Al entrar al teatro debemos dejar en la puerta todo lo que hemos hablado sobre el tema, pero sobre todo debemos olvidarnos de la película, tanto de la italiana como de la versión española, para poder disfrutar mucho más de la obra. La puesta en escena, elegante y ambiciosa, nos augura una obra de grandes vuelos, en la que podremos disfrutar de una auténtica montaña rusa de sensaciones y sentimientos, una lucha sin cuartel por intentar preservar la intimidad, algo tan codiciado en estos tiempos en los que cada uno muestra "su verdad" sobre si mismo.
Una propuesta tan ambiciosa como esta sólo podía abordarla alguien como Daniel Guzmán, experto en saltos al vacío sin red de los que siempre sale vencedor. Tras su impactante debut como director de cine con "A cambio de nada", Goya incluido al mejor director novel, acaba de terminar su segunda temporada con "Dos más dos" en el Teatro de la Latina. Ahora se embarca en esta divertida propuesta sobre las relaciones personales y nuestra adicción a los móviles. Para alguien como Guzman, que en estos días ha confesado no tener Whatsapp, dirigir este texto puede llegar a ser un experimento sociológico, en el que descubrir hasta que punto estamos "enganchados" a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, como hemos cambiado la manera de relacionarnos entre nosotros y sobre todo como nos mostramos "de cara al público".
La que fue sin duda una de las películas de la pasada temporada, la versión de Alex de la Iglesia, tuvo una gran repercusión, tanto mediática como a nivel de taquilla, convirtiéndose en una de las películas más taquilleras del año. La película original, "Perfetti sconosciuti", es la que ha servido de referencia a Daniel Guzman y David Serrano (que ya habían coincidido en "Dos más dos") para escribir esta versión teatral. El texto de Paolo Genovese ha sido adaptado a las costumbres de nuestro país, así como añadiendo ciertos sketchs que tienen más que ver con la sociedad española. La producción a cargo de Pentación, Milonga y El niño, consigue un contundente resultado, tanto en la forma como en el contenido, haciéndonos olvidar versiones anteriores.
"Cuando me propusieron dirigir "Perfectos desconocidos" en teatro pregunté cuál era la premisa dramática de la que partía la historia, y me interesó. Leí el texto original del autor italiano y me atrajo la historia de amistad de un grupo de amigos de toda la vida, la profundidad de los personajes, las situaciones disparatadas, los numerosos giros y la reflexión que sugiere el autor sobre el uso del móvil y el control que ejerce sobre nuestras vidas. La línea argumental por la que transita esta obra y la cercanía de la historia hacen de esta comedia un viaje lleno de sorpresas, con grandes dosis de humor, pero también contiene una gran humanidad y profundidad en cada uno de los personajes" confiesa Guzmán al hablar de porque se embarcó en esta aventura.
Esta interesante propuesta gira en torno a la confianza, a la amistad y a la intimidad de cada persona, todo centrado en una pandilla de amigos de toda la vida que quedan una noche para cenar en casa de una de las parejas como han hecho en infinidad de ocasiones, sin saber que esta noche será todo diferente, y que lo que ocurra allí cambiará sus vidas para siempre. Todo comienza cuando una de ellas propone que todos dejen sus móviles sobre la mesa y que todo lo que llegue a cualquiera de los móviles sea de "dominio público". Lo que aparentemente es un juego sin importancia, porque por lo que dicen todos ellos "no tienen nada que ocultar", acaba sacando oscuras verdades que ninguno de los presentes conocía. A través de los mensajes y llamadas que van llegando, vamos descubriendo las verdades ocultas de cada uno de ellos, sus dobles vidas, o sus secretos más íntimos. Este grupo de amigos acaba la velada descubriendo que son unos perfectos desconocidos.
Más allá de la ingeniosa propuesta y de lo divertido del desarrollo de la obra, la obra nos pone frente a nuestra propia realidad. Todos al salir del teatro nos preguntamos si nosotros seríamos capaces de dejar el móvil sobre la mesa con toda la tranquilidad del mundo. Nos muestra esa cara oculta que todos tenemos, esos secretos íntimos que por momentos no contamos ni a nuestra pareja, esas pequeñas cosas que nos guardamos para nosotros mismos. Pero también nos golpea con la realidad de nuestra digitalización. Nuestra vida gira en torno a nuestro teléfono, todo lo tenemos metido en ese pequeño aparato sin el que no sabemos sobrevivir. Las nuevas relaciones que se crean en la red, las redes sociales, en las que mostramos nuestro yo más amable, son nuevos modos de relacionarse muy alejados de lo que era nuestra vida hace unos años.
Para esta trascendental cena, los amigos que se reúnen son de auténtico lujo, un elenco que nos hará disfrutar al máximo de todas las situaciones incómodas que van a vivir. Fernando Soto y Alicia Borrachero son los anfitriones, una pareja con una hija adolescente que les trae de cabeza y hace que su relación se tambalee. Olivia Molina y Antonio Pagudo son una pareja aparentemente feliz que esconden todos sus problemas, que son muchos, lanzándose indirectas continuamente. Una pareja con mucho que ocultar y que dará mucho juego. Jaime Zataraín es un taxista que se acaba de casar con la inocente Elena Ballesteros y viven una apasionada luna de miel eterna. Por último, Ismael Fritschi es un profesor en paro que acude a la cena para contar algo importante a sus amigos.
Los actores dan lo máximo en cada escena, en una montaña rusa de emociones y sustos que nos dejarán perplejos. Alicia Borrachero está inmensa en su papel de psicóloga que quiere tenerlo todo controlado y se le va todo de las manos. Por su parte, Fernando Soto, un cirujano plástico con la autoestima por los suelos, nos ofrece un duelo interpretativo con su pareja de gran altura. La pareja formada por Olivia Molina y Antonio Pagudo entra en una espiral de reproches y verdades dolorosas que nos deja de una pieza. Jaime Zataraín, el ambicioso emprendedor que ve negocio en todo, se destapa a lo largo de la obra, con varios secretos inconfesables, mientras la dulce Elena Ballesteros aguanta el chaparrón como puede. Ismael Fritschi nos regala momentos maravillosos, en un doble juego que no se desenmascara hasta el final.
En un montaje de estas dimensiones, tan "cinematográfico", la escenografía juega un papel fundamental, convirtiéndose en uno de los mayores retos a la hora de hacer creíble la trama, ya que en la gran pantalla las secuencias transcurren en distintos espacios que era complicado plasmar en un escenario. Pero lejos de ser un inconveniente, los espacios y estancias creadas por Silvia de Marta (que también es la responsable del vestuario), con gran ingenio, se convierten en uno de los atractivos de la obra. Dentro de un escenario aparentemente unitario, encontramos cuatro espacios perfectamente diferenciados con la simple colocación de livianas estructuras que sirven para simbolizar las distintas particiones, o colocando en un segundo plano más elevado un lugar que se quiere simbolizar como importante (la cocina) en el que se desarrollan algunos de los momentos más intensos de la obra.
Otro de los puntos interesantes a la hora de diferenciar claramente estos espacios en los que transcurre la acción es la cuidada iluminación de Jose Manuel Guerra, que nos mete de lleno en cada uno de los lugares con un tratamiento claramente diferenciado en cada caso, dejando claro lo que quiere transmitir en cada uno de los ámbitos.
Teatro: Teatro Reina Victoria
Dirección: Carrera de San Jerónimo 24.
Fechas: Miércoles y Jueves 20:00, Viernes 20:30, Sábado 19:00 y 21:00. Domingos a las 18:00.
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