La poética que impregnan Pont Flotant a cada proyecto es una gozada. Ver como resuelven con (aparente) sencillez temas tan complicados como el paso del tiempo o la muerte es alucinante. Una vez más nos adentramos en su particular universo para disfrutar de este delicioso Eclipse Total, que nos ha dejado el corazón encogido por lo impecable de la propuesta. Se pueden tratar todos los temas sin llegar a resultar incómodos, sin hurgar en la herida, sin intentar ser demasiado "intensos". Este es el secreto de la compañía valenciana, que consigue hablar de todo con naturalidad, con sencillez, con humor.
Esta delicia que hemos podido degustar en el Teatro Abadía (pocos días para mi humilde opinión) está impregnada de humor, de verdad, de sensibilidad, de amor por el teatro y las ganas de contar cosas. Una pieza que se mueve con soltura entre lo trascendental y lo cotidiano, que nos lleva de la historia del mundo a la mesa donde come la familia. Una historia que parte de lo íntimo y personal para llevarnos a lugares comunes que nos preocupan como sociedad, como colectivo. La obra nos regala una profunda reflexión sobre la vida, sobre el paso del tiempo, las raíces, la familia y la muerte. Una deliciosa propuesta que nos hace ser conscientes de lo pequeños que somos, de lo insignificante de nuestra existencia en relación a la historia de la humanidad.
La compañía Pont Flotantnace en el año 2000 "con una clara voluntad de búsqueda y de experimentación escénica". Sus piezas nacen siempre como el resultado de largos procesos de investigación y creación colectiva y se caracterizan por unir la realidad y la ficción con maestría. Sus montajes se caracterizan por el uso de diferentes lenguajes, por un impecable trabajo físico de los actores, por una relación íntima con el espectador, siempre con una mirada al entorno social, tanto en el proceso creativo como en la exhibición de sus obras. Ellos son Álex Cantó, Joan Collado, Pau Pons y Jesús Muñoz, cuatro artistas totales, artesanos de la escena, que consiguen impregnar sus trabajos de una poesía y una belleza que hipnotizan al espectador. Su particular manera de hacer teatro ha sido definida como "Teatro de alta radiación sentimental" o "Teatro de la verdad". Entre sus espectáculos más reconocidos están "Acampada", "Las siete diferencias", "El hijo que quiero tener", "Yo de mayor quiero ser Fermín Jiménez" o "Ejercicios de amor", todos ellos en gira actualmente.
El texto creado por los cuatro integrantes de Pont Flotant es maravilloso, con tintes de comedia que esconden una profunda reflexión, con una poderosa carga emocional, utilizando este Eclipse Total "como metáfora, como anticipo y como ensayo de un destino insalvable: el final de nuestros días". El texto fluye entre lo cotidiano para hablarnos de temas trascendentales, desde la sencillez de las pequeñas cosas a la inmensidad de lo más profundo. Preguntas en torno al sentido de la vida, de donde venimos y hacia donde vamos, sobrevuelan toda la historia con una naturalidad apabullante. Cargado de humor, el montaje habla de memoria y de vida, de futuro y de muerte, sin dejar nunca el poso de estar hablando de algo excesivamente trascendental, pese a la contundencia de lo que subyace en todo el texto.
La puesta en escena, creada también de forma colectiva por los cuatro miembros de la compañía, es fabulosa. Con un ritmo preciso, sabiendo dar el tono adecuado a cada escena, tratado cada instante con el mimo necesario de quien sabe que está tocando la fibra (y de que manera) al espectador. La historia se divide en varias partes, cada una desarrollada con un lenguaje diferente, pero todas ellas igual de precisas. Desde una puesta en escena más convencional al comienzo, transitamos por una escena desgarradora con un tratamiento mucho más onírico, para adentrarnos en esa rueda sobre la que gira la mesa que sirve de elemento singular de la última parte de la obra. Esta última parte, en la que se desarrollan las últimas escenas, es de un ingenio y una elegancia maravillosas. Diversos lenguajes para transmitir con precisión lo que pide cada escena.
La obra se divide, como ya hemos dicho, en varias piezas muy bien diferenciadas. En la primera, los dos actores protagonistas nos hacen una breve introducción a su árbol genealógico, para luego pasar a ponerlo en relación a la Historia de la Humanidad. Un baño de realidad sobre la insignificancia de nuestra existencia. El juego que nos proponen, con unas telas kilométricas como símbolo de la historia es un poderoso ejercicio escénico, en el que tomamos perspectiva y comenzamos a alucinar con el ingenio de la propuesta. Esta introducción nos muestra a las claras la contundencia del discurso, la elegancia para hablar de las cosas importantes, la sencillez para mostrarnos lo relativa que es la vida, la facilidad para transmitir conceptos que en otros contextos se nos hacen excesivos.
