El amor entre una madre y una hija, una de las relaciones más interesantes y a la vez más complejas que existen en el ser humano. Protección, amor, dulzura, amistad, todo es posible en este mundo en el que las dos viven aisladas, sin nadie que enturbie su relación. Las ganas de emanciparse de la hija contrarrestan con los miedos que atormentan a la madre, conocedora de todo lo que hay fuera de ese espacio de confort en el que habitan.
El ambigú de El Pavón Teatro Kamikaze es un espacio acogedor, en el que una pieza como esta encaja perfectamente. La escena ya está esperándonos cuando accedemos al lugar, en el que nos situamos como convidados de piedra al salón de su casa. Un lugar especial en el que poder hablar de sentimientos, de miedos y de sueños, de la vida y del amor. Una situación aparentemente normal (una niña dibujando en el suelo mientras su madre fuma en el sofá) que irá adquiriendo cauces surrealistas, o quizás oníricos, o tal vez sea una realidad mucho más conceptual que la que solemos ver, todo al servicio de los sentimientos y del amor materno filial.
Estamos sin duda ante uno de los textos más originales que hayamos visto en los últimos meses, cargado de simbología y con una estructura que nace de los sentimientos. La dramaturgia y dirección de esta peculiar obra es de Gon Ramos, uno de nuestro autores más singulares y profundos, ya que sus textos parecen provenir siempre de lo más profundo de su ser. Ya con "Yogur Piano", su primer montaje, consiguió poner de acuerdo a crítica y público, convirtiendo el montaje en todo un fenómeno dentro del mundillo. Tras dos interesantes montajes ("Un cuerpo en algún lugar" y "La familia No") , en los que siempre a mostrado una forma muy íntima de escribir, vuelve al Pavón Teatro Kamikaze para mostrarnos una radiografía de la relación entre una madre y su hija, una vista a lo más profundo de sus sentimientos, para sacar la esencia misma de lo que sienten.
Este montaje nos plantea situaciones mucho más allá de la razón. Deberíamos dejar nuestro raciocinio en la puerta y cogerlo a la salida, en los montajes de Ramos se debe entrar en blanco, con la sensibilidad a tope, sin prejuicios ni nada que nos impida comenzar este viaje que nos propone, a lugares desconocidos, o al menos muy escondidos en nuestro interior. Nada de lo que veamos será convencional, el autor indaga en el interior del ser humano para escribir desde el corazón, no desde la cabeza. El desconocido mundo de los sentimientos nos obliga a tirarnos a la piscina, a dejarnos llevar hacia lugares nunca antes transitados, confiar en nuestro guía y pensar que estamos ante una experiencia diferente, en la que se nos mostrarán cosas de nosotros mismos que no conocíamos, o que nunca habíamos sentido de esta manera.
El propio autor habla cuenta así como es su singular proyecto: "Una madre y una hija viven en el claro de un bosque. La madre es un animal de compañía, un perro. El padre casi ha desaparecido. La niña trata de saber qué significa vivir, en medio de todo esto. "Suaves" es una obra que mira directamente a la relación atávica, intuitiva y animal madre-hija/o. Es una obra escrita justamente desde la intuición pura del lenguaje y las imágenes que se iban construyendo, casi a pesar de mí, en el proceso". Con estas premisas, podemos deducir que lo que nos vamos a encontrar al sumergirnos en esta propuesta es algo nada convencional, lugares comunes tratados desde lugares desconocidos, sentimientos a flor de piel para llegar a lugares a los que la razón no alcanza (o en los que prefiere no indagar). La función profundiza en las relaciones que se crean entre una madre y su hija, que van mucho más allá de lo meramente racional, esas relaciones que se crean "mucho más allá del cordón umbilical", en el epicentro de nuestras emociones, un lugar que hay que abandonar para salir al mundo y comenzar a amar desde la realidad, desde la perspectiva que da la distancia, para valorar realmente todo lo que nos han dado nuestras madres.
La relación entre la madre y la hija baila entre la dulzura y el reproche, entre el amor y el odio. La madre ama a su criatura, la protege, se preocupa por ella, pero también llega a desquiciarse cuando no le hace caso, con la maravillosa metáfora del río, lugar que separa la zona de protección del mundo peligroso. Una madre que se ha cubierto de lana negra, de capas de las que no puede desprenderse hasta que no consigue superar todas las trabas, romper las cadenas, que encorsetaban la relación con su hija. Es necesario que ambas respiren, que se distancien, que vivan sus vidas, con todos los miedos y el dolor que ello supone. Diálogos y situaciones surrealistas para profundizar en una relación que quizás no de deba abordar desde otro punto, sino de las mismas entrañas de la vida.
