Teatro: Violencia. Teatro María Guerrero

El dolor por la pérdida de un ser querido te rompe por dentro, pero siempre he pensado la herida incurable que debe suponer el asesinato de una persona cercana, mucho más si se trata de un hijo. Esta portentosa y desgarradora obra nos muestra ese dolor en toda su crudeza, en toda la desnudez de unos padres destrozados que no encuentran consuelo en las explicaciones ni en las sentencias judiciales. El duro camino del perdón puede resultar sanador, aunque dar ese paso pueda suponer dejar atrás muchos sentimientos, toda la rabia y comenzar un nuevo camino desde otro lugar, en el que nada será igual pero al menos nos dejará respirar y poder volver a vivir.



Tras su éxito la pasada temporada en el Festival de Otoño, este brutal montaje ha vuelto a la cartelera para seguir estremeciendo a todo el que ha tenido la suerte de verlo (han vuelto a agotar todas las localidades). Un espectáculo que nos habla de la dificultad de superar un trauma tan irreversible como la muerte, con el diálogo (este punto me recordó al último episodio de la maravillosa serie de Leticia Dolera "Pubertat" y la necesidad de hablar las cosas para entender al otro). En esta sociedad tan agresiva y violenta, en el que la rabia y el insulto lo intoxica todo, el pararse a hablar desde la tranquilidad y la conciliación se antoja como una utopía, pero también debe entenderse como el fin último que debemos perseguir. Por que el diálogo que nos lleve al perdón puede convertirse en el arma más poderosa, en la herramienta definitiva que nos ayude a transformar de una manera real nuestras vidas.



Esta producción de Diego Garrido Sanz (adaptador y director de la pieza) e Ysarca nos lleva al límite para conocer el dolor desde las entrañas mismas de quienes lo sufren. Este montaje nos sienta a la mesa con estas parejas heridas por la muerte de sus hijos, para que todos intentemos comprender, dentro de lo posible, que falló para que unos jóvenes adolescentes lleguen a cometer esas atrocidades. Pero antes de explicar cuales son los hechos (que tampoco el público conoce en un primer momento) vayamos al epicentro del debate. Esta obra pone en valor la necesidad de hablar para poder ver en los ojos del otro lo que nosotros no llegamos a entender. La necesidad de perdonar para dejar atrás el dolor. El valor de las palabras y del diálogo como herramienta para conseguir la paz y el perdón entre personas condenadas a odiarse por las circunstancias vividas. Un impresionante monumento a la palabra, pero también a los silencios, tan demoledores por momentos como el propio texto.



El texto de Fran Kranz es sobrecogedor, nos golpea con su descarnada crudeza, con su honestidad y su desnudez, con su directa narración del miedo y del dolor, con su honesta interpretación de lo que debe ser el camino hacia el perdón y la cura de las heridas. Una profunda reflexión sobre el duelo, sobre el escabroso camino hacia la luz, al lugar donde los recuerdos dejan de doler y se puede volver a empezar, con las marcas en el corazón pero con el rencor apaciguado. Diego Garrido Sanz se ha encargado de la adaptación del texto, mostrándolo sin miramientos, de una forma directa, acercando la historia al público y mostrando toda la pena y el dolor de las dos parejas. 

El dramaturgo hace hincapié en que "la violencia está desbordando las calles de nuestras ciudades. Y adopta muchas formas: un tiroteo, una agresión, un suicidio… Pero la raíz es la misma: nuestra salud mental se ve gravemente afectada porque los vínculos sociales se están rompiendo. La pérdida de la sensación de pertenencia es la base del derrumbe. Somos animales sociales. Y este colapso afecta especialmente a los más jóvenes: el suicidio es ya la principal causa de muerte entre menores de treinta años en España. Hay un malestar profundo, silenciado, estructural. Esta obra intenta arrojar algo de luz sobre este problema masivo".


Un montaje tan sencillo como contundente, tan desgarrador como poderoso. La cuidada dirección de Garrido afina las interpretaciones de cada uno de los actores, para crear una precisa personalidad para cada uno de ellos, tan diferentes como cercanos en su dolor. El director guía con maestría cada palabra y para silencio, para conseguir un ambiente angustioso y claustrofóbico, en el que el espectador se siente parte de esa dolorosa conversación. Las interpretaciones están meticulosamente trabajadas, las miradas y los silencios colocados en su justo lugar, las lágrimas y los gritos medidos para que todo nos resulte natural, cercano, real. Un trabajo de dirección casi artesanal, en el que sobran los artificios y se pone toda la intención en la palabra, en los gestos, en las miradas.



En la sinopsis de la obra, el dramaturgo y director nos plantea una serie de preguntas que son el epicentro de la trama, el corazón mismo del conflicto. ¿Quién es responsable? ¿Qué papel juegan Internet y las redes en nuestra salud mental? ¿Está realmente la clase política asumiendo su responsabilidad? ¿Cómo articular el dolor a través de la palabra, cómo desenredarlo para que no se enquiste y pueda, por fin, fluir? ¿Cómo generar una narrativa colectiva que nos aleje del discurso simplista de buenos y malos? ¿Cómo perdonar aquello que no comprendemos y que, sin embargo, nos atraviesa? Esas preguntas nos hacen focalizar el fin último de la obra, que indaga de forma precisa en el alma humana, en el dolor de la pérdida y en la posibilidad del perdón desde el diálogo. Se nos viene al recuerdo en este punto la película "Maixabel", que gira en torno a este mismo debate y pone también el foco en la necesidad del diálogo para conseguir cerrar las heridas y poder seguir adelante.

