La vida de una pequeña compañía de Teatro, siempre en el filo, sin margen de maniobra. Esta maravillosa pieza nos habla desde las entrañas mismas del Teatro, para que seamos conscientes de lo difícil que es, lo duro que resulta, la vida al filo de la navaja, en una lucha continua por no desfallecer. Pero también nos enseñan el amor por lo que hacen, las ganas por seguir disfrutando de la adrenalina de la escena, la necesidad de contar cosas y ser fieles a si mismos, cueste lo que cueste. Porque ese es el debate al que se tienen que enfrentar los dos protagonistas, la pureza o la tranquilidad, ser honestos o venderse como un producto. Fabuloso montaje que nos descubre lo que son las triquiñuelas del teatro.
Tengo que reconocer, antes de seguir con esta reseña, mi absoluta devoción por todo lo que hacen Celia y Javier. Llevaba tiempo detrás de poder ir a ver esta obra, pero por motivos de agenda llevan dos años en Madrid programados los Miércoles y me era imposible ir. Este pasado día 9 he podido asistir y tengo que decir que lo que vi fue amor por el teatro, pasión en cada palabra, ingenio en la forma de abordar lo que quieren contar, ternura en cada idea y emoción en cada movimiento. Desde que les descubrí se los recomiendo a todo el que me quiera escuchar, porque la verdad que destilan sus montajes emocionan a todo el que se acerca a conocerles. Yo el pasado Miércoles iba acompañado de mi querida amiga Lucía, que no los conocía, y salió alucinada con lo que había visto. Cuando las cosas se hacen con amor y devoción, ese es el resultado.
Ellos son Perigallo Teatro, Javier Manzanera y Celia Nadal, dos enamorados del teatro, de su profesión, de su modo de vida. Artesanos de una vocación que es dura, en la que solo sobreviven los tenaces, pero también los que saben ponerlo todo en cada nuevo proyecto, como es el caso de esta pareja que lleva desde 2009 emocionando a todo el que les conoce. Asiduos del Teatro Lara (en el que estuvieron la pasada temporada con esta pieza), allí les conocí con sus primeros montajes "La mudanza" y "Espacio disponible", obra a la que hacen un guiño en este texto. Su tercer montaje "Pídeme perdón" lo disfruté en el Teatro Lagrada. Cuatro montajes de pura artesanía teatral, muy diferentes de temática y como concepto teatral, pero todos destilando el amor por el teatro, la ternura de quien hace lo que quiere, la verdad de las cosas hechas con el corazón.
Y con este "Cabezas de cartel" la verdad es que están rompiendo moldes y barreras, consiguiendo el reconocimiento en forma de premios. Ganaron el pasado año el Premio Godoff (compartido con "Sweet Dreams de Alberto Velasco, que podéis ver este mes en Nave 73), y el 2021 el Premio Indifest a la Mejor actriz, al mejor actor, el premio del público y el de mejor director. Ya era hora de que se les reconociese el enorme mérito que tienen y el talento que destila todo lo que hacen.
Como ocurre en todos sus montajes, Javier y Celia son los responsables del texto. Y en este caso parece lógico, ya que hablan de ellos mismos, de una compañía que en realidad es la suya, con sus nombres cambiados (Urogallo Teatro). Una pieza llena de ingenio, de divertidos guiños a su carrera, de ácidas críticas hacia su propio colectivo, una autocrítica que no se suele ver y me parece muy sana. Como digo, la obra está llena de guiños a su propia trayectoria, pero realmente es un magistral ejercicio metateatral en el que nos enseñan las penurias de una pequeña compañía, las vicisitudes que tienen que pasar en el día a día, los juegos malabares que tienen que hacer para sacar adelante cada montaje... y lo difícil que es todo esto si además intentas ser fiel a tus principios éticos.
La dirección es lo único de lo que no se encargan Javier y Celia. En este caso han contado con Luis Felpeto, que ha hecho un trabajo impecable, con la dificultad añadida de trabajar en torno al propio trabajo de los actores. Dar las pautas necesarias en este contexto resulta (o al menos a mi me da la sensación) muy complicado, pero el director resuelve la papeleta con maestría. La historia transcurre de dentro para fuera, entre la obra y la vida, entre la escena y el ensayo, con la cuarta pared difuminada desde la primera escena, con un inicio de obra simplemente magistral. El ingenio con el que se resuelve esa primera escena, en la que nos hacen partícipes a todos, es brillante, divertida, ingeniosa, y hace que toda idea preconcebida salte por los aires. Has venido a ver algo diferente, queremos que te rías y disfrutes con nosotros, parecen decirte los actores con este impactante comienzo. Pero volviendo a la dirección, Felpeto maneja con destreza los tiempos, sabe jugar con los actores haciendo que entren y salgan de la escena, todo fluye con una naturalidad abrumadora.
