Victima o verdugo, todos en esta disyuntiva elegimos lo primero, en un intento de no pensar en hacer nada que pudiese dañar a otro, pero también como un claro signo de victimismo. No todo es tan diametralmente opuesto, no todo tiene que ser blanco o negro, existen situaciones en las que la ambigüedad nos lleva a lugares en los que todo está confuso y no tenemos claro los roles de cada uno, todo se difumina en una nebulosa que convierte los roles en estereotipos que se cambian como el azar hace variar el destino en la ruleta rusa.
Estamos ante una propuesta diferente, que se estructura con la unión de dos piezas cortas que aparentemente no tienen nada que ver (y que ambas por separado darían para una obra por si solas). La lástima y La odiosa conforman este díptico en torno a la figura de la víctima, que nos mostrará oscuros lugares y posicionamientos, en los que todo puede llegar a cuestionarse, hasta el punto de confundir a la víctima y al verdugo. A mitad de camino entre la obra larga y el microteatro, esta función consta de dos desgarradoras piezas que al espectador le remueve pero a la vez le inquieta, le seduce y le frustra a partes iguales. Dos contundentes propuestas que nos invitan a recapacitar sobre nuestra sociedad y los roles tan marcados (y muchas veces innecesarios) que damos a las personas, cuando a veces ni ellas mismas quieren asumir el rol que se le asigna.
El Centro Dramático Nacional es el encargado de producir este sorprendente montaje, en el que durante dos horas los espectadores harán un viaje de ida y vuelta a los infiernos, para conocer el lado más oscuro de los personajes que habitan estas dos historias. Dos piezas de 45 minutos, entre las que debemos abandonar la sala para el cambio de escenografía (a modo de intermedio), conforman esta dupla de historias crudas y desgarradoras, que desafían todas las ideas preconcebidas que traigamos sobre la figura de la víctima, y que nos hará plantearnos muchas cosas al final de cada una de las piezas, en lo que promete ser un interesante debate sobre algunos de los cimientos que sostienen a nuestra sociedad, sobre lo políticamente correcto o lo que la sociedad espera de cada uno.
El resultado de la unión de estas dos piezas es apabullante, rompedor, con momentos de angustia, de remover conciencias, de reflexionar, de teatro en estado puro, en el que dos actores lo dan todo para conseguir llevarnos a lugares que ni imaginábamos al comienzo de cada historia. Tras el evidente tema de "la víctima" (presente hasta en el título), la obra nos presenta muchos más temas como el terrorismo, el bullying, el papel del periodismo o de la propia sociedad al tratar ciertos temas. El montaje nos habla del victimismo tan enraizado en nuestra sociedad, de las víctimas reales que se aprovechan de su situación, pero también de aquellas que huyen de ella. Unas víctimas condenadas, por el hecho de serlas, a cumplir con ciertos roles asignados, víctimas del terror, de los comportamientos de los otros, víctimas que se convierten en verdugos, víctimas de las propias víctimas.
Tras 21 años de su participación en "El Rey negro", Ignacio del Moral (autor) y Eduardo Vasco (director) vuelven a cruzar sus caminos, de nuevo en el CDN, para crear esta singular pieza que nos habla de como hoy "la propaganda bélica oculta los muertos infligidos al otro bando y disfraza sus matanzas de defensivas, ncesarias e inevitables. De manera que las acciones más viles, se presentan siempre (o lo intentan) como reacciones a una agresión previa. El verdugo le arrebata así a su víctima el derecho a la piedad" según afirma el propio autor. Del Moral ha creado un texto sin fisuras, demoledor de principio a fin, brillante y valiente, que expone temas conflictivos de forma directa, sin disfraces. Dos historias sobre situaciones extremas, que se mueven por límites desconocidos o poco transitados, que se giran sobre si mismas como un boomerang, para devolvernos todos los planteamientos iniciales volteados de forma primorosa.
El propio autor reflexiona sobre el mundo que nos toca vivir y comenta que "es paradójico que en una sociedad tan narcisista y exhibicionista como la nuestra, al final parezca preferible causar lástima antes que admiración. Tal vez porque ser víctima nos exonera de cualquier obligación". En estas dos piezas todo tiene lugar de forma inesperada, y así Del Moral habla de que "el verdugo le arrebata a su víctima el derecho a la piedad".
La dirección de Eduardo Vasco (con Álvaro Nogales como ayudante) es un prodigio, un monumento al saber hacer, al teatro en su pura esencia. El director se pone al servicio del grandioso texto y lo muestra sin artificios, en lo que es "un combate a dos asaltos situado en el ring de la actualidad poniendo en tela de juicio asuntos que nos preocupan a diario y sirviendo, a través de la acción y las emociones, las inquietudes que nos asaltan, enfrentándonos a un espejo incómodo". Todo basado en la palabra, en dos interpretaciones descomunales que Vasco moldea para hacer de cada matiz un puñal, de cada frase una bomba, de cada movimiento un terremoto.
Para el director "hay pocas veces en las que uno lea un texto, entienda que habla de algo urgente e importante y sienta grandes deseos de llevarlo a escena. Espejo de víctima tocó mi fibra d amante del teatro desde la primera lectura y me sorprendí al momento haciendo cábalas con un posible reparto y una puesta en escena en la que ahora, afortunadamente, trabajo junto a Ignacio".
