Un año más, el Festival de Teatro Clásico de Almagro deleita a todos
aquellos amantes, no sólo del teatro en
general, sino de las obras de nuestros
grandes del Siglo de Oro como Lope, Tirso, Cervantes o el gran
Calderón (y, por qué no decirlo, también de los no tan nuestros). El festival, en
una edición dedicada a la mujer, nos ofrece uno de los espectáculos trágicos
más bellos del creador de la filosofía de la
vida como un sueño: La hija del aire, producción de la Compañía Nacional de
Teatro Clásico, con dirección de Mario Gas en versión de Benjamín Prado, como
colofón a una última semana cargada de teatro y en uno de sus espacios más
modernizados, pero al aire libre emulando los antiguos corrales de comedias, el
teatro Adolfo Marsillach.
Bajo el cielo estrellado de una fresca noche de verano, al más puro estilo
Shakespeare, el público va llenando un amplio espacio coronado por una
escenografía en penumbra y el constante ruido de un goteo que, antes de que
comience el espectáculo, predispone al espectador haciéndole entrar en una
atmósfera tensa, de una incertidumbre e intriga al hilo del drama histórico que
nos cuentan estos versos del dramaturgo madrileño.
Calderón introduce en La hija del aire, como hace en muchas de sus
creaciones literarias, una delgada línea entre la realidad y la ficción, entre
lo que, aparentemente vivimos y lo que parece que sea un sueño, en una obra que
es una lucha constante entre lo verdadero y lo aparente, la realidad y la
ilusión, un contexto típico del metateatro que surgió en el Siglo de Oro y cuyo
máximo exponente en nuestro país es el propio Calderón.
En este drama histórico con tintes trágicos, la protagonista de la pieza,
Semíramis, que aparece como hija de una ninfa violada por un
hombre, tiene en su poder el funesto destino del reino que la vio nacer,
Asiria, por lo que vive encerrada y custodiada en unas montañas espectacularmente
creadas con una escenografía móvil que asombra, hasta que, fruto de su
feminidad y sensualidad, es liberada y va ascendiendo, conquistando a hombres
cada vez más poderosos hasta llegar a cumplir sus anhelos de poder sucediéndose
violentas situaciones cargadas de dramatismo a lo largo de las tres jornadas en
las que se divide cada una de sus dos
partes (descanso de por medio).
Gas nos presenta una pieza cargada de intriga y tensión potenciada por un espacio sonoro acorde a dicho objetivo, unos personajes que evolucionan velozmente y unos actores que deben hacer frente a esos cambios provocados por las ansias de poder, por las incontrolables pasiones amorosas, los celos y el trasfondo bélico que domina la historia desde el minuto uno.
Cuando el público accede al Adolfo Marsillach la escenografía de la que se hablaba
antes, camuflada (como lo será a lo largo de la obra) por una cuidada
producción audiovisual, impacta y ayuda a iniciarse en la atmósfera que el
director cuida a durante el transcurso de las casi dos horas de espectáculo.
Los roles de “buenos y malos” van saltando de unos personajes a otros,
creando esta incertidumbre en los que asisten entre el patio de butacas a la
historia que transcurre a lo largo de los años en el reino de Asiria, donde
Semíramis, mujer cautivadora y magistralmente interpretada en su carga
emocional, su fortaleza femenina y su desgarro interior por Marta Poveda,
utiliza toda una serie de artimañas para llegar al poder y cobrarse así una
venganza labrada a lo largo de los años de cautiverio en prisión, eliminando
oponentes mediante artes amatorias mezcladas con la crueldad de la guerra.
Una pieza, esta versión de La hija del aire, que no deja indiferente al
público y que presenta, como anticipaba, estos giros, idas y venidas del mundo
real al mundo de los sueños, de los anhelos, de los pensamientos y meditaciones
que pretenden ser ejecutados, de personajes que se confunden, que evolucionan,
que van y vienen y que requieren de la atención constante del espectador para
no perder un ápice de los numerosos detalles insertados en el texto por el
genial Calderón en una tragedia que encumbra al genio madrileño como uno de los
más grandes dramaturgos de dentro de nuestras fronteras.
