Estamos ante un montaje diferente, que nos sumerge en una interesante propuesta a mitad de camino entre el teatro y el cine. Basado en el libro "Memorias de una infamia" de la periodista y activista mexicana Lydia Cacho, la obra nos introduce de lleno en un mundo plagado de corrupción, de negocios turbios, de periodistas amenazados por perseguir la verdad, de un mundo podrido que necesita ser denunciado y condenado, pero que todo el engranaje de la sociedad funciona para que la dificultad sea máxima y tengas que poner el peligro incluso tu propia vida por buscar la verdad.
Dolorosa, contundente, demoledora, brutal. La historia real del secuestro de Lydia es tratado con la crudeza necesaria de quien lo cuenta en primera persona, con la verdad que destila el dolor y el miedo causados por ese episodio. Y a todo esto hay que añadir la majestuosa forma en que está narrada, a mitad de camino entre un monólogo desgarrador y la acción de una thriller filmado de forma cercana y magistral, midiendo cada plano y cada toma para meternos de lleno en la mente de la protagonista.
Esta coproducción del Teatro Español y Producciones Come y Calla es cruda, directa, como no podía ser de otra manera. Unaobra de teatro documento que narra la valentía de Lyidia Cacho, periodista y activista mexicana que lucha contra la violación de los Derechos Humanos. Este compromiso le ha llevado a sufrir amenazas e incluso un secuestro, que es el episodio que se plasma en este montaje. Pero lejos de hablarnos solamente del hecho en sí (ya de por si muy grave) nos hace una pormenorizada radiografía de un país corrupto, enfermo, en el que tienen más poder los señores de la droga que los propios políticos. Cacho, ganadora del Harold Prize for International Writer Of Courage de Reino Unido, ha peleado por los derechos de la mujer y del feminicidio, primero en su país natal y ahora desde la distancia (lleva años exiliada en nuestro país).
Como se nos cuenta en la web del teatro, durante años ha desafiado y denunciado a mafiosos, políticos o empresarios multimillonarios que atacan, abusan, violan o asesinan a mujeres, niñas y niños mexicanos. La propia periodista reconoce que "cuando documentas el dolor y el miedo de niñas y niños frente a la opresión violenta de los adultos, el único camino a seguir es el de la responsabilidad", lo que le llevó a escribir "Memorias de una infamia", donde cuenta el secuestro que sufrió y que durante 24 horas la tuvo recorriendo el país en coche y sufriendo torturas y amenazas. "La historia de "la infamia" comienza el día en que entrevisté a la primera víctima de una red de trata sexual de niñas. Viajamos entre el pasado y el presente para retratar cómo nos enfrentamos a la delincuencia organizada. Este es un relato de la batalla de las mujeres contra el machismo criminal que nos castiga por decir la verdad, por levantarnos contra la injusticia. Y es también una celebración del poder de la solidaridad y la empatía".
Ahora, una vez exiliada en nuestro país, la periodista adapta, junto al director José Martret, su propio relato para convertirlo en esta angustiosa, demoledora y necesaria obra de teatro. Una dupla que ha creado un montaje impactante, que se desliza con destreza entre el documental y el thriller psicológico para regalarnos una montaña rusa de sensaciones, de golpes a nuestra conciencia, de puñaladas a nuestra sensibilidad, de zarandeos a los cimientos de un mundo que se tambalea. Lydia "estaba convencida de que el lenguaje teatral es perfecto para contar esta batalla, pero debía ser con alguien como José Martret, no solamente porque su propuesta en escena es excepcional y poderosa, también porque es un director que entrega el corazón a la historia. Las actrices han sido también fundamentales".
No podemos estar más de acuerdo con las palabras de Cacho sobre la idoneidad de Martret como director de la pieza. El lenguaje que utiliza para todo el montaje se asemeja más al de un documental que a las pautas teatrales convencionales, pero lejos de perjudicarle consigue una narración inmersiva, directa, cercana, personal, en el que la protagonista nos mira directamente a los ojos, nos jadea su angustia, y podemos sentir el terror de su mirada. Para Martret "Lydia es una fuerza de la naturaleza, una mujer brava con un mix de sangre portuguesa, francesa y mexicana que ha luchado toda su vida por la defensa de los Derechos Humanos. Este proyecto surge tras una lectura de sus memorias. En ese momento, se generó en mí la necesidad de darle un altavoz a esa historia y a su protagonista, no solo para darlas a conocer, sino para demostrar que la denuncia y la lucha son necesarias, que podemos unir fuerzas y luchar contra los corruptos, los pedófilos, los tratantes de seres humanos... como dice Lydia: ellos son menos".
El director consigue transmitir toda la angustia del relato, zarandearnos con la misma brusquedad que sufrió Lydia en su secuestro, aterrorizarnos ante unos hechos reales que vivimos como propios por la continua dualidad entre el teatro inmersivo y la narración de la actriz desde la mesura de una narradora. Martret reconoce que en la obra "hablamos de lucha, activismo, justicia, corrupción, compromiso, de la verdad, la mujer, los derechos del niño, la sanación ante las agresiones, la protección de las víctimas, la función de la prensa y la importancia de crear equipos sólidos".
