Recuerdo cuando José Sanchís Sinisterra nos proponía ejercicios en su taller de dramaturgia, lo mucho que le gustaba la experimentación teatral, la exploración de nuevos territorios y posibilidades. Nada más apropiado para referirnos a su "Lector por horas”: un puro ejercicio de investigación o quizás el resultado de muchos de ellos. La obra podría evocar de salida la excelente novela de Bernhard Schlink “El lector” y su versión cinematográfica de Stephen Daldry igualmente conmovedora y brillante. Pero no es así, en la novela y su película las lecturas son la excusa para la trama, pero aquí es al revés, es la trama la excusa para la lectura.
El texto, la literatura, se convierte en “El lector por horas” en protagonista esencial y reverencial de toda la obra. Se le coloca en el centro del escenario y acudimos a él casi como a una liturgia en su transfiguración de palabras pronunciadas, en voces que resuenan...: La entonación, la dicción, la palabra misma, la palabra por la palabra. Es un acto de veneración que va más allá del teatro. Sanchís construye una historia absolutamente sencilla, un hombre, Ismael (Pere Ponce) es contratado para leer, interpretar relatos de grandes novelas a una chica, Lorena (Mar Ulldemolins) ciega...a modo de terapia quizás. No sabemos mucho más de los móviles y las razones, son pretextos que convierten lo cotidiano en accidente. Simplemente la lectura sucede, y desnuda totalmente el argumento, que se queda sin resolver, abierto, y que recuerda a Harold Pinter o a Samuel Becket y todo para la palabra sola, apenas acompañada por la música de un piano. Parece un ensayo de canto donde lo importante no es la nota sino la estrofa.
Celso (Pep Cruz), el padre adinerado de Laura, es el que ha contratado a Ismael. Un hecho cotidiano sin más. La puesta en escena es también sencilla, el salón de una familia bien, de clase alta, con piano. Y luces que evocan a las sombras donde el pensamiento se pierde y se pronuncia. Y todo pasa aquí. Todo. Porque con la palabra basta. La palabra repetida, entonada, abandonada, silenciosa y hasta incomprensible. Tras la aparente lógica de las cosas se esconde una lógica diferente que puede parecernos absurda. Sin embargo, cómo diría el mismo Sanchís: “¿Por qué toda esa alteridad nos resulta tan propia?”.
En cambio, sería un error pensar que el papel de los actores es menor en esta historia de palabras. Para nada. Sobre ellos tres reposa la vida de esas letras y de sus frases, donde se nos demuestra que todo se puede decir si se sabe interpretar. Y que la interpretación hace real a la palabra y a su magia. El lector es sometido a prueba para ser seleccionado, él cuida la voz y la pronuncia. Minimalismo. Esta es la esencia. El resto son accidentes.
Pere Ponce se vuelca también sobre su personaje anodino, esquemático, casi gris, con una biografía simplificada reducida sólo a las textos que pronuncia con una pulcritud exquisita. Perfectamente ajustado, con un tono de solemnidad y de silencios contenidos cargados de un protocolo interior y una presencia casi hierática. Parece un oficiante de un rito ancestral.
Y punto...o mejor punto y coma. Porque la trama evoluciona desde la repetición y la rutina hasta un trueque de los personajes en un alarde quijotesco. Todo vuelve al principio cuando llega el final, pero es ya completamente distinto. Todo ha cambiado para que todo siga igual. Nada es nunca lo mismo. Esa es la evolución sobre la escena.
Esta es la apuesta de Sanchis bajo la escenografía y dirección de Carles Alfaro. No se trata exactamente de una rebelión, o una provocación sin más. Pero Sanchís es un mago que juega con nosotros y para mí, mi maestro. Cuando se apagaron las luces nadie se atrevió a irse, a no aplaudir, muchos se pusieron de pie, sobre todo nadie podía darse por aludido, aunque, al mismo tiempo, nada nos fuera ajeno. Pero todos salimos pensando y casi en silencio. Se trataba de jugar y de explorar nuevos caminos o perderse por ellos. Solo palabra, solo teatro.
Es verdad que puede resultar difícil responder a todos los requerimientos de un autor que no pretende simplemente entretenernos, sino que quiere llevarnos más lejos, que reclama un ejercicio de reflexión, de capricho, de implicación, de no conformarse y participar. Pero merece la pena. Es puro Sanchís. Pura dramaturgia.
El meta teatro es esa forma de filosofar sobre si mismos, sobre su oficio y el mundo que tienen los dramaturgos. Este es el Sanchis que yo he conocido y tanto admiro...el de "os figurantes", el travieso, el que derrocha ingenio y nos vacila a veces. Parece una obra difícil y hay que ir mentalizado, desde luego, pero puede llegar a compensar, y mucho, ese pequeño esfuerzo. Es una pieza contemporánea como el arte abstracto donde nada se nos da hecho y resulta un desafío. El desafío de pensar el teatro, del teatro para pensarse y del teatro pensado.
El resto es descubrir y descubrirse en el amplio sentido de la palabra.
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Teatro: Teatro Abadía. Sala Juan de la Cruz
Dirección: Calle Fernández de los Ríos 42.
Fechas: Del 24 de Noviembre al 17 de Diciembre. Martes a Sábado a las 19:00. Domingo a las 18:30.
Duración: 115 minutos.
Entradas: Desde 18€ en TeatroAbadia.
Ficha artística
Texto: José Sanchis Sinisterra
Dirección: Carles Alfaro
Escenografía: Carles Alfaro y Luis Crespo
Iluminación: Carles Alfaro
Proyecciones: Francesc Isern
Vestuario: Nidia Tusal
Música: Joan Cerveró
Ayudante de dirección: Iban Beltran
Reparto: Pep Cruz, Pere Ponce, Mar Ulldemolins
Una producción de Sala Beckett, Teatro de La Abadía, Institut Valencià de Cultura
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