En esta sociedad en la que todo va a gran velocidad, en la que el trabajo nos ahoga y nos come la mayor parte de nuestro tiempo, el parar a reflexionar parece un delito. Un tiempo revolucionado, con más prisas de las debidas y con más velocidad de la necesaria. Un ritmo que nos impide disfrutar de las cosas, saborear los buenos momentos, ya que son tan efímeros que cuando queremos darnos cuenta ya es demasiado tarde, y ya tenemos otro millón de problemas en la cabeza. El placer de parar y reflexionar, de tomarse las cosas con calma, un delito que todos deberíamos cometer en la búsqueda de algo mejor.
Nada más entrar a la sala del teatro nos quedamos anonadados por la puesta en escena, e hipnotizados por los peculiares personajes que están sobre el escenario. Los extraños seres que dormitan en escena, salvo una que se mueve como si estuviese realizando una extraña danza, nos hacen ver lo gozoso que es vivir sin preocupaciones, dejarse llevar por nuestros instintos, ser perezosos y dejar que la vida no nos agobie con sus ritmos y velocidades, sino que seamos nosotros los que nos marcamos los momentos de pausa y las direcciones a seguir.
El Centro Dramático Nacional ha invitado a la directora y dramaturga rumana Gianina Carbunariu para crear, a través de una profunda investigación, un montaje teatral que reflexione sobre nuestra sociedad, los ritmos y velocidades a los que nos condena, centrándonos en el sentido y lugar que ocupamos en nuestra sociedad. Esta pieza de teatro documental ha sido creada tras entrevistar a ciudadanos sobre su trabajo y el uso que le daban a su tiempo libre, de la cantidad de tiempo que dedicamos al trabajo (por gusto o por imposición) y el que nos sobra para disfrutar de nuestras aficiones, relaciones personales, etc., lo que viene siendo el tiempo de ocio, que parece muy superado en la balanza de la sociedad actual. Una pieza que partiendo de la lucha encarnizada entre el trabajo y el tiempo libre (en la que hay un claro vencedor), reflexiona sobre el mundo actual, nuestra forma de pensar y los efectos que esto provoca en las personas.
Un texto dinámico y una interesante sucesión de secuencias nos van mostrando distintas facetas de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos. A mitad de camino entre el reportaje, la investigación y el humor más ácido, la obra nos plantea pequeñas historias en las que se nos muestra una descarnada crítica de lo que somos como sociedad. Mediante un ingenioso recorrido por distintas "salas" la autora nos enseña las entrañas de una época, la actual, en la que todo es efímero, todo va a una velocidad endiablada y todos debemos centrarnos en trabajar por encima de cualquier otra cosa.
La autora nos habla así de las conclusiones que sacó de sus estudios de campo previos, que le llevaron a escribir este texto: "En las sociedades actuales nos hemos dado cuenta de que en vez de luchar contra la pobreza, tendemos a culpar a los pobres por ser pobres. El pobre es pobre porque, o bien es vago, o bien no tomó decisiones inteligentes para su vida. Además, el tiempo para pensar, para reflexionar, no es visto normalmente como un tiempo importante para el desarrollo del ser humano". Más allá de esta reflexión, la obra nos hace mirarnos al ombligo por nuestros hábitos, nuestras costumbres, para hacernos reflexionar sobre las imposiciones que nos marca la sociedad para poder seguir el ritmo que se nos marca.
El montaje se nos plantea en un futuro "idílico" en el que la sociedad trabaja tres horas al día y disfruta de su tiempo libre, sin ningún tipo de agobio ni imposición laboral. Esta evolucionada sociedad está a punto de abrir un museo en el que se verá la manera en la que trabajaban "nuestros padres y nuestros abuelos", así como las formas de explotación a la que eran sometidos. La obra se desarrolla como una "visita guiada" por las distintas salas de este museo, aún sin abrir (la calma y la pereza es lo que tienen...), en el que nos veremos claramente reflejados, en una sociedad que da mucho más valor al trabajo que al tiempo libre.
Tras una presentación de los personajes, "nuestro guía" nos explica en que consiste el museo (en un monólogo que se ve interrumpido por sus continuas preguntas al público, para mi poco acertadas) para dar paso a una secuencia de pequeñas historias en las que veremos lo que, para esta futura sociedad, es el trabajo y la vida en la actualidad. Un alarde de pequeñas y geniales secuencias en las que la autora dispara a dar a los principales pilares de nuestro mundo: El trabajo, las redes sociales, la comunicación, el tiempo libre, la "adicción al trabajo", las presiones a las que nos vemos sometidos o la felicidad (o más bien la falta de ella), son algunos de los temas de los que nos reiremos en este cuidado montaje, lleno de humor del más inteligente y voraz (por la manera en que se engulle y tire por tierra todas las bases de nuestra sociedad actual).
Con mayor o menor certeza, todas las historias están marcadas por un ritmo trepidante, un humor ácido y directo y unas grandes interpretaciones. En algunas de las escenas se prima más el texto y en otras el montaje estético, aunque siempre las dos cosas dialogan en perfecta armonía. Historias como las de la "sala de reuniones" o la de la "sala de auto-explotación" son auténticos torbellinos en los que el texto es demoledor y no para de golpearnos de principio a fin, con verdades como puños que llegan a asustar por la forma tan cruda en la que se nos muestran. Para mi fueron mucho más impactantes la "sala de los sonidos" y la escena final, por su belleza estética y su contundencia en el contenido. Dos escenas que no necesitaban texto para hablar por si solas, que con la introducción de este, se hace aún más contundente el contenido.
Para esta maravillosa vorágine de escenas, tramas, historias a cual más delirante, la directora ha contado con siete fantásticos intérpretes, que se desdoblan en distintos personajes para dar forma a cada una de las secuencias. Enrique Cervantes (nuestro maestro de ceremonias al principio del montaje), Ksenia Guinea (la implacable jefa en la sala de reuniones), Jorge Machín, Vicente Navarro, Elena Oliveri (la reina del mundo de la pereza, formidable en cada una de sus intervenciones), Laura Santos (maravillosa su lucha por parar y recapacitar sobre si misma) y Diana Talavera, son los encargados de transmitir toda la magia y la mala leche de este singular experimento teatral. Soberbias interpretaciones de elenco, en las que todo funciona como un reloj y ninguna interpretación se entiende sin las de los compañeros.
Una de las cosas más impactantes y mejor resueltas de este montaje es la escenografía, creada por Dorothe Curio, que también ha sido la encargada de diseñar el estrafalario vestuario. La sucesión de capas con las que forma el decorado es una especie de matrioska que nos va llevando hasta la gran escena final que se refleja en la foto que tenemos sobre este texto. La maestría con la que va generando espacios tan diferentes con la "simple" sucesión de capas que se van quitando es simplemente una genialidad. La escena muta con la misma velocidad que los personajes, consiguiendo que nos sintamos dentro de un mundo imaginario en el que todo gira y se mueve al ritmo que marca el texto. El decorado en sí mismo nos desvela algunos de los momentos más bellos e ingeniosos de la obra. Para mi la escena final es maravillosa, tanto estética como formalmente.
Teatro: Teatro Valle-Inclán
Dirección: Calle de Valencia 1.
Fechas: De Martes a Domingos a las 20:00.
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