Teatro: Los Despiertos. Teatro del Barrio

La noche lo inunda todo y parece que la vida se apaga. La gente se recoge en sus casas a descansar, olvidándose por unas horas de lo que pasa al otro lado de las ventanas. Pero allí están ellos, los despiertos, invisibles para el resto de mundo, guardianes de la ciudad mientras el resto descansa. Personajes invisibles que resultan imprescindibles para el correcto engranaje de nuestras vidas, pero a los que no tenemos en cuenta. Un día pararán, para que nos demos cuenta de que existen. Y sobre todo los valoraremos como partes esencial de nuestras vidas.



Una historia que transita lugares oscuros, tanto de la ciudad como del alma. Una tierna y a la vez demoledora historia, de perdedores, de personajes que transitan el otro lado de la vida, ese que transcurre en paralelo al mundo, al margen de la realidad que el resto conocemos. Seres oscuros que se muestran orgullosos de ser los guardianes de la noche, mientras nos van descubriendo su modo de vida, su pasado, sus luces y sus sombras. Pero todo ello no sería lo mismo si el montaje hubiese sido diseñado de otra manera. Por que los personajes se mueven de una peculiar manera a mitad de camino entre el clown y el absurdo, porque sus diálogos reiterativos rozan el esperpento, pero alcanzan la genialidad


José Troncoso, autor y director de la obra (con la gran Belén Ponce de León como ayudante de dirección), vuelve a su propia esencia, al universo de "Las princesas del Pacífico", a la decadencia de "Lo nunca visto". El proyecto surge, en palabras de uno de los actores, "porque los tres teníamos ganas de trabajar un texto original y participar del proceso creativo". Tras un taller con el director, todo fluyó, "a él le apetecía cambiar su elenco y trabajar con otras masculinidades, hablar desde otro lugar". Pero debemos decir que por suerte ha permanecido fiel a su estilo, cambiando de género pero sin cambiar la base de lo que es su forma de crear. El Troncoso más íntimo ha vuelto, ese que rebusca en las miserias de la sociedad para teñirlo todo de luz, de comedia dolorosa (por momentos no puedes evitar reírte aunque sea muy duro lo que ocurre), de personajes entrañables que luchan por mantenerse vivos en una sociedad que los aísla


El propio Troncoso explica así esta pieza: "Escaparse de la realidad y soñar despierto. Dormir para escapar de lo real. Despertarse y trabajar. Y trabajar hasta volver a dormir, cada día. Un día y otro. Que otros sueñen por nosotros, a nosotros no se nos permite, no podemos, no hemos sido elegidos. ¿No nos ves? Míranos. Si soñamos, nos daremos contra la pared de lo diario con fuerza, porque soñar, simplemente no está a nuestro alcance. Y la pared de lo diario es dolorosa. Así que, mejor reír y conformarnos. Y seguir trabajando hasta volver a dormir. Un día y otro. Estar despierto mientras duermes, tiene sus ventajas. "Morir, dormir, tal vez soñar..." Hamlet. Despiertos, podemos ver lo que soñáis, mientras lo limpiamos todo para que lo encontréis como nuevo al día siguiente. Un día y otro. Todo estará como nuevo al día siguiente. Un día y otro. Todo estará como nuevo, para que podáis volver a ensuciarlo con vuestra realidad del día a día. Un día y otro. Lo limpiaremos todo, también nuestros pasos. No quedará ni rastro de lo que fuimos cuando ya no estemos. ¿A quién podría importarle? Menos mal que nos queda la risa. Y juntos, soñando despiertos, con lo que podría haber sido, parece que el tiempo pasara un poco más deprisa. Y al final, incluso después de las noches más largas, un día y otro, siempre vuelve a salir el sol". Estas palabras, que bien pueden servir como sinopsis, como declaración de intenciones, o como base del proyecto, nos habla de buscar la luz en los momentos oscuros, de ver lo bueno en las adversidades, de intentar mantenerse en pie ante una vida que golpea con dureza.


La obra nos lleva al subsuelo de nuestra propia existencia, a "esos personajes de la calle que son los barrenderos, seres de la noche que se dedican a limpiar la mierda que dejan los demás, y eso permite construir un texto muy rico que habla de sus miedos, del consumismo...". La pieza toma como punto de partida a estos tres personajes, pero en el fondo nos habla de nosotros mismos, de una sociedad individualista, egoísta, que no sabe valorar lo que tiene y que desprecia todo aquello que está por debajo de lo que se considera clase media. Todo esto lo aborda Troncoso desde una visión poética con fragmentos que nos recuerdan a La Zaranda y un modo de abordar los personajes próximo al gran Luis Bermejo. La chirigota gaditana mezclada con el costumbrismo de Valle Inclán, la esencia pura de la España cañí para hacer una inteligente radiografía de lo que somos.



Esos personajes grotescos y a la vez entrañables nos cautivan y nos enternecen desde su entrada en escena, acompasados, con singulares andares, con particulares movimientos, con sus absurdas conversaciones, con su particular manera de ver el mundo. Cada uno tiene sus peculiaridades, que iremos conociendo a lo largo de la obra, pero como grupo coreografían cada movimiento, cada frase, cada gesto, de forma maravillosa. La belleza de lo oculto, la luminosidad en la oscuridad, la alegría melancólica rebuscada en las basuras, donde se puede encontrar de todo, desde zapatos de tacón hasta la propia identidad. Unas impecables interpretaciones para dar vida a estos tres barrenderos que recorren la ciudad con la monotonía de la rutina, pero con la seguridad de ser imprescindibles para que el mundo funcione cuando al día siguiente vuelva a salir el sol.


