La dirección, que también corre a cargo de Ramón Paso (con Blanca Azorín y Ainhoa Quintana como ayudantes), es impecable, con el ritmo que suele imprimir a sus obras esta vez matizado por los tiempos que marca el tono melancólico y dramático de la obra. Esta mezcla resulta muy interesante, entrelazando los dinámicos movimientos de los personajes que secundan a Drácula con los pausados y serenos pasos del conde. El dinamismo del montaje entrelaza también dos velocidades al moverse entre las dos épocas en las que discurre la historia, a las que el director ha dotado de ciertos matices para situarnos en cada una de ellas. Paso crea unas escenas corales impecables, en las que el engranaje funciona a la perfección, como ocurre en la secuencia en la que Drácula va mostrando quienes son los personajes de los cuadros de su mansión, ingeniosa y bella, tanto conceptualmente como en su ejecución.
Siempre hemos comentado que Ramón Paso siempre crea personajes femeninos excepcionales, siempre por encima de los masculinos. En este aspecto también ha ido más allá y ha creado unos personajes masculinos muy interesantes, con especial mención al doctor Van Helsing y al propio conde Drácula. Dos personajes el lucha continua, entre ellos y consigo mismos. Personajes antagónicos y a la vez complementarios, a los que el director dota de una profundidad y una cantidad de matices descomunales. Las dos caras de una misma moneda, las dos versiones de una historia que se ha convertido en condena para ambos. Antagonistas que se buscan en una huida desesperada por la búsqueda de la salvación, algo que ambos desean y temen a la vez.
La historia que se nos cuenta en este montaje parte de la novela de Bram Stoker, como no podría ser de otra manera, pero profundiza en muchos aspectos que desconocíamos del personaje y que Paso ha conseguido hilvanar con un ingenio prodigioso. Así viajaremos del castillo de Transilvania (allá por el 1897) a la antigua Valaquia (en 1462), del Londres de finales de XIX el Madrid de nuestros días, en los que el conde Drácula se ha convertido en una famosa estrella del rock. En estos lugares y épocas tan diferentes conoceremos sus amores (Mina, en la piel de Inés Kerzan), sus aliados (Reinfield, que en esta versión es una mujer, Alisande, a la que da vida Ana Azorín) y a su archienemigo (el doctor Van Hensing, interpretado por Juan Carlos Talavera) e iremos descubriendo los miedos y las fobias del conde, así como sus pasiones y sus secretos más íntimos, en un personaje que se nos desvela mucho más poliédrico que en otras versiones.
Como ocurre en todos los montajes de esta compañía, las interpretaciones suelen ser la base en la que se construyen las obras, dejando en la mayoría de los casos la puesta escena en un segundo plano, cosa que no ocurre en este nuevo montaje. Pero sin duda estamos ante uno de los proyectos más ambiciosos de la compañía, con unas interpretaciones prodigiosas que son la base de todo gran montaje. Como ya hemos dicho, destacan las actuaciones de Jacobo Dicenta como Drácula y Juan Carlos Talavera como Van Helsing, un duelo interpretativo de altos vuelos.
La sola presencia de Jacobo Dicenta en escena es demoledora, y su actuación está plagada de matices en los que se diferencian claramente las distintas etapas de la vida del conde, los episodios que le han ido marcando y las heridas que le van quedando sin cerrar. Por su parte Juan Carlos Talavera nos presenta un Van Helsing poderoso, que se va creciendo según avanza la historia, a la vez que se va acercando al gran objetivo de enfrentarse a Drácula. Una interpretación rotunda, que encaja perfectamente con la angustia de Dicenta por sus desamores y su condena.
Las habituales "chicas Paso" también han dado un paso adelante en esta ocasión, para este cambio de registro. Las tres mantienen su esencia de grandes comediantes, con esa vis cómica y macarra que las caracteriza, pero han conseguido interiorizarlo para utilizarlo sutilmente en pos de unos personajes mucho más complejos (y completos) en los que exhiben todo su saber hacer. En el papel de Alisande Reinfield (versión femenina de RM Renfield) tenemos a la gran Ana Azorín, la escudera fiel del conde, que le acompaña por su deambular por los siglos. La actuación de Azorín es mayúscula, con una sagacidad e ironía que deja en shock a todos sus interlocutores, con la destreza que siempre muestra la actriz con la palabra. Más relajada en lo físico que en otras ocasiones, su papel destila arrogancia y lealtad, en una brillante escena inicial con el conde en el que se sientan las bases de lo que es su relación.
Inés Kerzán mantiene su dulzura intacta en su papel de Mina (también da vida a la princesa Drakul y a Anastasia Román, mujeres todas que son la misma, el amor del conde), un personaje que sufre grandes cambios a lo largo de la obra, sufriendo por su amiga mientras no puedo evitar sucumbir ante las seductoras artimañas de Drácula. Kerzán matiza cada gesto, cada movimiento, para crear de sus distintas interpretaciones las diferentes maneras de caer ante los brazos del conde. Llena de ternura, pero también con momentos de rebeldía, la actriz vuelve a demostrar todos sus recursos.
La tercera de ellas, Ángela Peirat, realiza su papel más completo hasta la fecha, tanto por el despliegue físico como por la intensidad de lo que transmite. Peirat está impresionante en su papel de Lucy Westenra (la amiga de Mina), un personaje explosivo, arrollador, que le encaja a la perfección a la actriz. Ya sabíamos todos de la capacidad de la actriz para la comedia disparatada, pero en este caso usa todas sus energías en lo físico, para mantener un poco más moderado en la interpretación, cargada de seducción y maldad.
El resto del reparto mantiene el alto nivel, en papeles de menor presencia pero la misma importancia dentro de la historia. Jordi Millán (habitual de en los montajes de PasoAzorín) está muy bien en su papel de Jonathan Harker, un personaje que se va angustiando según se acerca a la figura de Drácula y su entorno. Ainhoa Quintana destila frescura en su papel de Sarah Van Helsing, pero también un "sensual apetito" al hacer de vampiresa. David DeGea se mete en la piel del doctor Jack Seward (y en la del súbdito de Drácula), un personaje que intenta hacer cualquier cosa por salvar a su amada del "hechizo" del conde y al que el actor da el matiz necesario en cada momento. Guillermo López-Acosta da vida a Quincy P. Morris, uno de los pretendientes de Lucy, mantiene un gran nivel en todo momento. Lorena de Orte es Ersébet Bathory, dando muestras de su gran potencial, tanto físico como vocal. Por último Laura de la Isla es Mircalla Karnstein, otro pequeño gran papel que la actriz resuelve con soltura y una gran presencia en todo momento.
La escenografía creada por María Fernández (realizada por Mambo Decorados S.L.) es sencilla e ingeniosa en lo abstracta, pero a la vez es contundente, elegante y, sin lugar a dudas, uno de los elementos más interesantes de la propuesta. Una simple estructura de madera que sirve para escapar, para vigilar, para trepar, para deslizarse. Una divertida obra de ingeniería que ayuda a potenciar el ritmo del montaje, con las continuas subidas y bajadas de los personajes por ella. La abstracción de la escenografía en un elemento aparentemente sencillo pero sumamente funcional. La puesta en escena se acompaña por momentos de algún otro elemento, como una mesa de cristal con ruedas o unos marcos de cuadros (en una de las escenas de la obra). También hay que destacar la iluminación diseñada por Carlos Alzueta, que como en toda obra de vampiros, es lúgubre, misteriosa e intimista. El trabajo de Alzueta resulta fundamental a la hora de diferenciar las diferentes atmósferas en las que se desarrolla la historia, con ambientes tenebrosos para la oscura vida del conde y otros más alegres cuando aparecen los otros personajes. El espacio sonoro corre a cargo de Jorge de Muñoz, que nos mantiene en vilo en todo momento. El impresionante vestuario es obra de Inés Kerzán y Ángela Peirat, que han creado auténticas obras de arte para los personajes femeninos, tanto las vampiresas como Lucy y Mina.
Nos podemos pasar por alto las coreografías y movimientos creados por Angela Peirat y se convierten en un elemento más de la obra, que sirve para marcar los tiempos, las velocidades, creando momentos de una belleza plástica extraordinaria. Los continuos movimientos de la mayoría de los personajes, que en un principio pueden parecer caóticos, acaban siendo esenciales para el desarrollo de la obra, dando amplitud al espacio cuando se necesita y creando angustiosos espacios reducidos con ciertos momentos (como cuando las vampiresas acorralan a Jonathan Harker).
Teatro: Teatro Fernán-Gómez
Dirección: Plaza de Colón 4
Fechas: De Martes a Sábados a las 20:00. Domingos y festivos a las 19:00
No hay comentarios:
Publicar un comentario