Una historia de amor oscura y tórrida, una devoción que va más allá de lo que la sociedad considera como normal. El mundo se tambalea cuando te deslizas por lugares no explorados, por sendas que el resto considera poco adecuadas. ¿Es el problema el que no ataca lo establecido o es la sociedad la que se sobrepasa con sus correcciones? Todo esto y mucho más nos preguntaremos en este thriller psicológico en el que pocas cosas entran en los cánones de lo políticamente correcto.
Estamos ante una obra que nos pillará por sorpresa por los continuos vaivenes a los que nos somete. Como si fuésemos a lomos del precioso caballo del cartel, la obra pasa del trote al galope, del ritmo pausado a la acción más enérgica, del transitar pausado por el campo al saltar descontrolado escapando del peligro. Porque eso es Equus, un animal que se deja acariciar pero también huye despavorido ante un grito o cualquier gesto que le asuste. Un dócil y bello caballo que nos seduce con su elegante porte, pero también un desbocado animal que lucha por sobrevivir, por huir de sus miedos, por luchar contra lo que le atormenta.
Llega a Madrid esta pieza de Okai producciones sobre la obra "Equus" de Peter Shaffer, que ha versionado para este montaje Natalio Grueso. Un texto angustioso, un thriller psicológico que nos hará permanecer alerta durante toda la función. La lucha entre un joven que no quiere mostrarse contra el psiquiatra que necesita saber qué es lo que le ha ocurrido. Un angustioso montaje que nos deja escenas de gran belleza, conversaciones que son intercambios de golpes, monólogos desgarradores que nos dejan helados. Partiendo de un hecho brutal, la obra se va componiendo como un puzzle a la vez que vamos descubriendo capas, al tiempo que vamos adentrándonos en la personalidad del protagonista, mientras intentamos entender qué llevo al chico al actuar de aquel modo.
El texto de Shaffer es precioso, contundente, delicado, misterioso, lo que compone una obra de gran carga psicológica, con un punto de misterio y muchos temas que sobrevuelan desde distintos prismas. El autor apela al lado más oscuro de nuestra propia identidad, para que lleguemos a preguntarnos en varios momentos de la obra qué es realmente la normalidad en nuestra sociedad. Durante la obra veremos los límites que nos impone la sociedad para mantenernos dentro esa mal llamada normalidad. El montaje va sembrando de dudas al espectador mediante el personaje protagonista. "¿Dónde quedan nuestra pulsiones de agresividad, sexualidad y trascendencia? ¿Es lícito reprimirlas o eliminarlas en aras de la normalidad?". Shaffer estrenó la obra en 1973 y desde entonces ha tenido una gran repercusión en todo el mundo.
El autor se basó en un hecho real sobre el que construyó una historia de amor, de fascinación sexual y de idolatría casi religiosa de un adolescente de 17 años por un caballo al que cuida en un establo. La historia se desarrolla a modo de flashbacks, ya que la obra comienza con el chico en un hospital psiquiátrico, desde el que conoceremos poco a poco su historia. Shaffer cuestiona con este texto "qué es lo que la sociedad contemporánea considera normal y las restricciones que esa misma sociedad está dispuesta a ejercer para mantener a toda costa esa normalidad".
Las riendas de este caballo desbocado las coge con maestría Carolina África (Vientos de Levante, El cuaderno de Pitágoras, Otoño en Abril), que se enfrenta por primera vez a dirigir un texto del que no es la autora. Tengo que reconocer que no soy objetivo con Carolina, ya que me parece que tiene una sensibilidad y una delicadeza para contar las cosas que pocas personas lo tienen. Su maestría para darnos en cada momento lo que la obra necesita es encomiable. Su ternura al tratar ciertas situaciones, la dulzura con la que es capaz de mostrarnos al adolescente, la belleza con la que crea el espacio, todo pasado por el filtro de Carolina África destila armonía, ternura, empatía, amor. El texto nos enfrenta a temas muy complejos, desde el deseo sexual a la opresión de la sociedad, pasando por la religión o la ética, pero la directora sabe enfocarlo desde un lugar desde el que todo parece posible, donde los delitos se cuentan desde el corazón, donde desojamos a cada uno de los personajes para conocer sus verdaderas intenciones, sus miedos y sus obsesiones.
La historia se centra en la relación que se crea entreel psiquiatra Martin Dysart y su paciente Alan Strang. El doctor recibe el encargo de tratar a un adolescente de 17 años que ha cometido una brutalidad atroz que nadie llega a comprender. El joven Strang, aparentemente un joven tímido de lo más tranquilo, ha sido detenido por haberle sacado los ojos con un punzón a los caballos que cuidaba en un establo. Todo demasiado sórdido, demasiado grotesco y desmedido para no tener una explicación más allá de la enajenación transitoria del joven. A partir del momento en el que el joven ingresa en el centro comienza una investigación por parte del psiquiatra casi detectivesca para intentar sonsacarle al chico los motivos que le llevaron a actuar de esa manera. A mitad de camino entre el género policíaco y el thriller psicológico, la historia nos va descubriendo los secretos ocultos tras las vidas de cada uno de los protagonistas.
