La historia debe ser contada para que no se olvide. Existen hechos puntuales que consiguen cambiar el rumbo de la Historia, de los acontecimientos, algo que consigue que todo se pare, que lo que parecía imposible se consiga. Por desgracia eso fue lo que ocurrió a raíz de los trágicos sucesos acaecidos en el despacho laboralista de la calle Atocha. Un asesinato que se llevó por delante la vida de unos inocentes abogados y que consiguió encauzar una transición que hasta entonces parecía más próxima a continuar con el régimen de Franco.
Obras como esta son necesarias para que el público conozca lo que pasó, desde la mirada de uno de los que sobrevivieron a aquella sanguinaria noche. Estamos ante la primera obra de teatro sobre uno de los hechos más oscuros de nuestra historia más reciente: el atentado contra los abogados de Atocha. Para quien no conozca los hechos, el 24 de Enero de 1977, tres pistoleros asaltaron el despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha 55 y asesinaron a sangre fría a cinco de ellos. Consiguieron sobrevivir Lola González, Luis Ramos, Miguel Sarabia y Alejandro Ruiz-Huerta (el único que permanece con vida a día de hoy).
El brutal asesinato hizo tambalearse los cimientos de un país ya de por si endeble, con la sombra alargada del dictador y su dictadura aún presentes. Pero contra todo pronóstico, este hecho fue clave para el cambio necesario en el país, comenzando el periodo de la Transición (tan cuestionable desde el prisma hoy). La respuesta de toda la población saliendo en masa a mostrar su repulsa por los atentados, de forma pacífica y ejemplar, fue el punto de inflexión necesario para la llegada de la Democracia.
Este proyecto, tan necesario para que la población conozca este hecho tan relevante de nuestro pasado reciente, se ha realizado con el apoyo del Programa de ayudas a la creación y la movilidad del Ayuntamiento de Madrid. Javier Durán (con Elvira Gutiérrez como ayudante de producción), al frente de I.N.K. Producciones, ha sido el alma mater de este emocional montaje, en el que se transitan los últimos años de la dictadura y los convulsos meses que se vivieron tras la muerte del dictador. La necesidad de entender lo que sucedió, de explicar la trascendencia de uno de los días clave para que España sea el país que es hoy en día, la complejidad de unos tiempos en que se andaba por arenas movedizas y que se vivía más cerca del régimen que de la libertad real. Todos estos elementos son la base de este montaje, tan necesario como brillante (tanto en el formato elegido como en su contenido).
Javier Durán funda I.N.K. en 2017 y desde entonces ha estrenado "Capullo quiero un hijo tuyo" y "Robos" (también estrenada en el Teatro del Barrio). Con este nuevo proyecto se acerca a un tema trascendental, espinoso y muy doloroso. Desde la óptica que le da las lecturas y entrevistas con el propio Alejandro Ruiz-Huerta, Durán escribe y dirige un desgarrador relato de esperanzas truncadas, del miedo que se queda enquistado en el corazón, de las secuelas que nunca se pueden borrar al vivir un hecho tan terrible. El montaje hace especial hincapié en los esfuerzos de Alejandro por superar lo vivido aquella noche, el trauma de haber sobrevivido. El autor muestra como Ruiz-Huerta se siente con la necesidad de contar lo que ocurrió, explicar su experiencia para poder recuperar su vida y poder regresar a una sociedad que ese día cambió para siempre. Una dirección meticulosa centrada en el intercalado de dos periodos clave de la vida de Alejandro: los años de estudiante antes del atentado y los duros tiempos de después. Los dos relatos se van cerrando sobre el hecho puntual que sirve de epicentro de la historia, con un apoteósico final en el que el dolor y la rabia por lo ocurrido se nos mezclan con la admiración y el respeto por estas personas que dieron su vida por la libertad y el progreso.
Alejandro Ruiz-Huerta es el único de los abogados de Atocha que sufrió el atentado y queda vivo para contarlo a día de hoy. Cuando se sienta a escribir sus memorias, es incapaz de narrar el fatídico día. Para retrasar el momento de enfrentarse a ello, comienza el relato por su ápoca universitaria y va dando saltos por diferentes etapas que componen un relato doble: el de una persona que luchó por sus ideas hasta las últimas consecuencias y el de un periodo fundamental para comprender nuestra historia reciente. Es muy duro pensar lo que debe sentir una persona que sobrevive a un atentado de esta índole. En el caso de Alejandro, a día de hoy aún tiene secuelas psicológicas y nunca volvió a ejercer la abogacía. Actualmente en el presidente de la Fundación Abogados de Atocha, sigue participando en diversos actos de recuerdo y homenaje, pero hasta hace unos años no pudo volver a sentarse de espaldas a la puerta, ejemplo de las terribles secuelas que aquel fatídico día dejó en los que allí estuvieron. De una manera u otra Ruiz-Huerta se siente culpable de lo ocurrido, de no haber sido él uno de los asesinados, y ese dolor y angustia le ha perseguido durante mucho tiempo, siendo esta carga uno de los elementos centrales sobre los que pivota la obra.
