Ponerse en el lugar del otro, ver la vida desde otra perspectiva que no sea nuestra propia Atalaya. Diversas realidades y puntos de vista para conseguir tener una mayor objetividad sobre la vida. Huyamos de las premisas, de las ideas universales, tengamos ideas propias, analicemos la realidad desde nuestro propio prisma. Conseguir abstraernos del "ruido" que nos rodea para llegar a unos conocimientos basados en nuestros propios criterios. Tomar perspectiva para poder tener una reflexión más objetiva de los temas más universales.
Huyamos de la versión oficial. Rompamos todas las trabas, los estereotipos para pasar al análisis exhaustivo desde un punto de vista propio, fuera de imposiciones y de banalidades. Abramos los debates, rompamos las reglas, quitémonos los corsés para conseguir tener una idea más global de las cosas. Esta obra, perteneciente al interesante ciclo Teatro urgente, es una invitación al análisis, al debate, a la confrontación de ideas, a la apertura de mente. Dejemos en el aire una de las muchas frases demoledoras que nos plantea esta función, para invitar a la reflexión "¿Puede la intolerancia brotar en nombre de la tolerancia?"
En este año tan impredecible y desolador, una gran propuesta ha surgido de las bambalinas del Teatro Galileo. Se trata de Teatro Urgente, un proyecto coordinado por Karina Garantivá y que cuenta con personalidades del mundo del teatro como Juan Mayorga o Ernesto Caballero, pero que también contará con personalidades de otras disciplinas, como el filósofo Javier Gomá (coautor de esta primera entrega). Esta interesante iniciativa "propone un teatro basado en las ideas, la luz y los actores, un teatro esencial que permite a dramaturgos, filósofos y actores encontrarse en torno a un teatro de ideas que surge en el mismo instante en que se produce". Las obras que aquí se programen tendrán una premisa fundamental "es urgente presentar estas obras ahora. Para las obras que pueden esperar, el teatro ya dispone de múltiples escenarios". Para Caballero, uno de los impulsores, ha sido "un anzuelo idóneo para encontrar un hogar. Muchas veces en las grandes instituciones, por no decir ya el teatro privado, estas cosas no suceden, hay una maquinaria de producción que a veces no termina de sintonizar con la respiración de los procesos artísticos".
Karina Garantivá lo explica de esta forma: "Nuestra misión es ofrecer al público y a los profesionales un teatro que dé que pensar, porque, suscitando los temas comunes de la vida que a todos nos interpelan, muchas veces enigmáticos, nos invite a mejorar nuestra interpretación del mundo sin renunciar a la amenidad y a la belleza. El proyecto ofrecerá, además de representaciones teatrales, un ciclo de conferencias, encuentros pedagógicos y actividades de fomento de la creación dirigidas a profesionales y público de todas las edades. Ahora que la pandemia ha dictado una gran pausa, conviene analizar con qué herramientas contamos cuando el arte, el pensamiento y las humanidades han sido apartadas de la cotidianidad. Queremos habilitar uno de esos espacios en los que poder ejercitarnos juntos en la delicada tarea de ser libres".
Y para el comienzo de este gran proyecto tenemos una interesante reflexión sobre la sociedad y sus dictámenes, una potente crítica a todo aquello que nos impide ser nosotros mismos. Una obra que gira en torno a esa mirada del otro, a todo eso que no se cuestiona, que se da por sentado, sin una reflexión previa. Una incitación a la rebelión, a despojarse de todo aquello que se nos impone, y poder abrir nuestra mirada para descubrir nuevos puntos de vista. Para ello se ha estructurado la obra con textos de Ernesto Caballero y Javier Gomá, en cuatro historias que nos pondrán frente a temas comunes desde perspectivas muy diversas.
Para Javier Gomá "es urgente permitir que el teatro se abra a fuentes del exterior para que lo fecunden y lo sacudan. Entre otras fuentes, la filosofía, convertida gracias al teatro en una vivencia meditada a la vista de todos. El título de esta primera cita nos dice que la ética es una cuestión de imaginación, porque consiste en que uno se imagine en la posición de otras personas. El escenario nos invita a ver lo que les pasa a otros. Por tanto, una de las más importantes funciones del teatro siempre ha sido ético-folosófica". Por su parte, Ernesto Caballero (que asume también la dirección de la obra) nos plantea "una invitación a recuperar la mirada abierta y el interés por todo aquello que nos cuestiona y anula el efecto narcótico de las creencias a las que se aferra un yo limitador y encerrado en sí mismo".
Este póker de historias se mueven por arenas movedizas, por esos territorios aparentemente apacibles que tras la superficie esconden muchos misterios. Todas ellas indagan en lugares oscuros, o al menos escondidos, del alma humana. Desde el demoledor monólogo de un filósofo hablando de su propias inquietudes, hasta la onírica escena final en la que se plantean las tendencias pedófilas de Lewis Carroll (autor de Alicia en el país de las maravillas), pasando por la dificultad de comunicación entre padres e hijos o las diferentes visiones sobre la vida que tienen un indigente y una mujer acomodada. Todas ellas disparan a los cimientos mismos de las estructuras mentales que todos tenemos como fijas. Una obra que indaga en cuatro temáticas como son la felicidad, los nuevos espacios de seguridad, la dignidad y la mirada inocente, todas ellas abordas desde lugares distintos, desde la mirada del otro. Para su autor y director "el teatro es cada vez más urgente porque desenmascara" por ello resulta tan necesario este cambio de perspectiva que nos ponga en el lugar del otro de forma "tanto individual como colectiva".