Marta Poveda está
descomunal en su papel de Semíramis (la hija del aire) un personaje poliédrico, con miles
de aristas y diferentes pieles, que la actriz sabe diferenciar con maestría. La
capacidad de Poveda para ir creciendo a lo largo de la obra es apabullante,
convirtiéndose en el eje sobre el que gira toda la obra, tanto por la
importancia del personaje como por la presencia de la propia actriz. Junto a
Poveda, sólo Jose Luis Alcobendas, en el papel de Arsidas, está presente a lo largo de toda la historia. Ambos se convierten en los
pilares sobre los que se asienta la función, con momentos de escalofriantes
duelos interpretativos entre ambos. Alcobendas aguanta el envite, con un
personaje que, aunque menos complejo, sufre muchos vaivenes a lo largo de la
obra, que el actor asume con brillantez.
Junto a ellos un elenco que
se divide en dos para hacer frente a cada una de las piezas que conforman el
montaje. En la primera parte destacan más las actuaciones de todos los actores,
todos los personajes tienen el mismo peso y resultan más interesantes. Agus
Ruiz (Menón), Lander Iglesias (Lisías), Ricardo Moya (Tiresias)
y Germán Torres (Nino) nos muestran desde el comienzo de la obra como
todo gira en torno al personaje de Semíramis, pero en esta primera parte la
participación de cada personaje tiene un gran peso, que se diluye en los
personajes que aparecen más adelante.
Según avanza la historia, ésta se va
centrando cada vez en la figura de Semíramis y su ambiciosa evolución a lo
largo de toda la obra. La segunda parte del montaje se centra en los personajes
de Semíramis y Arsidas (a nivel interpretativo), permaneciendo el resto de
actores más en un segundo plano. Destacan en este segundo acto las
interpretaciones de Jose Luis Torrijo (Friso) y David Vert (Licas)
que ejemplifican los sentimientos encontrados que a todos nos suscita "la
hija del aire". En este segundo acto completan el elenco Ariana
Martínez (Astrea), Silvana Navas (Libia), Aleix Peña (Nimias)
y Jonás Alonso (Irán). Por su parte Marta Betriu (Irene y Flora)
y Pedro Olivera (Libio y Anteo) duplican personaje,
apareciendo en los dos actos de la obra.
La iluminación potencia y sustituye a un mobiliario inexistente y al
minimalismo en objetos de attrezzo y utilería, que se compone, básicamente, del
armamento que reyes, príncipes, generales y toda una artillería utilizan en la consecución
de sus objetivos bélicos de derrotar a los distintos oponentes que van surgiendo
en la trama; una iluminación que tiende a lo performativo pero con tintes de
realidad y que es inteligentemente utilizada para potenciar zonas de interés
para el público, ocultando aquellos espacios que, por momentos, dejan de tener
interés para la dirección. Ya se habló de un espacio sonoro que ayuda
perfectamente a los tránsitos entre escenas, que simulan el paso de los años en
la historia de Semíramis, Nino, Lidoro Licas y el resto de personajes.
Resulta chocante la utilización del diseño de vestuario en una historia que,
si bien temporalmente lleva al espectador a épocas remotas, éste está más bien
caracterizado en los siglos XVIII o XIX, posteriores incluso al propio
Calderón en lo que quizás es un recurso por parte de dirección de ofrecer una
lectura en clave contemporánea del texto, con las dificultades que ello supone
a la hora de trasladar o establecer puentes de analogías de temas tan de otros
tiempos como el de la honra, el poder del destino en manos de figuras divinas,
el afán de poder o el ensalzamiento de las pasiones amorosas a nuestros días.
Se trata de un texto original que, con más de 8000 versos fabulosamente
escritos por Calderón, habría sido en cierto modo ininteligible para el público
actual de no ser por el estupendo trabajo realizado en la versión por parte de
Benjamín Prado, que cataloga esta obra como la segunda mejor tragedia del
dramaturgo áureo tras la insuperable La vida es sueño, versión en la que el
madrileño, con respecto hacia el texto de Calderón, se ha tomado la libertad de
eliminar personajes, repartir textos entre otros personajes, etc., en un
ejercicio de auténtica intervención textual respetando la construcción
calderoniana de los versos, pero actualizando su contenido.
Unas últimas palabras de
agradecimiento a Helena Pimienta en uno de sus últimos proyectos al frente de
la Compañía Nacional de Teatro Clásico, pues fue relevada en marzo por Lluis
Homar. Gracias, Helena, por el esfuerzo y trabajo llevado a cabo al frente de
la compañía en estos casi 8 años.
Teatro: Teatro Adolfo Marsillach (Hospital de San Juan)
Dirección: Calle San Agustín 21
Fechas: Todos los días a las 22:45.
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