Dos mujeres que luchan por ser ellas mismas, pero a la vez seguir perteneciendo la una a la otra. Quieren liberarse y a la vez permanecer en su cueva, liberarse para seguir en el mismo lugar, romper las cadenas para poder ser ellas mismas pero sin dejar de tener los vínculos que las unen. O quizás la única realidad es que esos vínculos deben evolucionar, como deben hacer ellas, sin quedarse aisladas en la casa del bosque. Este trabajo tan introspectivo ha debido ser muy laborioso para las actrices, un viaje interior en el que debían confiar ciegamente en el director, saltar sin red para llegar a lugares de los que se puede volver con alguna cicatriz. Esther Ortega y Carolina Yuste son las encargadas de dar vida a la madre y la hija respectivamente.
Esther Ortega hace un papel que va creciendo a lo largo de la obra, tanto en presencia como en contundencia. La lánguida mujer que nos da la bienvenida postrada en el sofá, fumando, sin ganas de nada, se va transformando, descontrolando, cada vez que su hija desobedece alguna de las rutinas impuestas. Una progresión dolorosa, en la que el personaje sufre, se descoloca, se angustia, al ver como va perdiendo poco a poco el poder sobre su hija. Huyendo de posibles estereotipos sobre el personaje (locura, depresión, tristeza por el marido ausente) vamos más allá para descubrir los miedos de una mujer ante el crecimiento de una hija, a la que protege de un mundo para el que piensa que no está preparada. La angustia que nos regala Ortega, mezcla de melancolía y dolor, es sublime. Una interpretación cargada de intensidad, con mucho peso (todo el que soporta una madre) que la actriz hace que nos conmueva y nos duela de principio a fin. Su escena final, que aún retumba en nuestra mente, es memorable.
Por su parte Carolina Yuste (ganadora del Goya a mejor actriz de reparto por su memorable papel en "Carmen y Lola") es todo lo contrario en su papel de Mariana (la hija). Un papel bordado con ternura, desde la posición de una niña que vive aislada en su particular mundo imaginario (creado por su madre). La muchacha está creciendo, se está haciendo mujer (el momento en el que le viene la regla es magia pura) enclaustrada en el mundo claustrofóbico que le ha diseñado la madre, al margen de la sociedad, encorsetada en roles infantiles que la impiden avanzar, que no le dejan conocer el mundo. Una interpretación magistral de Yuste tiene miles de capas, infinidad de matices que nos va mostrando a lo largo de la obra. La fuerza de su interpretación la lleva de la dulce niña que pinta en el suelo a la rebelde que quiere volar sola. Una lección de interpretación, tanto física como vocal. Una absoluta delicia ver la delicadeza que muestra por momentos y la contundencia con la que se enfrenta a la madre, una creación imponente.
Ambas actrices lo dan todo durante la hora y media que nos tiene en vilo la historia. Un verdadero duelo interpretativo en el que ambas dan lo mejor de si mismas para regalarnos unos personajes que sufren y aman, que se quieren y se desprecian, que se necesitan y se huyen. Muy interesante también la figura ausente del padre, al que escuchamos desde las grabaciones que la madre pone en su vieja minicadena, en forma de cassettes grabados para tener un mínimo recuerdo de tiempos pasados, y que la mujer utiliza a modo de diario y de confesiones para la hija.
El espacio escénico que han dispuesto Gon Ramos y Luis Sorolla (ayudante de dirección y mano derecha del autor) es un pequeño espacio presidido por un sofá y una mesa, con un pequeño radiocassette que sirve de refugio a la madre. Todo ello delimitado por una alfombra que nos parece acotar el espacio de este refugio en el que viven madre e hija. Pero según avanza la función la escena se va dilatando, apareciendo nuevos espacios por los que intenta asomarse la hija, en su búsqueda por salir de ese reducido lugar.
"La obra para mi, en definitiva, es un intento de curar esa culpa ligada a los lazos familiares, haciendo estallar el vínculo materno-filial. Esto inicia la construcción de la independencia de una niña que ha sido criada toda su vida en unas circunstancias de aislamiento con respecto a la realidad que conocemos y por la imposibilidad de una madre que no pudo asumir que su visión del mundo se transformara irreversiblemente al tener una hija. Este estallido deja dos mundos separados para siempre, pero poseedores de una luz nueva y necesaria para empezar a vivir de manera radicalmente honesta". Con estas palabras del propio autor sólo nos queda invitarles a acudir a este maravilloso viaje, pero a la hora de hacerlo dejen a su cuerpo libre, que sienta y disfrute de cada escena, de cada golpe, de cada grito. Saldrá de allí desconcertado y satisfecho a partes iguales.
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Teatro: El Pavón Teatro Kamikaze
Dirección: Calle Emabajadores 9
Fechas: De Miércoles a Sábados a las 18:30. Domingo a las 20:30.
Entradas: Desde 16€ en TeatroKamikaze. Del 6 de Febrero al 2 de Marzo.
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