Y ellos son Luis Rallo ("Antonio y Cleopatra", "Divinas palabras", "El padre") dando vida a MedianoIsrael Frías ("Los últimos días de Judas Iscariote", "Antonio y Cleopatra", "La sonrisa etrusca") como el inquieto Finito, y Alberto Berzal ("Divinas palabras", "1984", "La Orestíada") interpretando a Grande. Tres personajes muy diferentes pero que en conjunto forman un universo muy particular, en el que tiene cabida casi todo. Los tres tienen una armonía grupal, que de vez en cuando se desestabiliza con las insinuaciones que Finito le hace a Grande. Tres clowns deambulando por la noche oscura, que saben que la basura no tiene corazón pero están dispuestos a mostrarnos lo importantes que son en nuestras vidas. Tres personajes que divagan, que se plantean preguntas filosóficas como en este brillante fragmento de la obra: "¿después de qué? De esto. De esta vida. De la vida, ¿Qué mierda de pregunta es?". Surrealismo y existencialismo en una curiosa mezcla que funciona a la perfección


Luis Rallo nos regala un Mediano frágil, delicado, inocente, que intenta poner paz entre sus compañeros mientras es el único que retira la basura con verdadera conciencia. La interpretación de Rallo es maravillosa, llena de matices, de guiños, en los que cada movimiento está perfectamente estudiado. Su personaje transita por un mundo que le es hostil e intenta defenderse ocultándose, pasando despacio y sin molestar. Una brillante actuación y una preciosa creación de personaje.

Israel Frías nos muestra a un hilarante Finito, lleno de vitalidad y mala leche. Un personaje que juega, se divierte, increpa, un joker de serie B con un lado bondadoso que muestra en contadas ocasiones. Frías hace una interpretación excelente, sin bajar la apuesta, manteniendo el todo momento al personaje a máxima energía, con muecas imposibles y miradas penetrantes, capaz de sacarnos de quicio y de que rompamos a reír sin saber muy bien el motivo. Poderosa y arriesgada apuesta, con un personaje con muchas capas y con mucho cambios a lo largo de la obra teniendo que interpretar a otros personajes secundarios.

Por último tenemos a Alberto Berzal, que da vida a un pacato Grande, un personaje misterioso y taciturno con un oscuro pasado y muchas cosas que ocultar. Grande es la antítesis de Finito, y como tal se comportan en escena. Berzal consigue que su personaje nos intimide y a la vez nos produzca curiosidad, por su apariencia robusta que contrasta con su mínima energía, que transita por el espacio con pesadez y lentitud, como si le pesase la vida. Una interpretación muy medida y contundente.



Otro de los elementos que recupera Troncoso es el minimalismo de la escena. Un cubo de basura preside la escena, con eso y los papeles que inundan el espacio es suficiente para crear este mundo de decadencia y de esperanza, en el que el mundo tira sus desperdicios para que ellos lo limpien. Sencillo, pero a la vez evocador, porque son ellos los que crean el espacio, los que se mueven sutilmente para contarnos sus vidas, porque menos es más cuando la propuesta actoral es tan contundente. Resulta imprescindible (como ocurre en todos sus montajes) el diseño de iluminación de Javier Ruiz de Alegría, que juega a la perfección con las luces y las sombras, con la penumbra, para lograr ese ambiente decadente, casi de película de cine mudo, en el que los contrastes entre la luz y la oscuridad son mínimos pero a la vez tienen infinidad de matices. Todo esto se transita con la deliciosa música original de Mariano Marín (responsable también del espacio sonoro) que nos enfatiza ese ambiente de lánguida tristeza. Por último, no podemos dejar de nombrar el maravilloso vestuario de Felisa Kosse, ni la ambientación del Taller María Calderón, que consiguen hacer de estos personajes auténticos iconos, con sus peculiares indumentarias, con sus caras pintadas de blanco, con su zapato en mano, con sus particularidades que hace a cada uno tan especial.



En definitiva, estamos ante una obra maravillosa. Una pieza que transita por lugares oscuros a los que solo Troncoso sabe sacar su luminosidad. Una historia que nos emociona y nos hace reír, pero que también nos encoje el alma, porque estos barrenderos tienen un poco de nosotros, son el reflejo de una sociedad que no se preocupa por el prójimo, que no valora a aquellos que trabajan en la sombra, que se duerme esperando que al día siguiente todo volverá a estar impecable. Una reflexión sobre lo que somos, con tintes de la más pura esencia de nuestro teatro, con poderosas imágenes e ingeniosos diálogos basados en la reiteración, que nos sacan una sonrisa aunque sepamos lo trágico que es todo lo que nos cuentas. Ha regresado Troncoso a su mundo más poético y underground, dando la palabra a esa gente que vive en la oscuridad, y como siempre ha conseguido un montaje delicioso, burlón desde el cariño por los personajes, esperpéntico y singular como pocos saben hacerlo. No dejen de asomarse a conocer a los despiertos, antes de que paren un día y hagan que el mundo cambie para siempre.

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Teatro: Teatro del Barrio.
Dirección: Calle Zurita 20.
Fechas: Del 9 al 20 de Marzo. De Miércoles a Sábado a las 19:30. Domingo a las 20:30.
Entradas: Desde 15€ en TeatroDelBarrio.


FICHA ARTÍSTICA

Autoría y Dirección: José Troncoso
Adjunta a la Dirección: Belén Ponce de León
Intérpretes: Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo

Diseño de Iluminación: Javier Ruiz de Alegría
Música original y espacio sonoro: Mariano Marín
Producción: Los Despiertos
Gestión de producción: Eslinga
Comunicación: María Díaz
Fotografía: Paco Ureña
Diseño Gráfico: Jaroriro
Vestuario: Felisa Kosse
Tinte y ambientación: Taller María Calderón


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