La primera de estas historias, titulada "Don Sandio o no sé qué decir", nos pone frente a un filósofo en la que será su última conferencia. Descomunal monólogo que nos habla de los miedos y las expectativas de un hombre, que reflexiona sobre su existencia y su ideario vital. Un hombre con fuertes convicciones pero que se encuentra perdido en sus propias cavilaciones, buscando una idea brillante que sirva de punto final a una trayectoria vital centrada en la reflexión. Un interesante recorrido en el que nos adentramos en lugares tenebrosos, en la búsqueda constante de la aceptación, en la persecución constante por la aceptación. Un personaje plagado de contradicciones, que pese a su éxito profesional necesita la insaciable ovación y el respeto del público.
Continuamos este viaje por los suburbios del alma, por aquellos lugares que no se quieren transitar, con "Que venga Miller" un demoledor diálogo entre el decano de una universidad y su mujer, una profesora de sociología, a raíz de la invitación para dar una conferencia a un pensador en las antípodas intelectuales del espíritu intelectual de la universidad. A esta inquietante discusión se une ese tercer punto de vista que representa en este caso su propia hija, como representante de los estudiantes, dispuesta a boicotear el evento. Un triángulo que entremezcla sus ideas con sus relaciones personales, para converger en una especie de alianza en la que todos puedan quedar como ganadores. Brillante en su concepción y ágil y divertida en su desarrollo, la historia pone en tela de juicio la objetividad del decano, la fragilidad de las instituciones, o la distorsionada visión de sus familiares que tienen cada uno de los interlocutores. Con los límites de la libertad de expresión como telón de fondo, el autor va mucho más allá, hablándonos de relaciones personales, de intereses institucionales o del simple "que dirán", mantras que sobrevuelan la conversación en todo momento.
La obra va creciendo en intensidad al comenzar la, aparentemente, historia más "liviana". Comienza "La sucursal" con la irrelevante y superficial conversación entre dos amigas de clase media alta, sólo preocupadas en sus compras y en cosas banales. La escena da un giro radical en el momento en que una de ellas se va y la otra comienza a hablar con un pobre. Lo que comienza como una conversación incómoda de la que ella quiere escapar, no tarda en adquirir fuerza con la personalidad atronadora del hombre, que demuestra mucha más dignidad y amor hacia si mismo que las mujeres. El diálogo crece al ritmo que marca el pobre, que se declara a sí mismo como "un indigente de pleno derecho". La mujer va quedando cautivada por la abrumadora personalidad de su contertulio, en el descubre toda la bondad, felicidad y dignidad que nunca presupondría, por todos los prejuicios que nos acosan, en un hombre tan andrajoso y mal oliente. Una pieza precisa, bella y con un toque costumbrista, que nos pone frente a nuestros propios prejuicios.
Y como traca final, la más onírica y fantástica de las secuencias. "El reverendo Dogson" nos muestra a una joven investigadora en la búsqueda de confirmar las supuestas inclinaciones pedófilas de Lewis Carrol. La aparición de la propia Alicia o del sombrerero loco nos sumerge desde el principio en un viaje fantasioso, en el que vamos descubriendo muchos de los secretos del autor de "Alicia en el país de las maravillas" al mismo tiempo que nos vemos frente a las ideas que se veían como normales en su tiempo. La conversación se torna en juicio al autor, en el que se pone de manifiesto las diferencias entre nuestra sociedad y la suya. La mezcla de la realidad y la ficción nos colocan, como en el cuento de Alicia, en un limbo en el que todo es posible.
El elenco que personifica las cuatro escenas está estupendo, con momentos demoledores en algunos momentos de la obra. Noemí Climent, Silvia Espigado, Pedro Miguel Martínez, Estíbaliz Racionero y Germán Torres, dan vida a todos personajes que nos encontraremos en estas miradas filosóficas que se nos cuentas a modo de pequeñas historias. El primero en salir a la palestra (aunque todos habitan la escenas durante los minutos previos al inicio de la función) en Pedro Miguel Martínez en su portentoso monólogo como filósofo. No baja el tono en su aportación como el sombrerero loco. Noemí Climent está a la altura del combate interpretativo que se genera en la segunda historia, y eficaz en su aportación menor en "la sucursal". La novel del grupo, Estíbaliz Racionero, nos abruma con la energía que desprende, con una convincente hija y una seria y desbordada investigadora. Su "momento Judy Garland" es brillante.
Pero resaltamos por encima del resto a la pareja que forman Silvia Espigado y Germán Torres, que nos sorprenden con una deslumbrante escena de "la sucursal" en la que Espigado nos regala una transformación de su personaje primorosa, mientras Torres deslumbra de principio a fin con un personaje cargado de vitalidad y fuerza. Espigado nos deleita con otra portentosa interpretación en la última historia, mientras Torres mantiene el nivel de una escena cargada de energía como la de "Que venga Miller" junto a Climent y Racionero (también a un alto nivel).
En la parte técnica hay que comentar la sencillez con la que Fernando Muratori resuelve toda la obra. Apoyándose en una pantalla en la que se proyectan los títulos de las historias, un escenario desnudo se va poblando con los mínimos elementos necesarios de atrezo en cada una de las piezas. Todo fluye de manera natural, así los cambios no resultan tediosos, los asumimos mientras analizamos lo que acabamos de ver. Una iluminación muy bien seleccionada, matiza de forma muy distinta cada una de las historias, para dar en ambiente necesario. Pocos elementos bien utilizados para dejar paso a lo importante, un texto y unos actores que llenan la escena.
Teatro: Teatro Galileo
Dirección: Calle Galileo 39.
Fechas: Del 3 de Octubre al 8 de Noviembre. De Jueves a Sábado a las 20:00. Domingos a 19:00.
Entradas: Desde 20€ en galileoteatro.
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