El mundo de Laura Miller se tensa a cada segundo. Su vida está al límite, en un punto en el que todo se tensa, un momento vital definitivo en el que todo puede cambiar. Estamos ante una comedia locuaz y muy turbia, en el que nos veremos sorprendidos por los continuos descubrimientos sobre la vida de esta poderosa empresaria. El pasado que nos persigue, la ambición, el poder, la maternidad, el matrimonio, todo tiene cabida en esta divertida historia que nos hará disfrutar a la vez que nos deja interesantes reflexiones sobre diversos temas.
Nada más comenzar la obra intuimos que estamos ante algo muy particular, diferente y misterioso. Tras la incertidumbre inicial de un testimonio que nos resulta incomprensible, relajamos el tono viajando al caribe. Toda la obra se llena de giros imposibles, de escenas esperpénticas, de diálogos desmesurados, que consiguen completar una comedia redonda, divertida y mordaz, ácida y reflexiva. Una comedia apabullante que entremezcla el suspense con la parodia más absurda, el humor negro con el absurdo, el misterio con la crítica social. Una historia que transcurre a ritmo vertiginoso, dejándonos varias perlas de las que hablar o recapacitar al salir de la sala.
El dramaturgo y director madrileño, afincado en Málaga, Carlos Zamarriego vuelve a sorprendernos con su particular forma de escribir, sumergiéndonos en su asombroso universo, en el que mezcla como pocos el surrealismo, el esperpento y la crítica social, en este caso mucho más directa que en otras propuestas anteriores. Desde que vi "Anoche soñé que me soñabas" he seguido con atención cada nuevo estreno de Zamarriego, viendo como ha creado un estilo muy reconocible, en el que se mezcla lo poético con lo cotidiano. Tras disfrutar de "Mantequilla" e "Inestables" (también en los Luchana, llego a este nuevo montaje con la incertidumbre de que será lo nuevo que nos propone. Y como me ha pasado en anteriores ocasiones, las expectativas se superan con creces. En mi debe tengo que reconocer que no vi su montaje "Los últimos" (dirigido por Fran Perea e interpretado por Ángel Velasco) para el Abadía dentro del ciclo #TeatroConfinado.
Zamarriego vuelve a proponernos un montaje loco, vertiginoso, en el que las escenas nos golpean fuerte por su contundencia y a la vez nos divierten como una secuencia de los hermanos Marx (el momento en el que uno de los personajes queda sedado y no se puede mover recordaba al mismísimo Harpo Marx dentro de aquel abarrotado camarote). La facilidad con la que el director sabe entrelazar el humor más absurdo con la crítica más contundente da como resultado una pieza divertida, combativa, entretenida y muy crítica con determinados temas. El humor utilizado para hacernos reflexionar. Toda gran comedia siempre tiene detrás una punzante crítica, que en este caso se centra en las redes sociales, los límites del humor o el ritmo frenético que impone nuestra sociedad.
La historia nos embarca en la trepidante, y por momentos caótica, vida de Laura Miller, una poderosa empresaria, dueña de una empresa de salchichas heredada de su padre y fundada a mediados del pasado siglo por su abuelo. Laura está ante un momento clave en su vida. Su empresa se tambalea y debe hacer un ERTE en el que se irán a la calle muchos trabajadores, lo que hace que sobrevuele por el consejo de administración una inminente huelga. Por otro lado está preparando su boda secreta con Isaac, un prestigioso publicista con muchos miedos y traumas. Para completar el puzzle, la pareja está esperando un hijo (o hija, según preferencias de cada uno), lo que convierte la vida de Laura en una centrifugadora que lo pone todo patas arriba. Su carácter autoritario y verborreico tiene a todo su entorno intimidado, sin atreverse a plantarle cara ni para decirle que ciertas decisiones que toma la pueden terminar de perjudicar, por mucho que ella piense que tiene mucha mano izquierda...
