al margen de este grupo de autómatas (o quizás entrelazándose con ellos) se nos va mostrando la vida del Sr Smith, un hombre que ve como va a perder a su mujer y que por culpa del alzheimer ha perdido también todos los recuerdos que les unían. La lucha por que no se le escapen entre las manos los recuerdos de una vida juntos, el dolor al ver poco a poco como se va apagando la persona amada. Es por este motivo que sueña con un mundo en el que nunca moriría, para poder disfrutar de su esposa por siempre. Es aquí donde empieza a plantearse hasta donde estaríamos dispuestos a llegar para conseguir esa ansiada inmortalidad. Él decide darle la espalda a la cruda realidad que le va separando de su esposa para crear un mundo imaginario en el que siempre estarán juntos.
Teatro: Teatro de las Culturas
Dirección: Calle San Cosme y San Damián 3.
Fechas: Domingos a las 19:30.
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