La vida puede estar llena de momentos y situaciones absurdas que por cotidianas dejamos de ver su lado cómico. Esta visión tan surrealista de la vida nos hace reírnos de nosotros mismos y darnos cuenta de que muchas veces nos tomamos la vida demasiado en serio. Es posible que la vida sea monótona e incluso aburrida en algunos momentos, pero vista con la frescura y la alegría con la que nos la plantea La Compañía Benamate, la joven, todo parece absurdo y divertido. La realidad depende siempre de los ojos con los que la miremos, y aquí tenemos un ejemplo de cómo se puede ver todo desde el humor.
Ya al entrar en la sala intuimos que estamos ante un espectáculo poco convencional. El escenario vacío nos da la bienvenida, con un caballete a un lado en el que vemos el nombre de la compañía en una caja. Esto no sería nada raro sino fuera por los peculiares individuos que merodean por la sala. Una extraña señora espera inquieta que comience la función, sin parar de cambiarse de sitio, mientras una pintoresca pareja que intenta acomodarse en sus butacas comienza a discutir, con un tono que va del "piropo" al insulto, para que vayamos tomando conciencia de por donde van los tiros....
Esta peculiar obra se compone de varias escenas o piezas breves en las que todo es posible, desde el musical a la denuncia social, de la imitación política a la parodia de lo cotidiano. Este collage de pequeñas historias está basada en los textos de Karl Valentin, considerado uno de los precursores de la vanguardia del siglo XX y propulsor del cabaret alemán, que pese a haber mantenido una perfecta conexión con el pensamiento contemporáneo, a día de hoy se ha visto relegado por otros autores y es escasa su aparición en la escena actualmente.
Este proyecto de La Compañía Benamate, la joven, es un fiel reflejo de la forma de hacer teatro de esta interesante compañía nacida al cobijo de la Escuela de Teatro Benamate el pasado año. Tras tres años de formación en la academia dirigida por Jesús Amate, tres de sus alumnos se deciden a dar el salto, junto al director, y crear su propia compañía, buscando una mayor profesionalización de su trabajo tras una exitosa muestra teatral en la Escuela. Este primer montaje lo han centrado en los textos de Valentin ya que fue uno de los autores más trabajados en la escuela, y que para ellos "tiene todos los elementos que un actor/actriz tiene que poner en juego a la hora de crear un espectáculo: voz, cuerpo, interpretación y puesta en escena". Tras su estreno en la sala Off Latina y su paso por la Usina a comienzos de año, llega al Teatro Lara para continuar cosechando éxitos y hacernos ver lo absurda (y divertida) que puede ser la vida.
La dirección y dramaturgia del montaje corre a cargo de Jesús Amate, profesor y alma máter de la Escuela Benamate. Este proyecto bebe de lo que esta compañía ha vivido en sus años de aprendizaje, creando una serie de surrealistas escenas que podrían pertenecer a cualquiera de los montajes de su "compañía madre", La Compañía Benamate, cargados de ironía y buscando en lo cotidiano el lado más absurdo y surrealista. Situaciones diarias, o no tanto, que tratadas desde el prisma creativo de Amate se convierten en sketchs al más puro estilo Monthy Phyton.
Con Benamate, compañía creada con Beatrice Binotti y Natalie Pinot, ya tuvimos ocasión de disfrutar y sorprendernos con montajes como el díptico formado por "Fluxus" y "No se puede mirar (historias de bolsillo)" (premio Talent Madrid 2014), o con otros anteriores como "Mi novio en gay", "Tardes de té y sexo" o "Mary Poppins no existe. Thriller de salón". En todos ellos asienta una clara idea de hacer teatro, con una gran implicación social y una participación activa del público.
Este montaje es un homenaje al mundo del teatro y del cabaret, todo maquillado con una pátina de humor absurdo e irreverente, lo que hace más poliédrico el conjunto. La obra se compone de una serie de pequeñas historias contadas desde un humor surrealista y dadaísta, que nos hace partícipes en todo momento de lo que ocurre en escena, tanto por la cercanía de lo contado como por la continua ruptura de la cuarta pared, que desde el primer momento ha sido derribada para hacernos partícipes de todo lo que ocurre en el espectáculo. Toda esta secuencia de pequeñas locuras transcurre a un ritmo vertiginoso que prácticamente solapa una historia con la siguiente, como la vida misma. En esta particular visión de la realidad nos hablarán de las relaciones sociales, de las relaciones sentimentales, de la comunicación (más bien de la incomunicación), de la política... todo ello salteado con curiosos momentos musicales.
Los protagonistas de este torbellino de sketchs surrealistas son Cristina Brasero, Mariló Trullás y Jesús Díaz Morcillo (miembros fundadores de La Compañía Benamate, la joven), encargados de interpretar hasta un total de veintitrés personajes a lo largo del montaje. En el montaje hay de todo, siete escenas, tres monólogos y alguna canción de Boris Vian, que nos hace girar en todo momento, sorprendernos con cada nuevo giro de tuerca, en un amalgama de historias tejida cada una con su propia textura y forma, aunque dentro del conjunto todo encaje a la perfección, aunque sin ninguna lógica. Y por si esto fuera poco, como fin de fiesta nos tienen reservado un juego creativo con el público, inspirado en el artista Robert Filliou, que no dejará a nadie indiferente.
Los tres intérpretes congenian a la perfección, todo encaja en cada una de las historias sin que se nos haga raro ninguno de los papeles que cada uno lleva a cabo. Cristina Brasero y Jesús Díaz Morcillo alcanzan momentos cercanos al clown, con un comienzo de obra que lo habrían firmado Buster Keaton o Charles Chaplin. Mariló Trullás tiene una presencia en escena muy especial ( o eso transmite en este espectáculo), por lo que todo gira en torno a ella en muchas de las escenas, sólo con su simple presencia. Con sketchs de todo pelaje, hay que decir que alguno queda muy por encima tanto en la idea como en la ejecución. Es difícil conseguir cohesionar un conjunto de elementos tan diversos y que el resultado se entienda como un elemento en si mismo y no como la unión de piezas de forma aleatoria. Tras el aturdimiento inicial por el bombardeo de información tan frenético, nos queda la sensación de haber asistido a un complejo puzzle, que sólo hemos conseguido encajar (y no sabemos bien como) al final.
En un montaje tan aparentemente inconexo, se necesitan elementos de unión que no mantengan dentro de la obra en todo momento. En este caso una cuidada selección musical se encarga de guiarnos por todo el montaje, sirviendo de preludio a cada una de las historias y marcando el ritmo de lo que va a ocurrir en escena. Me pareció muy interesante como se pueden seleccionar las piezas musicales de tal manera que acaben siendo una parte muy importante del montaje, haciendo de lazarillo y de pregonero de cada escena.
Con una escenografía inexistente, el diseño de la iluminación resulta fundamental para singularizar cada uno de los elementos (escenas) y dar el carácter deseado a cada momento de la obra. Las luces, diseñadas por Carla Silván Domínguez, ayudan a singularizar cada escena, dotándolas de una textura diferente en cada caso.
Humor surrealista y absurdo que nos hace una radiografía de lo que somos, viéndonos sin complejos e intentando ir más allá de las simples apariencias. En todo momento sobrevuela un ácido carácter crítico que nos hace estar alerta para ver con que sutil (o no tanto) referencia a la actualidad nos sorprenden en cada momento. Sin duda estamos ante un espectáculo concebido para reírnos de nosotros mismos, en que nos veremos reflejados y que nos hará plantearnos si ciertas cosas que nos resultan tan cotidianas no son en cierto modo absurdas.
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