Tras este primer momento, lleno de comicidad y existencialismo, llega la escena más desgarradora de la obra. Una larga secuencia, de impecable ejecución, en la que se simboliza la muerte de una manera sutil, elegante, efectista, impactante, genial. Pequeños gestos, ropajes que van tapando a los protagonistas, mientras en la pantalla se van formulando preguntas que ellos mismos van respondiendo, como parte de este testamento de sus propias vidas. Unas preguntas que nos golpean con fuerza, que nos hacen reflexionar, que nos estremecen, por la contundencia y por la sencillez, que nos tocan de lleno, que nos remueven hasta hacérnoslas a nosotros mismos.
Con la piel de gallina y el corazón encogido por lo que estamos viendo, llegamos a parte más festiva (y a la vez más demoledora) de la obra. Estamos ante el momento clave de la pieza, una genialidad que nos apabulla y nos deja boquiabiertos. Una propuesta espectacular, tanto en el planteamiento como en la ejecución. Nos sentamos a la mesa de una comida familiar, en la que conoceremos a las distintas generaciones que forman las familias de los protagonistas (las familias de los actores). Majestuosas interpretaciones de los dos protagonistas ejecutando con absoluta normalidad a todos los integrantes de la mesa, pasando con asombrosa soltura por los diferentes comensales, del padre a la abuela, del abuelo a la madre, pasando por sus propias identidades. Ante nuestros ojos veremos la bulliciosa reunión de varias generaciones en la misma mesa, en una preciosa secuencia con la mesa girando sobre una plataforma circular. Una analogía preciosa del mundo que no para de girar. Incluso para los más despistados yo nos interpreta uno de los actores la famosa canción de Jimmy Fontana "El mundo", en otro de los momentos más hermosos de la obra. Todo encaja de forma maravillosa, la analogía con el ciclo de la vida, con el paso del tiempo, se muestra ante nuestros ojos con una sencillez y una naturalidad que nos emocionan.
Los encargados de poner todo esto en escena son Álex Cantó y Jesús Muñoz, dos artistas polifacéticos, que son capaces de tocar todos los palos, todos los géneros, todas las intensidades, con una naturalidad y verdad que nos conmueve, nos divierte, nos emociona, nos cautiva. Dos actores superlativos, capaces de hablarnos de la Historia de la Humanidad con la sencillez de quien está de tertulia con unos amigos, para acto seguido pasar a un estado de extrema solemnidad para mostrarnos la muerte. Pero todo lo que digamos es poco para explicar lo que hacen en el transcurso de la reunión familiar. La facilidad con la que cambian de personaje, la precisión con la que cargan de matices a cada uno de ellos, la ternura con la que abordan la escena, es algo que nos sobrecoge y nos deja perplejos. Parece fácil viendo como lo hacen, pero la cantidad de matices de sus interpretaciones es increíble. Dos actores en estado de gracia, que hacen fácil lo que para otros resultaría imposible.
No podemos acabar esta crónica sin hablar de la parte técnica. La escenografía, como ya hemos explicado, es de una sencillez que sorprende de inicio, con esa gran mesa alargada llena de sillas a ambos lados presidiendo el espacio escénico. Pero todo va mutando y se despliega ante nosotros en toda su majestuosidad. Mientras la plataforma gira, la mesa parece un espacio infinito, en el que se ven las distintas épocas, se conoce a las distintas generaciones. La composición acaba en una composición muy naif, con los globos rodeando la mesa, a modo de planetas que orbitan en perfecta armonía. Pero cuando creemos que lo hemos visto todo, cuando ya estamos alucinados por todo lo que nos han hecho sentir, la genialidad de Pont Flotant nos tiene reservado un último regalo como colofón a esta fiesta, el gran eclipse total. No podemos obviar que para que todo esto encaje es necesario el preciso e impecable diseño de luces de Marc Gonzalo, así como el ingenioso y desconcertante diseño sonoro de Adolfo García.
Poco más podemos decir de esta obra, que nos sigue removiendo las entrañas días después de haberla visto. Un montaje excelso, en el que todo está tratado desde la naturalidad, con una minuciosidad de artesanos, que saben cuidar cada detalle, que saben que todo es necesario para que el conjunto funcione. Una obra que tardaremos en olvidar, por la belleza de la propuesta pero también por la capacidad que tiene Pont Flotant para hacer fácil lo difícil, la verdad que se desprende de sus obras, la sencillez con la que nos hablan de los temas más complejos. Una maravilla que esperamos que vuelva pronto a las salas madrileñas, porque todo el mundo debería ver este Eclipse Total.
Creación Pont Flotant (Àlex Cantó, Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons) Diseño de iluminación Marc Gonzalo (AII) Diseño sonoro Adolfo García Espacio escénico y vestuario Pont Flotant Asesor artístico Fermín Jiménez Realización de escenografía Los Reyes del Mambo i David Van Derh Diseño gráfico Joan Collado Maquinaria y regiduría Yolanda García y Santi Montón Técnicos en gira Juan Serra, Javi Vega y Josep Ferrer Coordinación técnica Juan Serra Fotografía Nerea Coll Vídeo promocional Nacho Carrascosa Distribución Inma Expósito y Rafa Jordán. Pro21 Cultural Agradecimientos Berta M. Pérez, Eulogi Osset, Xavier Serrano, Javi Vela, Roser i Rafel
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