Estamos ante una de las obras más impactantes y conmovedoras de los últimos años. Un relato que nos habla de racismo y de homofobia, pero que sobre todo nos habla de la búsqueda que cada uno debe tener en el mundo para encontrar su verdadero lugar. Este desgarrador relato entrelaza dos historias, dos realidades separadas en el tiempo más de sesenta años, pero en el fondo muy cercanas e igualmente dolorosas. Una obra que bajo el paraguas del mundo del boxeo nos habla de una violencia mucho más real, mucho más íntima. La búsqueda de la aceptación en un mundo hostil, que no es capaz de aceptar al diferente.
"Puños de harina" se ha ido convirtiendo en una de esas obras de las que todo el mundo habla. Tras su estreno en el John Lyon´s Theater de Londres, llegó hace un par de temporadas al Teatro Fernán-Gómez dentro del ciclo "Teatro y derechos humanos". El éxito atronador que tuvo, tanto de crítica como de público, llevó al montaje a la Sala Mirador unos meses después, al Teatro Quique San Francisco y al Teatro Infanta Isabel. Ahora llega al Teatro Pavón como uno de los montajes de pequeño formato más reconocidos de los últimos años, con 4 candidaturas a los Premios Max, el Premio Teatro 2019 AutorExprés por la Fundación SGAE, Premio Nazario 2020 a Mejor Espectáculo del Festival Cultura con Orgullo de Sevilla. ¿Qué es la violencia? ¿Qué significa ser hombre? ¿Qué significa comportarse como un hombre de verdad?
Esta
producción de El Aedo nos pone frente a una realidad que no por extendida deja de ser cruel. La homofobia y el racismo son lacras sociales que muy a nuestro pesar siguen enquistadas en nuestro mundo. Es muy interesante el paralelismo entre las dos historias, para que podamos darnos cuenta de lo poco que hemos evolucionado en más de medio siglo, tiempo que separa ambos relatos. El Aedo Teatro es "
una compañía andaluza dedicada a la creación artística, con especial atención en el fomento y especialización del público joven y adolescente". La compañía se ha especializado en el desarrollo de estrategias de gamificación y contenidos pedagógicos relacionados con las artes escénicas. Cuando estrenaron esta pieza en el
Teatro Fernán-Gómez lo hicieron con el seriuosgame "
Puños de harina, el videojuego", una herramienta de gamificación en la que el jugador-espectador puede relacionarse con la trama y los personajes antes y después del espectáculo. El videojuego está disponible en la web
www.puñosdeharinavideojuego.com.
Jesús Torres es el alma mater de este proyecto y se encarga de la dramaturgia, la dirección e interpreta (de forma prodigiosa) a los dos personajes. Para ir por partes, empecemos por el texto. El montaje nos cuenta la historia real del boxeador Rukeli y de forma paralela la de Saúl, un joven que malvive trabajando con su familia de feria en feria. El vínculo que les une es su origen gitano, lo que marcará sus vidas. Dos realidades muy distintas que el autor nos sabe acerca, vincular, hasta que se nos llegan a confundir. Las dos historias transcurren en paralelo, en la lucha continua por sobrevivir ante una sociedad que los estigmatiza por lo que son, mientras ellos intentan comportarse como "hombres de verdad". El relato nos va golpeando como el combate de boxeo que al que se enfrenta Rukeli, nos avergüenza y nos encoge el alma al ver la lucha que tiene que mantener Saúl para evitar mostrarse tal y como es. Un relato contundente, poderoso, desgarrador, que nos muestra sin tapujos la dura realidad a la que tienen que enfrentarse por su raza o su orientación sexual.
Si brillante es el texto, no lo es menos la forma en la que Jesús Torres la ha dirigido. A modo de combate de boxeo, la historia se desarrolla en diez asaltos en los que iremos conociendo la vida de estos dos gitanos, separados por más de medio siglo pero unidos por la injusticia de una sociedad racista y homófoba. El dinamismo del montaje, marcado por la secuencia de los rounds, no decae entre una y otra historia, pese a que son de desarrollo muy diferente. La frenética lucha de Rukeli por triunfar como boxeador contrasta con la timidez de Saúl para ocultar quien es en realidad. Ambas situaciones encajan a la perfección y van creciendo según avanza la historia. Los golpes, las decepciones, los ultrajes, dos vidas que discurren en paralelo y que se plasman con rotundidad en dos ritmos diferentes pero perfectamente compatibles.