Para situar a los lectores (y próximos espectadores) que no conozcan la historia de Lydia Cacho, les ponemos en antecedentes. En el año 2005 y tras un impecable trabajo de investigación, la periodista publicó "Los demonios del Edén", en el que "denunciaba una red internacional de pedofilia y explotación sexual de niños y niñas, de cuatro a catorce años, organizada desde Cancún por el empresario hostelero Jean Succar Kuri y conectada con poderosos empresarios y políticos mexicanos y extranjeros". Este hecho fue el que acabó meses después con el "secuestro legal", por parte de un dispositivo policial, de la periodista cuando ésta se dirigía a su oficina en la ciudad caribeña. Este es el comienzo de un viaje a los infiernos que la lleva a sufrir torturas y amenazas, pero que por suerte acabó con su puesta en libertad, lo que propició que la periodista pudiera seguir con su trabajo y acabar con varios hombres muy poderosos en la cárcel.
Los miembros de la compañía reconocen que "esto no es una historia local, es una historia absolutamente universal. En el mundo, muchas periodistas son secuestradas, torturadas y asesinadas por ejercer su profesión". El montaje se plantea como una inquietante mezcla de narrativa teatral y cinematográfica que hará las delicias de los amantes del suspense, del thriller o del teatro documento. Durante toda la función, una cámara sigue en todo momento a la protagonista, intercalando el relato teatral con imágenes en primer plano de la actriz, por lo que el espectador entra aún más en la historia, viviéndola casi en primera persona. Con las imágenes se busca "bucear en el ámbito psicológico y emocional que propone la acción".
El proceso creativo de esta obra ha obligado a la compañía a trabajar en paralelo con las dos actrices que en distintas fechas protagonizarán la obra. "Comparten personaje, pero no el escenario porque, de una manera u otra, todas somos Lydia Cacho. La historia de Lydia sucede en México, pero el secuestro y asesinato de periodistas que luchan contra la corrupción es algo que se da en cualquier parte del mundo. Esta es una manera de darle voz a todas ellas" reconoce Martret. Ellas son Marta Nieto (del 16 de Diciembre al 2 de Enero) y Marina Salas (del 4 al 16 de Enero), dos excelentes actrices que nos harán dudar por cual de las dos apostar a la hora de ir a ver la función. Nosotros vimos a Marta Nieto, pero volveremos en Enero con Marina Salas. "Marina y Marta van a sacar a su mujer más combativa y la van a llevar al límite de sus fuerzas para contarnos la tortura que durante más de 24 horas sufrió Lydia y que tenía como finalidad matarla y hacer desaparecer su cuerpo".
La actriz Marta Nieto se prodiga poco sobre las tablas, y después de verla en este montaje tenemos que decir que es una lástima. La creación que Nieto hace es descomunal, llena de matices y de una angustia que va creciendo a lo largo de la historia. La capacidad que tiene para con pequeños gestos transmitir tanto es algo que ya conocíamos de sus películas, pero que en escena se percibe mucho más. El trabajo que realiza es impecable, su facilidad para entrar y salir de la historia (pasando de la angustia del secuestro a la tranquilidad de la narración) es impresionante, su naturalidad en escena y su capacidad para moldear los distintos estados de ánimo, todo ello da como resultado una creación estratosférica, dolorosa y angustiosa, brillante y desgarradora, real y emocional.
Si impecable es la trabajo de la actriz, no lo es menos el de la operadora de cámara Alicia Aguirre Polo, que sigue cada paso de la actriz con extrema precisión. El movimiento coordinado de la actriz y la cámara las convierte casi en un ente único, una proyección la una de la otra, en una perfecta sincronización para conseguir primeros planos de una crudeza emocional muy impactante. El trabajo de Alicia es impecable, se mueve sigilosa por la escena, captando el plano necesario en cada momento, para dar un mayor dramatismo a la historia. Este recurso, sin lugar a dudas, hace crecer exponencialmente el montaje. El propio director reconoce que "por un lado, vivimos el secuestro en presente y, por otro, gracias a los recursos del documental, conoceremos más datos de su pasado: quién es Lydia Cacho y por qué fue secuestrada". Además, con estos primeros planos del sufrimiento de la protagonismo, el director convierte el montaje en una experiencia de teatro inmersivo.
Y todo esto sucede en un sórdido espacio escénico creado por el maestro Alessio Meloni (que se encarga también del vestuario), que sectoriza la escena en dos, con la pantalla al fondo como elemento vertebrador. Un coche destartalado, una jaula y una mesa llena de papeles son los elementos que configuran el espacio y que, desde antes incluso de comenzar la función, crean un ambiente de tensión, de thriller, de tenebrismo, de pobreza y desolación, de bajos fondos, de todo lo que acaba destilando la historia. Todo esto se acompaña con el impecable diseño de iluminación de David Picazo, que juega magistralmente con las penumbras y las luces tenues, para crear en todo momento un entorno misterioso. Impecable también el sonido que ha diseñado Sandra Vicente, capaz de empujamos al epicentro mismo de la historia. Y por último tenemos el descomunal diseño de videoescena de Emilio Valenzuela, que se convierte en elemento fundamental del montaje.
Es evidente que estamos ante una obra singular, tanto por su composición formal como por el demoledor relato que nos cuenta. La originalidad de este montaje va más allá de la impecable mezcla de lo cinematográfico con la interpretación en vivo. Es un relato tan poderoso que nos estremece en cada escena. Para ello hay que destacar el impecable trabajo deMarta Nieto (imagino que también de Marina Salas cuando coja el relevo) a la hora de transmitir la angustia, el miedo, la impotencia, la rabia sufrida por Lydia Cacho durante esas interminables horas que duró su secuestro. Una obra que debería ser de obligada asistencia, para dejarla reposar y analizarla con calma al salir del teatro. Una bomba que nos explota en la cara y nos deja en shock. No dejen de ir a verla, es un viaje imprescindible. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA. CUIDENSE MUCHO.
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