“Un bosque, un bosque mixto”…, un baile, una coreografía, un vestido rojo, flores en el pelo. El bosque. El bosque en el matadero. La naturaleza en la ciudad, la ciudad anónima, la búsqueda. La pose. Y de nuevo el bosque. Este bosque que nos deparará una intensa tarde en esta intensa primavera.
Una pandilla de amigos/familia va de excursión al bosque. Muy hípsters, culturetas, urbanitas, buscando la tranquilidad del entorno y la acidez en sus conversaciones, el cinismo, esas pullitas. Y sin saber muy bien cómo, el incendio, y la huida. Lo primario se impone y hay que salvarse como sea, a costa de todos y de todo. Se convierten en vivientes, ya veremos si en supervivientes, dentro de un mar de fuego y ceniza. Y de fondo, tras la cortina, la tristeza, como ese animal que llevamos dentro.
Este maravilloso texto de Anja Hilling tan lleno de vida y muerte, de luces y sombras, de fiesta, de danza, de fuego, de sueños, gritos, resplandores, suertes y ahogo nos llega dentro. Esta alemana cuarentañera, que no cuarentona, formada en Berlín, consiguió con Animal negro tristeza (2007) su reconocimiento internacional, estrenando en París y Estocolmo, entre otras capitales. Así durante quince años, quince años, convirtiendo a su autora en una de las representantes punteras de la nueva dramaturgia alemana.
Muchas piezas teatrales hay en su haber, de cuyos nombres no quiero acordarme (el alemán no es mi fuerte). Eso sí, vive en Berlín, y alguna nota berlinesa postmoderna se destila en el montaje y en el lenguaje de la obra.
Cuando lo importante, lo único es salvar la vida, las necesidades cotidianas se olvidan, y el miedo, la soledad, la fuerza de la naturaleza y el egoísmo, a veces exacerbado se impone a lo colectivo, al amor, salvo en contadas ocasiones. Solo uno importa, el resto poco. Y que bien lo refleja esta autora, y que bien lo reflejan estos seis personajes que danzan al son de las llamas, cual infierno de Dante, que ya no ríen desde su atalaya moderna, que sufren, que ya no sueñan, solo viven.
“Lo único que quería a la hora de morir es no estar solo”.
Y que bien lo dirige Julio Manrique, explorando y buscando, como ya hizo Colón en su época, como nos inquieta su propuesta. Como nos hace partícipe, como nos lleva al infierno también, de manera apacible, de manera brusca, sin caretas, sin máscaras antigás. Todo muy descriptivo, muy narrado, pero no nos es monótono, también nos enriquece. A fuego descubierto. Julio Manrique baila con sus actores, habla con sus presentadores, toca con sus músicos, se quema, nos quemamos con él. Es el director de este baile sin máscaras. Con talento, con mucho talento.
Esta propuesta escénica contemporánea, donde la tragedia es bella, se cimienta en un aparataje tecnológico maravilloso que no desvelo para que les sorprenda con toda su potencia. La escenografía de Alejandro Andújar, la iluminación de Jaume Ventura, el vestuario claro y suave de María Armengol, el sonido de Damien Bazin , la video escena de Frances Isern y la coreografía y el movimiento dirigido por Ferrán Carvajal nos trasladan a este bosque idílico que se va transformando en el propio bosque interior de cada uno, en cada destello, en cada grito, en cada giro. En cada susurro. En nuestro propio bosque.
Y aparece el elenco. Ocho personajes maravillosos que se mecen como hojas en el bosque, que se desnudan ante nosotros. Tan cerca. Esas triviales historias de aquí y allá al calor de la hoguera, caminarán a las profundidades de su alma, al calor de las llamas. Màrcia Cisteró y Norbert Martínez nos cuentan esta onírica historia al ritmo de la ceniza y el calor, de la asfixia y el ahogo de estos seis personajes en busca de sí mismos. Mireia Aixalà, Joan Amargós, Jordi Oriol, Mima Riera, David Vert y Ernest Villegas juegan con nosotros al pilla pilla, al escondite en ocasiones, a la botella en otras. Martín, Jenifer, Paul, Miranda, Flynn y Oskar nos toman el pulso en cada sacudida, en cada gesto, en esas palabras dichas con verdad, con energía y con tristeza, mucha tristeza. “Ninguno de nosotros volverá a ser joven”.
Ya no hay cuarta pared. Ya no hay nada. Solo un espejo ante nosotros donde nos vemos reflejados. La ironía de los seis nos lleva a no fiarnos de ellos, a desconfiar de sus actos, a ahogarnos lentamente en esta atmósfera donde nos necesitamos, donde necesitamos respirar. Que gran trabajo. Que complicidad, que conexión en escena, como dominadores de un bosque desconocido, como urbanitas perdidos en la propia ciudad, como personas sin rumbo marcadas por la culpa. Todos en armonía, compenetrándose, aportando cada personaje lo necesario para crear teatro.
Enhorabuena equipo.
Animal negro tristeza nos sobrecoge, nos asfixia, nos convierte en supervivientes en un bosque de miedo y soledad. Esta sensación también nos gusta, la disfrutamos en nuestra butaca, en nuestro particular bosque. Nos invita a pensar y a posicionarnos en esa situación. ¿Qué haríamos en ese caso? Buena pregunta. Vengan a hacérsela esta primavera a las Naves del Español. Tengan cuidado con sus mecheros, no vayan a quemarse.
Vengan al teatro. Vivan la cultura. Cada vez más segura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario