¿Somos capaces de realizar un asesinato colectivo si no somos conscientes de que lo que hacemos? ¿Es juzgable una persona con una inteligencia por debajo del ochenta por ciento de la gente? ¿Puede una persona, indefensa por sus nulas capacidades, ser cabeza de turco para conseguir objetivos más importantes para el bien común? ¿Es capaz una persona con un diversidad intelectual de entender de lo que se le acusa? Todos estos interrogantes nos asaltarán, tanto durante la obra como a la salida, para hacernos reflexionar sobre los límites de la justicia, hasta donde llega la "cordura" de un hombre con las capacidades mentales mucho menores a las habituales.
Al entrar la sala nos encontramos con un espacio que nos intimida, por sus proporciones, por su aspecto tenebroso, por su atmósfera lúgubre. La aparición del acusado, en silla de ruedas y esposado, minutos antes del comienzo de la obra, nos va metiendo en situación. Porque desde un primer momento vemos algo extraño en él, una mirada perdida, un gesto de indiferencia, una actitud tranquila, como si con él no fuese la cosa. Algo en su pasividad nos indica que le pasa algo, que no es consciente de lo que está a punto de pasarle. Un hombre perdido, abstraído de todo lo que ocurre a su alrededor, que no entiende nada, aunque tampoco le preocupe en exceso, ya que le ha ocurrido en más ocasiones.
Con el término verbatim, que significa literal, se conoce a un tipo de teatro documento que se crea a raíz de un acontecimiento real, sin que se añada nada de texto de ficción. En torno a esta premisa, El Pavón Teatro Kamikaze nos sorprende con un programa doble, ambos con textos de Jordi Casanovas (que ya se enfrentó a un proyecto similar con la contundente y exitosa "Ruz-Bárcenas") a partir de dos hechos reales como son el juicio de la Manada y este interrogatorio policial sobre el principal acusado de una matanza en Australia. El primero de los textos dio como resultado la sobrecogedora "Jauría", dirigida por Miguel del Arco, mientras que en la dirección de este claustrofóbico y angustioso interrogatorio está David Serrano.
Kamikaze Producciones une sus fuerzas con Milonga Producciones, Hause & Richman Producers y Zoa Producciones, para crear esta angustiosa pieza, en la que iremos descubriendo uno de los casos que conmocionó el mundo, y que a día de hoy sigue con muchos claroscuros. Al igual que hizo con el caso de la Manada, Jordi Casanovas (con la colaboración en la dramaturgia de Silvia Sanfeliu) ha seleccionado partes del interrogatorio (que duró más de ocho horas) para hacer un inteligente montaje de unos noventa minutos, en los que se puede resumir toda la esencia de lo que ocurrió en aquella sala. La precisión del texto nos lleva por lugares tenebrosos, en los que no queda muy claro si el acusado es un psicópata o un simple cabeza de turco utilizado para fines mucho mayores. Al acabar la obra el espectador sale del teatro con la duda, más que razonable, de si lo que ha visto es interrogatorio a un psicópata que en un momento de enajenación cometió una masacre, o si hemos asistido a la maquiavélica representación de un montaje del gobierno australiano para poder endurecer la ley sobre armas.
La ingeniosa dirección de David Serrano nos mantiene en vilo durante toda la historia, jugando con el espectador como un prestidigitador que nos oculta en cada momento aquello que no quiere que veamos. El responsable de algunos de los mayores éxitos de los últimos años, como "Billy Elliot", "Cartas de amor", "Los universos paralelos" o "Dos más dos", vuelve al género del thriller policíaco que ya trató en la magistral "Lluvia constante" y que se ha visto que domina a la perfección, sabiendo mantener la incertidumbre sobre lo que ocurre en todo momento. Es muy interesante como se trata al personaje del acusado, que por momentos nos da lástima y en otros nos da miedo al escuchar las barbaridades que dice, sin apenas inmutarse.
La historia nos sitúa en un lúgubre espacio, en el que aparece un hombre esposado en silla de ruedas, al que dejan frente a nosotros durante unos minutos. Este hombre de aspecto asustado es Martin Bryant, acusado de haber cometido un crimen espantoso. Nuestro asombro se dispara cuando el acusado dice no acordarse de nada. Él permanece con el mismo gesto de incredulidad mientras dos agentes de policía le acusan del mayor asesinato cometido nunca en Australia. Pese a la insistencia de los agentes, que intentan por todos los medios que confiese, Bryant no recuerda nada (o al menos eso dice). Durante el interrogatorio vamos conociendo más sobre el caso, lo que nos hace dudar que los agentes quieran realmente que el acusado confiese o si lo único que quieren es que firme la declaración aceptando lo que le dicen que ocurrió.
Esta obra nos traslada a la historia real ocurrida en la prisión de Ridson, en Tasmania (Australia) en el año 1996 y que fue un punto de inflexión para la sociedad australiana. El caso saltó a los medios debido a que Wikileaks filtró todo el interrogatorio, con el propósito de que se supiese que todo fue un montaje para inculpar a Bryant, alguien con muy poca capacidad para su defensa. El caso ha creado miles de leyendas, creando en todo el que se acerca al caso las mismas dudas que nos deja a nosotros el montaje. ¿Puede una persona con las capacidades de Bryant cometer un asesinato tan bien diseñado? ¿Qué pasa por la mente de una persona que hace algo así? ¿Por qué la mente puede borrar hechos traumáticos? Tres hombres que intentan encontrar la verdad de una historia con demasiadas incógnitas.
Hay que reconocer que para este tipo de montajes es fundamental la elección del elenco, ya que debe enfrentarse a historias reales que remueven lo más hondo de nuestra alma, tratando de entender lo que pasó por la cabeza de ese hombre. David Serrano ha elegido para el papel de Martin Bryant a Adrián Lastra, uno de sus actores fetiche, al que dirige de forma magistral, para presentarnos a un ser maligno y tierno, que nos hace dudar de su ternura y de su maldad. Junto a él, en los papeles de los inspectores de policía, tenemos a Joaquín Climent y Javier Godino, que nos presentan a dos fiables policías, que se van desesperando ante la reiteración en el discurso del acusado. Dos personajes que se alejan del estereotipo del poli bueno poli malo, para ir más allá, ofreciéndonos dos grandes interpretaciones, que sirven para apoyar el eje central de la obra, que no es otro que Adrián Lastra y su maravillosa recreación del misterioso y demente acusado.
Sin duda alguna el personaje que nos regala Adrián Lastra en su reencarnación de Martin Bryant es impresionante, un personaje dual, que transita de la misma manera por la locura y la ingenuidad. El acusado parece no saber lo que hace allí, hablando con despecho a los inspectores, en una actitud que por momentos parece de ignorante y otras de cínico. Esa dualidad con la que juega Lastra al mostrarnos el personaje es fundamental para el desarrollo del montaje, que se sustenta en esas múltiples aristas del personaje. Un montaje que se centra en la palabra, en el gesto, en la tensión psicológica que se crea entre la irritante tranquilidad de Bryant y los vaivenes anímicos de los inspectores ante sus respuestas.
Para la recreación de este sórdido lugar se ha creado una escenografía realista, para que nos metamos en la acción desde el mismo momento en que meten al acusado en escena. Una mesa de interrogatorios preside la escena, con una mesa con las pruebas (las armas utilizadas en la masacre) en un segundo término, con unas rejas al fondo por las que entran y salen los personajes y una ventana desde la que se los inspectores observan a Bryant cuando salen de la sala. La escenografía creada por Alessio Meloni nos coloca la figura del acusado en primer término, colocando el resto de elementos en torno a él. El equipo técnico que acompaña a Meloni (al igual que en "Jauría"), lo componen las luces creadas por Juan Gómez Cornejo (fundamental para la creación de los distintos ambientes en un espacio tan plano), el diseño de sonido de Sandra Vicente (creando una atmósfera de tensión y provocando los cambios de actitud de los policías) y el vestuario del propio Meloni.
Teatro: El Pavón Teatro Kamikaze
Dirección: Calle Embajadores 9
Fechas: Martes 20:30, Jueves a Sábado a las 19:00 y Domingos a las 18:00.
Entradas: Desde 19€ en TeatroKamikaze. Del 6 de Marzo al 21 de Abril.
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