Para el joven director, en este montaje "los grandes dilemas contemporáneos se sientan alrededor de una mesa. Si las respuestas institucionales fallan, si los parlamentos se vacían de sentido, entonces nos toca a nosotres —»artistas»— asumir la responsabilidad. Hablar de la tragedia contemporánea es labor del teatro. Sin metáforas. Sin filtros. Sin maquillaje. Solo el objeto de análisis y los cuerpos que lo habitan. Con toda su crudeza. Para provocar la catarsis. Y quizás, solo quizás, para iluminar un camino posible".




Pero vayamos al argumento de la función. Tras seis años de dolor, dos parejas se reúnen para intentar sanar desde el diálogo y la comprensión, las heridas que aún permanecen abiertas por un episodio traumático que los marcó para siempre. Beatriz y Martín acuden a la cita con dudas, no saben si están preparados para volver a hablar del tema. Pero necesitan entender que se torció en la educación del hijo de Ricardo y Amelia, como no pudieron ver que ese joven iba a cometer una masacre, en la que mataría al hijo de Beatriz y Martín. Necesitan hablarlo una vez más, para intentar comprender, para poder pasar página y recuperar sus vidas. Deben llegar hasta el final, cueste lo que cueste. Por muy duro que resulte, no pueden seguir anclados en el dolor, necesitan recuperar las ganas de vivir. Cerrar las heridas, despedir a sus hijos muertos, para poder mirar hacia adelante. Esta es una historia de superación del trauma a través del diálogo. En un mundo donde la rabia, la violencia y la venganza inundan nuestras calles, el perdón y el diálogo pueden convertirse en las armas más poderosas y transformadoras para un cambio social profundo.




Todo esto no sería creíble sin el trabajo descomunal de un elenco prodigioso. Cecilia Freire, Ignacio Mateos, Esther Ortega y Jorge Kent dan vida a los dos matrimonios que se sinceran antes nosotros en la búsqueda de motivos para poder continuar sus vidas sin que el dolor se lo impida. Lo que hacen los cuatro intérpretes es mágico. La manera en la que se desgarran por dentro, el dolor que desprenden sus palabras, la rabia en sus miradas, la pena en cada diálogo, la incomodidad por tener que volver a recordar algo tan horrible. Todo está interpretado con una naturalidad, con una verdad, con un sentimiento, que nos encoge el alma. Un nudo en la garganta se apodera de nosotros desde el comienzo, con las miradas de miedo de la primera pareja que entra en escena. En sus caras podemos ver lo que nos espera. Unas portentosas actuaciones para una obra brutal. El elenco lo completan el propio Diego Garrido Sanz y Abel de la Fuente/Inés Diego/Guillermo Yagüe.




Todo esto ocurre en un espacio vacío, en el que solo tenemos una mesa circular que es la que aporta el único elemento de claridad al conjunto. En ella encontramos a Diego al entrar en la sala, mirando cosas en el ordenador. Esta escenografía fría y minimalista ayuda al contexto de la obra, del mismo modo que la forma circular de la mesa de reuniones nos incluye como partícipes de la sesión. El vestuario diseñado por Conchi Espejo mantiene la sobriedad del conjunto, los tonos oscuros presiden el conjunto, en el que solo pone un punto de color el jersey de Beatriz (el personaje que interpreta Cecilia Freire). Fundamental la iluminación de David Picazo para conseguir ese ambiente lúgubre, frío e impersonal. Unos fluorescentes que parpadean dan inicio a la reunión, que mantiene esos tonos fríos (casi gélidos) a lo largo de toda la función.

 

En definitiva, estamos ante una demoledora propuesta, que nos golpea y nos duele, que nos emociona y nos conmueve, que consigue hacernos pensar sobre la necesidad del diálogo, incluso en las situaciones más dolorosas. Siempre me he preguntado si sería capaz de sentarme con la persona (o con sus familiares) que mató a un ser querido. Siempre he pensado que hay que ser muy valiente para hacerlo, pero imagino que la búsqueda de respuestas empuja a intentarlo todo. Estamos ante una obra poderosa, cruda, desgarradora, pero absolutamente necesaria. Porque este montaje nos lleva a reflexionar sobre lo que somos, sobre nuestros miedos y nuestras necesidades más primarias. 

No puedo terminar esta reseña sin volver a ensalzar el trabajo del elenco, que consiguen unas interpretaciones sublimes. Tuve la suerte de estar sentado en la butaca contigua a la que utiliza Esther Ortega en el último tramo de la función. Tengo que reconocer que lo vivido, con los cuatro actores a escasos centímetros en la parte crucial de la historia fue una experiencia única. Cuatro intérpretes en estado de gracia, vaya genios. Y lo que debe costar salir de ese lugar en el que se meten para sacar ese dolor. Simplemente abrumador e impecable.

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Teatro: Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa.
Dirección: Calle Tamayo y Baus 4.
Fechas: Del 28 de Noviembre al 28 de Diciembre. De Martes a Domingo a las 18:00.
Duración: 1 hora 35 minutos.
Encuentro con el equipo artístico: 9 de Diciembre
Taller de conciliación: 14 de Diciembre
Entradas: Desde 12,50€ en entradasinaemprograma de mano.


EQUIPO

Texto
Fran Kranz

Adaptación y dirección
Diego Garrido Sanz

Reparto
Cecilia Freire (Beatriz), Diego Garrido Sanz (Diego), Jorge Kent (Ricardo), Ignacio Mateos (Martín), Esther Ortega (Amelia) e Inés Diego / Abel de la Fuente / Guillermo Yagüe (les niñes)

Iluminación
David Picazo

Vestuario
Conchi Espejo

Diseño de cartel
Emilio Lorente

Tráiler
Bárbara Sánchez Palomero

Fotografía
Luis Gaspar y Bárbara Sánchez Palomero

Producción
Diego Garrido Sanz e Ysarca 

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