Y es que doscientos años ha, a un tal Napoleón le dio por guerrear y poner patas arriba toda Europa. Y como suele pasar, sus ideales revolucionarios le convirtieron en un dictador, que puso en jaque, cual partida táctica de ajedrez, a sus majestades, que no de Oriente, de toda Europa. Este es el marco donde se sitúa esta historia “pacífica” que inspiró a Joseph Conrad a escribir esta novela, donde dos militares franceses, D. Hubert y Feraud, se pasan la vida dueleando no se sabe muy bien porqué , naciendo entre ellos una relación muy distinta a las que las guerras pretenden.

El escenario, en un precioso azul multidisciplinar, y el piano están a punto. Las teclas comienzan a latir, y aparece el fallecido autor, a contarnos este curioso cuento de paz en estos tiempos convulsos, donde el descabellado Black Mirror se va convirtiendo poco a poco en realidad palpable, y no utópica. “Buenas tardes. Mi nombre es Joseph Conrad…” Y aparecen las primeras notas de humor, que ya nos acompañarán en todo el montaje. La entrañable y cómica relación de Joseph y Jessie, Jessie y Joseph que nos llevará de la mano en el relato absurdo de la propia guerra, lo absurdo y estúpido de la violencia que parece que no queremos dejar atrás. “La muerte te ha vuelto tan irascible, querido…”.

Y entre alfileres de la muerte y rencillas, entre duelos y quebrantos no manchegos, entre absurdeces varias que la propia historia nos depara, Armand y Gabriel, nuestros queridos húsares van guerreando en perfecto baile de esgrima, recordando al gran Diego y la Emad, con su teatro físico, su video escena y sus fusiones de ayer y hoy. De las palabras de Joseph y Jessie, y un sinfín de personajes esperpénticos, ridículos, divertidos, orgullosos y trasnochados en los que se van desdoblando, el cuento va surgiendo, la historia nos va envolviendo, nos va ganando en su guerra particular. Nos va conquistando, como las sonrisas que empiezan a aflorar. Van llevándonos a ese terreno donde el honor y sus límites es lo principal, donde la justicia poética manda. “En el honor no hay que entrometerse”.

Aparecen los caballos, porque al menos ir a caballo hará más llevadero este asunto, aparece España con sus bandoleros y sus gamberros, aparecen las pistolas, los floretes, el valor, lo ridículo de la hombría honoril. Aparecen los recuerdos de grandes películas, contadas también, como Chocolat, como la gran y entrañable Antonia. Aparece el humor, bendito humor. Aparecen los personajes, los actores, la actriz. Los artífices de todo este tinglado. Aparecen Daniel Ortiz, Francisco Ortiz, José Juan Sevilla, Aurora García Agud, el elenco que nos reta en duelo, que nos engancha entre el preparados, listos, ya.
Y que bien nos lo cuentan, que maravillosa adaptación de Javier Sahuquillo con su mirada social, para llevarnos a esa Europa tan pintoresca, escenario donde estos dos señores nos baten una y otra vez.
Aparecen Daniel Ortiz, como Joseph y Aurora García como Jessie, los cuentistas, narradores de todo esto, ellos y algunos personajes más que van desarrollando, con la calma, con ritmo, con agilidad, con una voz que te atrapa, con una presencia en escena maravillosa, que nos guía, que nos sirve de faro en este sinsentido guerril, donde las cosas no han cambiado tanto. Daniel y Aurora, y su piano, nos trasladan donde quieren, nos llevan de la mano no guerrera al no combate, al humor, entre cajas y cajones. Nos cuentan con humor y amor lo absurdo de las guerras, con talento, mucho talento, ese que no tienen los propios duelos.

Y aparecen también los duelistas, Francisco y José Juan, José Juan y Francisco, maravillosos, audaces, ridículos, esperpénticos en ocasiones en la noche de Max Estrella por la campiña francesa. Nos llevan también con una elegancia, con un trabajo cargado de verdad, fraguando una rara amistad en estos tiempos ratos, donde se intentan salvar, se intentan perdonar en esta sucesión de duelos. Y no olviden que son del mismo ejército. “Siento que jamás podré perdonar al hombre que me quiso salvar…” Su lenguaje corporal, su mirada, su entendimiento, su respeto al otro, van construyendo un duelo escénico cargado de verdad y de esta vez sí, sentido y común y pasión. Mucha pasión.

El gran Emilio, Don Emilio Gutiérrez Caba, dirige con honor, con maestría, este duelo, esta historia contada cual película de cine mudo, con el deshonor por bandera, el no honor ante todo, o su absurdez, quien sabe. Yapadú nos vuelve a hacer pensar, nos vuelve a hacernos mirar el mundo de otra forma, donde tal vez, con su mirada, podamos construir algo mejor.
Vengan al Fernán Gómez. Rétense en duelo, en deshonor, vengan con una mirada distinta. Desenvainen, pónganse en posición, y deléitense con esta atípica pieza teatral que les cautivará. Bajen la guardia y disfruten. Puede que acaben tocados, puede que acaben hundidos también. Pero les aseguro que tendrán su recompensa. Echen un duelo al teatro. En guardia.