El doctor debe intentar averiguar como un joven de buena familia, que nunca había dado ningún problema, ha sido capaz de hacer una atrocidad como esa. El tira y afloja entre psiquiatra y paciente nos va descubriendo los motivos que llevaron al joven a esa situación extrema. Conoceremos en esta investigación a los padres del chico, devota y muy religiosa ella, estricto y con muchos secretos él. La sublimación del deseo sexual, la falta de relación con otros jóvenes de su edad, le llevan a centrarse en su cuidado en los caballos, lo que se convierte en una fascinación. Esta encrucijada en la que se mete el chico es la que debe recorrer el psiquiatra para descubrir los motivos del joven y poder ayudarle.
El tándem protagonista está formado por Roberto Álvarez, que encarna al psiquiatra Martin Dysart, y Álex Villazán, que da vida al joven Alan Strang. El doctor se nos presenta como un personaje seguro, sosegado, que domina la situación en todo momento y al que nada parece afectarle. Pero conforme avanza la historia y va indagando en la vida de Alan, él también debe hacer frente a sus propios miedos, a sus demonios escondidos tras la coraza de hombre comprensivo y tranquilo. De este modo, Roberto Álvarez nos va mostrando las distintas capas de su personaje, para descubrir un matrimonio sin sentido que lleva años estancado, unas dudas permanentes sobre la utilidad de la profesión o la necesidad por escapar "de una sociedad castrante que aniquila los sueños e ilusiones de la gente".
Por su parte, Álex Villazán ("El curioso incidente del perro a medianoche", "La edad de la ira", "Hey Boy, Hey Girl", "¿Que no...?") vuelve a demostrarnos que es uno de los actores más completos y polifacéticos de su generación, con una interpretación prodigiosa. Álex se apodera de este complejo personaje para hacerlo suyo, para llenar la escena con su poderío físico, con su energía, con su fuerza, con su contundente forma de abordar la creación del personaje. El actor nos va mostrando con una precisa sutileza cada una de las aristas del personaje, sus miedos y sus frustraciones, sus fantasmas y sus obsesiones. Y todo lo hace con una naturalidad pasmosa. Villazán consigue desgarrarse y golpearnos con fuerza, hipnotizarnos con una actuación soberbia, desmontarnos con una creación de personaje descomunal.
Junto a ellos completan el elenco Manuela Paso, interpretando a la madre del chico y a la jueza que le pide al doctor que se encargue del caso, Jorge Mayor, que da vida al padre del chico, y Claudia Galán, la joven Jill que se convierte en amiga y confidente de Alan. Cada uno de ellos sabe sacar el máximo partido a sus personajes, consiguiendo que aporten mucho peso dentro de la historia pese a lo limitado de sus apariciones. Manuela Paso es eficiente en sus papeles, consiguiendo darle a cada una de ellas una personalidad propia. Jorge Mayor es pura energía y agresividad en el papel del padre que no deja de chocar con el joven. Y Claudia Galán es todo ternura en su papel de Jill, la única persona que parece mirar a Alan con la ternura y delicadeza necesarias. Todos ellos forman una preciosa y precisa composición equina en las escenas más bellas y desgarradoras de la obra. La coreografía y la asesoría de movimiento corre a cargo de Andoni Larrabeiti, que hace un trabajo impecable, consiguiendo una plasticidad y una elegancia maravillosas. Los tres intérpretes están precisos en sus movimientos, con la energía del caballo desbocado, con la fuerza del animal al galope, con la ternura del dócil Equus en armonía absoluta con Alan.
Todo esto queda enmarcado en una impecable escenografía diseñada por Bengoa Vázquez, que se compone de una serie de elementos móviles semicirculares de distintos tamaños, que los propios actores van situando por el espacio para componer cada una de las escenas. El espacio escénico se completa con un diván que nos recuerda la silueta del caballo y que se acaba convirtiendo en un protagonista más de la obra. Todo esto se acompaña por las oníricas y perturbadoras videoescenas diseñadas por David Martínez, que apoyan las escenas y consiguen un ambiente sórdido y tenebroso que complementa a la perfección el ambiente en cada momento. Mucha culpa de la creación de esos ambientes lo tiene el diseño de iluminación de Sergio Torres, impecable en todo momento, capaz de conseguir que la noche rezume frío y la sala del médico nos resulte acogedora. También hay que destacar el sonido envolvente de Manuel Solís, que nos mete de lleno en la historia, nos atrapa y nos cobija. Y por último, aunque quizás sea una de las partes más importantes, el diseño de vestuario de Lupe Valero, que consigue darle a cada personaje una personalidad diferente y que sabe como crear los caballos de una forma maravillosa.
En definitiva, estamos ante una conmovedora historia de amor, ante un thriller psicológico, ante una crítica a la sociedad que nos encorseta, una pieza que lo tiene todo para hacernos disfrutar. Y si todo ello lo vemos desde la perspectiva de la gran Carolina África todo adquiere una dimensión mayor, un cáliz más profundo y más humano. Y si además tenemos un elenco que funciona a la perfección, con un Álex Villazán en estado de gracia, pues poco más queda por decir. Vayan, sumérjanse en esta montaña rusa de emociones, adéntrense en el oscuro laberinto por el que se mueve la mente de Alan. Disfrutarán, se emocionarán. Viva el Teatro!!!!
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