El tema de los atentados de Atocha está de plena actualidad ahora que uno de los asesinos, Carlos García Juliá, acaba de salir de prisión. Por eso es tan importante, en estos tiempos tan convulsos y de auge de la extrema derecha, dar a conocer este sangriento hecho que marcó para siempre a sus supervivientes y de algún modo marcó el camino de todo un país. Es muy triste que uno de estos asesinos, tras fugarse de España en un permiso en 1991, no cumpla íntegra su condena (regresó en Marzo de 2020 extraditado desde Brasil). Hechos como este debería replantearnos si la justicia hace bien su trabajo, si la semilla plantada por aquellos abogados laboralistas tuvo su continuidad o fue un espejismo dentro de un país corrupto y muy conservador en sus instituciones. El valor de esta obra, más allá de que sea un interesante montaje, es la necesidad de que no se olvide lo que pasó, para que las víctimas, los supervivientes y las razones por las que ocurrió todo, no deje de ser una referencia para las nuevas generaciones. La lucha por los derechos de los trabajadores y de la libertad debe permanecer en el centro del debate, debe ser uno de los pilares sobre los que construir una sociedad justa.
El elenco de la obra funciona de maravilla, con la mayoría de los actores interpretando a varios de los personajes que aparecen a lo largo del relato. Nacho Laseca es quien da vida a Alejandro Ruiz-Huerta, que hace las veces de narrador y protagonista de los acontecimientos. Una interpretación que se mueve entre la angustia del personaje y la mesura del narrador, identificando cada pieza de la historia desde un lugar diferente. El narrador deambula entre los actores, observando detenidamente cada una de las escenas, para que no quede nada en el tintero por contar. La interpretación crece cuando se mete en escena, cuando sufre, duda, siente todo lo que ocurrió aquellos años. Laseca consige, desde una interpretación muy medida, sacar todo el dolor de Alejandro Ruiz-Huerta, los miedos que lo atenazan, mientras quiere ser muy meticuloso a la hora de contar los hechos como pasaron.
Fátima Baeza, Alfredo Noval, Frantxa Arraiza y Luis Heras se encargan de dar vida al resto de personajes que forman la historia. Entre ellos veremos a Manuela Carmena (cofundadora del despacho de abogados laboralistas de Atocha), Cristina Almeida (una de las abogadas del juicio contra los asesinos, con un alegato final memorable), Miguel Sarabia, Lola González Ruiz (ambos supervivientes del atentado), Luis Javier Benavides, Javier Sauquillo (dos de los abogados asesinados aquella fatídica noche), además de los distintos personajes anónimos que compactan la historia. Es muy interesante la capacidad de los actores para cambiar de registro, aportando a cada personaje una personalidad bien diferenciada, creando personajes antagónicos en cuestión de segundos.
Hay que destacar la conceptual escenografía diseñada por Eva Ramón, que con unos paralelepípedos negros colocados en diferentes lugares consigue ponernos en situación y trasladarnos a todos los lugares por los que transcurre la historia. Ingenioso y sencillo, es una manera muy efectiva de utilizar estos elementos neutros para lo imprescindible, dejando que sea lo se cuenta lo que nos llene de verdad. El diseño sonoro y de luces corre a cargo de Ángel Cantizani, que consigue sumergirnos de lleno en toda esa época convulsa que vivieron los protagonistas. El diseño de iluminación sabe captar la textura necesaria de cada momento, jugando con las luces y las sombras consiguiendo un efecto, por momentos tenebroso, que le viene muy bien a la historia. Por último hay que nombrar el preciso y muy cuidado diseño de vestuario de Elda Noriega, que hace un excelente trabajo para trasladarnos a los diversos episodios que transita la obra.
Estamos ante una obra necesaria por lo que cuenta y por la forma en la que lo hace. Un montaje que nos muestra uno de los hechos más cruciales de las últimas décadas, pero que también reflexiona con perspectiva sobre el lugar en el que estamos, con una contundente escena entre Ruiz-Huerta y una activista feminista, poniendo en duda la transición, el camino tomado y lo poco que hemos avanzado en algunos aspectos. Pero lejos de fustigarnos, esta obra debe hacernos ver la valentía de unos jóvenes idealistas, que lucharon por la igualdad, la libertad y los derechos, y que pese a su trágico final consiguieron que nuestro país diese el primer paso hacia la democracia. Un montaje de obligada visualización, porque además de lo que cuenta, el montaje está tratado con una sensibilidad muy especial, que hace de cada escena un momento de esperanza y a la vez de dolor. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA.
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Teatro: Teatro del Barrio
Dirección: Calle Zurita 20.
Fechas: Del 19 al 24 de Enero. De Martes a Jueves 20:00. Viernes y Sábados 19:00. Domingos 17:00.
Entradas: Desde 16€ en TeatroDelBarrio.
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