La historia propiamente dicha se divide, como ya hemos dicho, en la historia real del boxeador alemán y gitano Rukeli, y la de Saúl, un gitano homosexual en la España rural de los años ochenta. Ambas historias transcurren en paralelo a modo de monólogo, en el que ambos personajes nos van narrando sus miedos y su incomprensión por la hostilidad que ven a su alrededor. El primero desafió al todopoderoso Hitler en los inicios de la Alemania nazi. El segundo plantó cara a su padre cuando decidió no ocultar más su identidad sexual. Dos jóvenes que solo intentar ser felices, avanzar, triunfar, poder ser ellos mismos en una sociedad que los maltrata. Rukeli, por el "simple" hecho de ser gitano tuvo que luchar el doble para conseguir triunfar en el mundo del boxeo, en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Saúl tuvo que lidiar con el hermetismo de una familia tradicional en la España rural, que sólo le permitía que fuese lo que indicaba la tradición.
Y todo esto lo interpreta de forma maravillosa Jesús Torres, capaz de cambiar de registro de una forma impecable para pasar del rudo Rukeli al frágil Saúl sin que quede rastro de uno en el otro. El trabajo que realiza el actor, tanto a nivel físico como interpretativo, es bestial. Con el simple apoyo de las imágenes que le van marcando el paso de los rounds y una serie de voces en off (Eva Rodríguez, Antonio M.M. y David Sánchez Calvo) el actor se apodera del escenario, lo hace suyo para transmitirnos toda la emoción, la rabia, el dolor, el sufrimiento, de cada uno de los personajes. Dos personajes casi antagónicos, a los que Torres llena de matices, de incertidumbres, de miedos, de lugares oscuros que los acercan hasta casi tocarse.
La capacidad de Jesús para disociar estos dos personajes tan diferentes, es simplemente prodigiosa. Por un lado interpreta a un Rukeli luchador, combativo, aguerrido, inconformista. Cuando entra en este papel da una auténtica lección de capacidad física (con las aportaciones de Diana Caro como entrenadora personal y Nelson Dotel como entrenador de boxeo), con una impecable dicción a la vez que boxea, con una presencia que intimida por su fortaleza, con un ímpetu inabarcable por lograr sus objetivos. Cuando transita al otro lado, a la vida de Saúl, es todo lo contrario. Un personaje frágil, débil, que se esconde del mundo para no mostrarse tal y como es. El cambio de registro es absoluto, con un marcado acento andaluz cuando da vida al apocado gitano que huye de su padre para no plantarle cara. Una interpretación, que son dos, primorosa en la que nos va mostrando poco a poco las distintas capas de cada uno de los gitanos.
Por si todo esto no fuese poco, la composición escénica es impecable. La escenografía, diseñada por Jesús Díaz Cortés (responsable también del diseño de iluminación) y el propio Jesús Torres, nos crea dos mundos radicalmente diferentes, todo alrededor de ese imponente cuadrilátero cerrado que preside la escena. La cuidada iluminación nos regala distintas texturas y tonalidades para cada escena, en un crisol de colores y penumbras que resulta apabullante. Todo esto se completa con la poderosa videoescena de Elvira Zurita que apoya la historia y marca el tránsito entre las distintas escenas, a modo de los asaltos de un combate de boxeo. El espacio sonoro y la música de Alberto Granados nos envuelve, nos atrapa, nos empuja al ring en el que los personajes luchan por sobrevivir. Por último, el vestuario ha sido diseñado por Mario López Pinilla.
Estamos, en definitiva, ante una de las obras revelación de los últimos años. Y no es para menos. Todo en ella funciona de manera impecable. Nos enternece y nos estremece a partes iguales. Desde el primer al último gesto, desde el desgarrador tren inicial, al demoledor alegato final. Una pieza redonda, maravillosa, necesaria. Porque hay que dar voz a todas esas personas que son señaladas por ser ellas mismas, que luchan por abrirse paso en una sociedad que los maltrata por su raza o su condición sexual. Es imprescindible que montajes como este tengan una larga trayectoria, que se muestren en colegios e institutos, para que poco a poco tengamos una sociedad mejor en la que no se discrimine al diferente. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA.
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