La tercera pieza de esta historia es Max, un fiel empleado de Laura que tiene una misteriosa misión por la que aguantar los malos modos de su jefa. En un primer momento vemos a Max como un estresado e inseguro secretario, con ataques de ira que le cuesta contener, pero poco a poco iremos descubriendo que tiene un doble motivo por el que permanecer cerca de Laura e Isaac. Sin querer desvelar la "misión" que ha llevado a Max a la empresa, diremos que ésta pondrá entre la espada y la pared a Isaac, en lo que es una de las secuencias más delirantes de la obra. La ambigüedad de este tercer personaje tiene una brillante composición, por un lado vive superado por el carácter de su jefa y por otro sus continuos ataques de ira(y su relación con su psicóloga) le hacen poco adecuado para la misión que debe cumplir. Max quiere parar a toda costa la boda, porque ha descubierto algo del pasado de la familia de Laura, lo que hace que la comedia desemboque en una espiral de equívocos y enredos.
Este triángulo de personajes estrambóticos nos regalan una obra alocada, trepidante, cargada de momentos brillantes de alta comedia. El espectador se sumerge en una vertiginosa trama cómica en la que no deja de haber giros inesperados, situaciones absurdas, conflictos imprevistos, que mantienen al espectador en una continua y divertida sorpresa. La obra no deja de sorprendernos con sus ácidas reflexiones, más o menos veladas, sobre temas tan actuales como las redes sociales o los límites del humor. Zamarriego llega a reírse de si mismo y de sus personajes, en un momento de meta-ficción que deja a los personajes en un limbo que convierte la escena en uno de los momentos de la obra, la crítica llevada al extremo, al de mirarse el ombligo y poder hacer comedia de uno mismo y de su creación.
Como ocurre en todas las obras de Carlos Zamarriego, los personajes llevan todo el peso de la obra y el elenco que convierte en una de las piezas fundamentales y más brillantes del montaje. En este caso el autor se rodea de sus habituales cómplices Ángel Velasco ("En la pista", "Souvenir", "La tormenta perfecta"), Edgar Costas ("Inestables", "Mantequilla" y "Anoche soñé que me soñabas") y Marina Sánchez Vílchez ("Inestables", La Barraca", "La tempestad") que en esta última función era quien interpretaba a Laura, aunque en los primeros pases lo hizo Stéphanie Magnin Vella. Los tres actores están excelsos, dando vida a estos personajes tan caricaturescos a los que saben moldear con destreza.
Marina Sánchez Vílchez nos regala una Laura Miller neurótica, aguerrida, autoritaria, vehemente, que solo se escucha a si misma y tiene muy claro como se tienen que hacer las cosas, aunque en muchos casos esté equivocada. Una divertida interpretación, alocada y caricaturesca, que se va desmelenando a lo largo de la obra, mostrándonos todas las pieles de esta arrogante empresaria, que se acaba convirtiendo en una surrealista parodia. Junto a ella Ángel Velasco interpreta a un Isaac superado por la situación. Un personaje tímido, miedoso, que se ve envuelto en una trama que le supera en todo momento. Una magnífica interpretación que, como su compañera, va creciendo a lo largo de la obra. Y por último tenemos a Edgar Costas dando vida al misterioso Max. Un neurótico personaje que no deja de sorprendernos con sus ataques de ira y sus constantes dudas.
Otra marca de la casa, son las sencillas composiciones que Zamarriego a nivel escénico en sus obras. En este caso, la escenografía creada por Marina Calvo nos traslada al interior del despacho de Laura Miller, en el que ocurre la mayor parte de la obra. En esta composición, queda una parte del escenario reservado para la primera escena, en la que vemos a la pareja en una playa del Caribe. La obra tiene un prólogo y epílogos inquietante con unas imágenes proyectadas que aportan esa parte misteriosa que tanto gusta al autor. También hay que destacar la cuidada iluminación de Pablo Lomba, que consigue matizar cada escena con elegancia. El continuo movimiento de los personajes, hace que la escena se amplíe, incluyendo momentos que los personajes hablan desde los laterales del escenario, a modo de estancias situadas cerca del despacho de Laura.
Zamarriego lo ha vuelto a hacer. Ha conseguido una brillante historia en la que se entremezclan con soltura la comedia más alocada con la crítica más mordaz. Y lo hace con ingenio, con frescura, con una forma muy personal de escribir y de dirigir que le lleva a crear grandes piezas a partir de pequeños conflictos. Historias más o menos cotidianas que se van enrevesando para conseguir que salte todo por los aires, que la historia destile comedia, que la crítica social se reciba como parte del juego. Una divertida pieza que esperemos que pronto se pueda volver a disfrutar. Nosotros asistimos a la última función, teatro lleno y gran ovación final. Nos alegramos. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA.
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