En la primera de las historias, "La lástima", nos situamos en el despacho de un joven y emergente político que está a la espera de una llamada que puede cambiar su vida (va a ser nombrado candidato). Mientras espera nervioso la llamada, atiende a una joven periodista que le hace una entrevista para una revista femenina, dentro de un artículo sobre hombres poderosos. La entrevista se va transformando en un interrogatorio que le llevará directo a su pasado más oscuro. La tensión va subiendo un poco más en cada frase. El nerviosismo inicial del político por la esperada llamada se va apoderando de la escena, con una expeditiva reportera que parece no creer nada de lo que dice el político, o al menos que no responde lo que ella quiere. Los continuos cambios de la grabadora (la mueven de un lado al otro detrás del político), los giros que va tomando la entrevista, la actitud de ambos, todo genera una atmósfera de inseguridad y tensión que acaba por explotar, en un final abierto muy potente.
En "La odiosa" los personajes son diametralmente opuestos. Una mujer que quedó mutilada en un atentado se ha convertido en una polémica influencer. Un hombre tímido, de aspecto descuidado (aunque intenta aparentar elegancia), consigue que le reciba, muy a su pesar, para hablar con ella. Ella reniega de su papel de víctima, se dedica a provocar en las redes sociales, hablando de su vitalidad, de su despreocupación, de su sexualidad, de sus mutilaciones, muy alejada de la imagen que la sociedad quiere de una víctima, lo que le lleva a tener muchos enemigos en las redes que la insultan y la amenazan. La acción, al igual que en la primera historia, va adquiriendo "velocidad" y fuerza conforme avanza la conversación. Los continuos ataques del hombre hacia la actitud de la mujer son contestados cada vez con mayor vehemencia. La evolución de la historia nos lleva a situaciones inesperados, cambios de rol y una traca final memorable.
Para un montaje tan íntimo, en la que los actores están tan expuestos, la correcta elección resulta trascendental para el correcto funcionamiento de la obra, para la credibilidad de algo tan frágil y a la vez tan contundente. Las interpretaciones que realizan Jesús Noguero y Eva Rufo son sencillamente descomunales, un ejemplo de equilibrar los tiempos, de jugar con la entonación del texto, de abarcar con sus movimientos el espacio y expandir sus personajes hasta los espectadores. Las espléndidas interpretaciones de estos dos magníficos actores cobra aún más valor al tener que enfrentarse a dos personajes tan diferentes (los dos de una intensidad máxima), sorprendiendo con un cambio camaleónico que nos demuestra la solvencia de ambos, dando a cada una de sus interpretaciones todo tipo de matices y consiguiendo crear unos personajes con infinidad de aristas.
A Jesús Noguero ya le hemos visto en papeles de esta intensidad en otras ocasiones, pero el cambio de registro tan descomunal entre estas dos piezas en cuestión de minutos, es un salto al vacío, un nuevo reto que supera con nota. Acostumbrado a personajes de gran intensidad emocional, lo hemos visto en montajes como "Festen", "Consentimiento", "Ensayo", "Kafka enamorado" o "La noche de las Tríbadas", y más recientemente en "Los otros Gondra" y "Luces de Bohemia". En este montaje nos presenta dos personajes antagónicos pero igual de interesantes. Un político triunfador en el que juega mucho son su cuerpo para mostrarnos su nerviosismo y su altivez, mientras que en la segunda historia es un hombre cohibido, que se refugia en su carpeta ante la presencia de la influencer, hasta que todo explota y su personaje coge las riendas de la acción. Dos personajes que evolucionan de forma bestial durante la obra, para darnos infinidad de pequeñas joyas sobre como puede llegar a ser una interpretación.
Si la transformación de Noguero nos resulta interesante, la "mutación" que sufre Eva Rufo entre las dos piezas es increíble, con la sencillez de quien se cambia de vestido pero con la complejidad interior de quien tiene que cambiar su alma. La evolución de esta actriz en los últimos años está siendo deslumbrante, desde que participase en "Las bizarras de Belisa" de la Joven Compañía de Teatro Clásico. Desde esa obra nos ha regalado maravillosas interpretaciones en interesantes montajes como "Kathie y el hipopótamo", "Penal de Ocaña", "El perro del hortelano" o "El alcalde de Zalamea". Hace unos meses la pudimos ver en la maravillosa "La geometría del trigo". La camaleónica actriz nos regala dos maravillosas interpretaciones, en las que nos ofrece un amplio abanico de registros para crear a dos mujeres muy diferentes, pero ambas de gran complejidad interior. En la primera historia se centra más en sus gestos, con una periodista de movimientos sosegados. En las antípodas encontramos a su otro personaje, todo vitalidad, con mucho movimiento físico, centrando sus matices en la expresividad corporal.
La sencilla escenografía de Carolina González resulta muy eficaz, ya que nos mete en la historia desde el primer momento, sin alardes pero de gran elegancia. El uso de la luz, diseñada por Miguel Ángel Camacho, nos traslada a los distintos lugares que transitamos dentro de este mínimo espacio. Sutileza y elegancia para dar a cada escena su justa intensidad. El espacio sonoro, diseñado por el propio Eduardo Vasco, ayuda a definir las texturas de cada situación, los cambios en este combate dialéctico, las intensidades de cada una de las discusiones. Por último, el elegante vestuario ha sido diseñado por el gran Lorenzo Caprile.
Teatro: Teatro María Guerrero
Dirección: Calle Tamayo y Baus 4
Fechas: De Martes a Domingos a las 18:00
Entradas: Desde 3€ en entradasinaem. Del 20 de Marzo al 21 de Abril.
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