Leo en la web del teatro la sinopsis de la obra, pero creo que es muy secundario en este caso. Esta obra te engancha de principio a fin por la naturalidad de los actores, por la originalidad del texto, por la sencillez de lo que cuentan pero la complejidad de plasmarlo en escena. Todo encaja, estamos creando la obra con la compañía, ¿Qué más queremos? Desde el comienzo de la obra rompen la cuarta pared para hacer del patio de butacas una parte más de la escena. La brillantez con la que juegan con nosotros nos divierte, la naturalidad con la que entran y salen del textos nos deja helados, la versatilidad que demuestran en todo momento nos emociona. Y eso es el teatro, emoción. Por eso sobra leer la sinopsis, solo debemos dejarnos llevar, jugar con ellos, meternos de lleno en esta obra que nos involucra, que nos hace juez y parte.
Con continuos guiños a su propia historia, el montaje se va creando de forma orgánica, como una mordaz crítica al mundo de las artes escénicas, a todo lo que le rodea. Los creadores quieren mantenerse en su burbuja de rebeldía, para poder seguir criticando al innombrable o a la SGAE sin miedo a represalias, pudiendo ir con la cabeza bien alta porque siempre han hecho lo correcto, algo que no todos pueden decir. Pero también hay que comer, y las cuentas no cuadran, las deudas aprietan, y entonces llega el demonio en forma de teatro comercial a ponerles el caramelo al alcance. Y llega el vértigo, llegan las dudas, llega el conflicto. ¿Qué queremos ser? La espada de Damocles que les persigue, que les grita que no dejen el camino que les ha llevado a donde están, por muy jugoso que sea el pastel que les ofrecen. Y la duda nos invade a todos. Salimos del teatro preguntándonos que camino cogeríamos, cual sería nuestra decisión, aunque sepamos de antemano que ellos van a hacer lo correcto. Y así es como esta radiografía del mundo del teatro nos llega, nos conmueve, nos emociona, nos atraviesa, porque existe más lucha y vértigo que estrenos exitosos, aunque al final el aplauso del público haga olvidar todas las penurias anteriores.
Y luego están ellos, Celia y Javier, Javier y Celia, dos monstruos de la escena, dos artesanos de la palabra, dos genios que destilan verdad con cada movimiento, que rezuman ternura con cada mirada, que nos ganan con su sonrisa pícara y su sudor incesante (siempre acompañado de su gamuza azul). Ya he dicho antes que tengo una especial debilidad por ellos, porque me parece que hacen todo con un cariño que se ve luego en escena. Dos actores que saben lo que quieren, que se emocionan con su trabajo tanto como nosotros al verles. Ellos nos hablan desde la verdad, desde el corazón, nos entregan sus almas sin dobleces, saltan al vacío para que les cojamos, con la seguridad de que están haciendo lo correcto y el público acudirá a su llamada, les empujará a seguir, les agradecerá el esfuerzo.
Y por si todo esto no fuera suficiente, la parte técnica no desentona. Desde la sencillez y la naturalidad, la escenografía que han diseñado Juan de Arellano, Pepe Hernández y Eduardo Manzanera fluye como la propia obra, porque nos hace saltar de "la feria del teatro" al local de ensayo de la compañía sin artificios, pero de una manera ingeniosa. Y que decir de la utilería de Malu Sáenz, Isa Soto y Luis Felpeto, que se convierten en personajes de la obra. Como dicen los actores en varios momentos de la obra, esto es obra de todo un equipo, todos aportan ese granito de arena para que todo encaje a la perfección. El vestuario de María Cortés, el diseño de luz de Pedro A. Bermejo, la música original de Santi Martín (el personaje ausente al que tanto nombran en el texto) y el sonido de Rober Wilson, todos aportando para que el resultado sea brillante.
Poco más me queda por decir, sólo agradecer a Perigallo Teatro su amor por el Teatro y el cariño que ponen a cada nuevo montaje que emprenden. El teatro son emociones, y Javier y Celia saben transmitirlas como nadie. Seguirán peleando, seguirán luchando por crear una nueva obra (que seguro que ya tienen encauzada), porque aman su profesión y no podrían hacer otra cosa. Y nosotros seguiremos esperando su próxima obra, porque para nosotros siempre serán unos Cabezas de Cartel capaces de emocionarnos como pocos.
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