BACANAL. UN CIRCO PARA ADULTOS
Por vuestro público les conoceréis. Gente joven de 30 años o 40 como mucho o de “veintipocos” llenaban una abarrotada y oscura carpa de circo que recordaba a un espectáculo de masas, o mejor, que era un espectáculo de masas. La inmensa mayoría sabían a lo que iban, quizás algún despistado no, algún abuelo, algún carroza, como yo. Era esa la masa que Lucifer (Suso Silva, espectacular y poderoso) manejaba y estimulaba en un ambiente de provocación, y ¿por qué no decirlo? también zafio y soez a propósito, que buscaba rodear y coquetear con los limites...sexuales e irreverentes de los espectadores. Muy previsible al principio. Era el mito, tantas veces repetido, de romper con los prejuicios y los recelos morales de la gente a través del sexo-ficción donde al final nunca pasa nada, porque no puede pasar. Un sexo efímero que era dinero, lujo, juventud y desafío...un sexo que parecía hacerle el juego al capitalismo. Follan los ricos, los que no madrugan, los que no son viejos... ¿Eran "50 sombras de Grey" en mitad de un circo?
Parecía “El hormiguero” a ratos, “La casa del terror” otros, un concierto
de Heavy metal percutido por un volumen de botellón o discoteca...atronador... con
una música constante casi siempre. La cantante sólo se pudo lucir al final por culpa
de tanto decibelio, pero el pianista estuvo a la altura. Sonó en algún momento El Réquiem de Mozart, La banda sonora
del Drácula de Coppola...y algún
instante de silencio y de misterio…Tres horas largas con intermedio, mucha niña
mona pero ninguna sola, con pareja o en un grupo, igual que ellos, los chicos.
Sólo faltaba el Pelemele, buscar una
cita a ciegas o una despedida de soltero...Era una fiesta “prohibida”, sólo a
medias. Un cabaret con piruetas. Al que más paga más le atacaba Lucifer... ¡Money, money, money…!
Y yo me
preguntaba: ¿Por qué les gusta tanto? Las chicas eran guapas, sensuales, ágiles
como los chicos, había hasta un enano saltarín muy metido en su papel,
pero...miraba el reloj y pensaba en mi edad. Lo mismo este no es tu sitio, me
decía un pajarito. Como se nota que empiezo a estar viejo. “No, si fuerza tiene”,
pensaba yo...mucha fuerza. ¿Qué es lo que les gusta tanto? Volvía a repetirme.
Les confieso mi torpeza y mi lentitud...
Pero era muy
sencillo. Hasta simple. ¿Cuáles son los motores que mueven el mundo?: El sexo,
la muerte y la belleza. El miedo, la violencia y el deseo...lo de siempre. La
gente no va a pensar a un espectáculo, va a que le pasen cosas, a sentir cosas,
cuanto más fuertes mejor...a olvidarse. Como un parque de atracciones.
Y todo eso lo tiene Bacanal, aunque yo tardara en darme cuenta. Por muy discutibles que sean sus métodos y sus tópicos, pero a su público le gustan. En eso consiste parte de su encanto. Es circo y juego, es riesgo, ruido, intensidad (que se lo digan a mis oídos), es vida palpitando...una vida que necesitaba salirse de sus jaulas y bailar...y gritar, y aplaudir a rabiar. Masa. Un desafío al pudor colectivo e individual para los más atrevidos y a las barreras que nos acompañan cada día. En la zona Experience, las entradas más caras por supuesto, pagas para que te saquen los colores. Y todo durante casi tres horas, un jueves, en pleno otoño...teniendo que madrugar y cansado de más de media semana. ¿Pero cómo aguantan?! ¡Vaya marcha! Daba igual. Nos habíamos escapado del mundo...el mundo estaba fuera. En algún momento me empecé a dar cuenta de que ya no quería irme a casa.
Y lo
entendí. Poco a poco, pero lo entendí. Era una combinación infalible, los
preliminares del combate amoroso saliendo de las alcobas y vestidos de
acróbatas, como una berrea de ciervos...otoñal. Era la masa seducida. Discutible,
pero funciona.
Bacanal es un circo que se asoma a un barrio rojo o a un precipicio...mucho rojo, un ejercicio de striptease, de los artistas, pero a la vez del mismo público que es lo que anda buscando. Y todo muy deprisa como la velocidad, como estos tiempos.
Y en medio
de esto unos trapecistas aparecen y son capaces de conmovernos desde el aire,
desde el suelo...desde una silla de ruedas, haciendo cosas imposibles,
peligrosas, hermosas, que nos muestran una capacidad de esfuerzo sobrecogedora. Casi inconcebible. Alucinante. Precioso. Todos tocaron el cielo, literalmente, y ya no
sabía a dónde mirar y me mordía las uñas...fue muy emocionante.
Que mezcla,
pero al final ya empezaba a gustarme. El riesgo es lo que tiene, es adictivo y
nos habla también del límite y de la superación, de la solidaridad. Todos
estamos de parte de los acróbatas cuando se juegan el pellejo. Ayer también.
Estuvieron fantásticos, con susto incluido…que arrancó los aplausos de todos desde muy dentro,
también los míos. Era el juego de la vida y e la muerte.
Y otra vez
el sexo, siempre presente, en forma de danza, de liturgia y exhibición. El sexo
tiene su propia estética, busca la belleza desde los orígenes, y la encuentra.
Aquí también. Bacanal sabe recurrir a ella con un vestuario de lujo, con la
presencia del cuerpo desnudo y desnudado, desnudándose, y una coreografía que
rellena espléndidamente todos los espacios, incluidos los más íntimos, esos que
se abren en la fantasía del espectador. Todo se combina con una escenografía
gótica y siniestra sumamente sugerente. Muy bien.
Pero déjenme
que yo me quede con la luz, catedrales de luz y oscuridad desvelando nuestra
auténtica naturaleza, focos por todas partes, ojos que nos ven, luces para
ocultarse… Las sombras y los colores, rojos, amarillos, negros pintan la
perversidad y la lujuria para nosotros y la hacen bella. La pintan porque la
llevamos dentro…La iluminación constituye el eje narrativo de toda la función, ella nos marca el camino.
Y eso, sin ver nada que no pueda verse.
El espectáculo crece y crece a medida que avanza hasta alcanzar el climax y acabar convirtiéndonos a casi todos en parte suya. Cuanto te das cuenta nos ha arrebatado la vergüenza. Yo no sabía a lo que venía, solo traía una pizca de morbo, pero dejé de mirar el reloj.
Y al final,
Lucifer, el maestro de ceremonias, el " puto amo", espléndidamente
disfrazado, transfigurado, con esa voz cavernosa se pone serio y nos suelta su
homilía. Nos habla de vidas desaparecidas, de volver a empezar, de resistencia,
de seguir adelante...como un poeta, como si no fuera el diablo...Y hasta parece
que nos estuviera hablando de humanidad. Maravilloso. Y lo dice en el IFEMA a
pocos metros de dónde hace nada llorábamos a nuestros muertos “desconocidos”
sin poder acercarnos, como una frontera. Es valiente volver aquí para verle
bailar a él, al Príncipe de las tinieblas.
Después, una larga ovación inicia la despedida… tan atronadora como la música. No había hecho falta ni hablar de Halloween ni de la madre que lo parió…Había merecido la pena.
Y al final lo entendí todo y me puse de pie para aplaudir entusiasmado como el resto de la gente…ya era uno más.
Algo de mí mismo y mis pasiones se me ha reflejado esta noche en Bacanal, asomado al palco desde el que puede observarse el palpito de estos tiempos...
Algo que comparto con niños que quieren ser adultos y adultos que juegan como niños...
El circo de los horrores. Antes o después todos buscamos sitio en este circo porque aún estamos vivos.
¿Por qué me ha gustado tanto? No dejaba de preguntarme a la salida, mientras miraba los pabellones silenciosos del parque ferial, ya era de noche. Hay algo oscuro que no puede explicarse...o se entiende de la forma más sencilla.
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