Teatro: Los gestos. Teatro Valle-Inclán

Cuando en una obra uno de los personajes comienza diciendo “No me hagas explicar todo como si fuera una obrita de las tuyas. No hay nada que entender”, quedan pocas dudas de que desde ese mismo momento todo puede pasar, y no necesariamente de una forma coherente (para eso nos han avisado). El espectador debe dejar todos los prejuicios en la puerta, y dejarse llevar por este mundo de gestos que nos aleja de una trama al uso para adentrarse en un universo singular, en el que debemos deconstruir nuestros propios movimientos para volver a trabajar sobre ellos y ver que nuevas oportunidades y significados nos regalan. Esta obra es una invitación a la reflexión, una búsqueda de nuevos lenguajes.




Una vez más, salimos de ver un montaje de Pablo Messiez con la sensación de haber asistido a una experiencia mucho más allá de la obra teatral, que nos evoca y nos hace viajar a lugares insospechados, que nos obliga a buscar en nuestro interior, que nos invita a reflexionar sobre lo que somos, que nos provoca sentimientos y sensaciones alejadas del hecho escénico. Como ya nos ocurrió en anteriores ocasiones, el viaje resulta apasionante, inquietante, innovador, pero a la vez nos hace transitar por arenas movedizas, esos espacios inestables y novedosos en los que nos sentimos vulnerables y nos dejamos manipular hasta llegar a lugares desconocidos.



Esta coproducción del Centro Dramático Nacional y el Teatro Kamikaze es un viaje a Roma, pero también a las entrañas mismas del teatro, una función que nos muestra la importancia de lo que hacemos y de cómo lo hacemos. Como toda propuesta escénica, nace de la repetición, de la consolidación de piezas diferentes para conseguir un todo compacto y consecuente con la idea que se quiere transmitir. Esta pieza vuelve a poner en el centro los sentimientos, la relación del cuerpo con el espacio, con el sonido, con la luz, como ya hiciese Messiez con su fantástica "Las canciones", huyendo del teatro que pone el foco en el intérprete y el texto exclusivamente. El propio autor reconoce que "uno piensa todo el tiempo el teatro como el lugar al que uno va para entender cosas de lo humano, pero pensarlo así es pensarlo desde el contenido y yo creo que, a lo mejor, lo que el teatro nos está diciendo es que toda la vida es repetición y que para existir, repetimos" y con este planteamiento crea esta pieza mucho más sensitiva y estimulante que muchas propuestas que se ciñen exclusivamente a un texto. 



Tras triunfar la pasada temporada con la fascinante "La voluntad del creer" (que regresará a las Naves del Español el próximo mes de Abril), por la que fue galardonado con el Max a mejor obra del año, Pablo Messiez vuelve sobre sus pasos para retomar algunas ideas que se podían vislumbrar en "Cuerpo de baile", pieza de danza que presentó en el Festival de Otoño de 2021 y que ha servido de germen a esta nueva obra. El autor argentino reconoce que en su anterior obra ya había una escena en la que "los gestos aparecían como trastornados", y por ahí ha querido seguir indagando, hasta llegar a "Los gestos". Pero no estamos, ni mucho menos, ante un espectáculo de danza (aunque esté muy presente) como fue su predecesora, pero tampoco ante una obra de texto, más bien es una experimentación en torno al cuerpo y su relación con el espacio y con el movimiento.



Messiez, autor y director de este singular montaje, reconoce que la obra "está siendo, artísticamente, como ir entrando un poco más cada vez en un vínculo con la creación que no está organizado por un fin, así como pasa con los gestos, que los gestos que hacemos aparecen en el cuerpo sin una finalidad concreta, sino que aparece ahí, intentando también que la relación con la escena sea esa y buscando que la escena encuentre sentido simplemente por ser, y no por ser instrumento para otra cosa". En esa búsqueda continua en la que se encuentra, explora nuevos lenguajes de expresión, nuevas formas de hacer teatro. El autor explica que "es un trabajo muy placentero, cada vez más parecido a hacer música o a bailar, aunque estemos trabajando con palabras. Veo cada día que el trabajo consiste mucho en estar atentos a los ritmos, a las formas, a ver cómo se llevan las distintas materias que están dentro de la obra". Y desde esa experimentación nos invita a observar esta nueva forma de creación desde el cuerpo, poniendo el foco en esos gestos que a cada uno nos hacen diferentes.  




Para el autor "el teatro no tiene que servir para encontrar el modo de satisfacer la confirmación de tu moral. Si piensas el teatro a través de los contenidos es como quitarle la harina al pan, es como usar un libro de posavasos". Partiendo de esa premisa debemos posicionarnos ante este montaje más como una experimentación, como un estudio sobre el cuerpo y el movimiento, como la investigación para ver el teatro desde otros principios de creación, un salto al vacío con un cambio de paradigma, en el que la historia queda supeditada a la composición formal, lo físico por encima del texto tradicional. "El cuerpo es el misterio más grande y más próximo. Las cosas que el cuerpo sabe. Por eso me interesan los gestos. Para dedicarle la mirada a algo que no pueda ser capturado por las palabras. El foco en los gestos es también el foco en aquello que no se puede escribir. En lo que el teatro tiene de extra-literario. En lo que adquiere sentido en la encarnación, en la presencia. En las cosas que hace el cuerpo como resultado de ponerse en relación" cuenta Messiez.




La acción nos lleva hasta Roma, a un local abandonado que acaba de heredar, o eso nos dice, Topazia (imperial como siempre Fernanda Orazi), una actriz que quiere convertir este lugar en un bar con teatro en el que hacer un espectáculo sobre la diva italiana Mina. Pero antes de que la actriz nos hable del lugar hemos podido analizarlo, con la imponente presencia del personaje al que da vida Nacho Sánchez (sin duda, uno de los mejores actores de su generación), que languidece durante toda la previa de la representación. Una vez iniciada la acción, y con la sensación de que estamos ante algo singular, conoceremos al novio de Topazia, un director de teatro interpretado por Emilio Tomé y obsesionado con hacer un homenaje a su admirado Pasolini. Y alrededor de estos tres personajes veremos aparecer a la bailarina vieja (Magistral Elena Córdoba, responsable también de la creación de las coreografías), que es la madre de la actriz y deambula por la escena entre aturdida y ausente. Por último, veremos aparecer a un joven pianista, interpretado por Manuel Egozkue, que siempre llega demasiado pronto y con ganas de cobrar.



Todos ellos son personajes misteriosos, cargados de taras, de singularidades que hacen que nos hipnoticen y que pidamos a gritos conocer más sobre ellos. Un alarde interpretativo increíble, en el que quedamos absortos con los movimientos plásticamente preciosos de Nacho Sánchez y Elena Córdoba.  No podemos dejar de hablar del brutal duelo interpretativo que nos regalan Fernanda Orazi y Emilio Tomé. Orazi está tremenda en su papel de diva, por momentos a modo Pasionaria y en otros excesiva y extravagante, pero siempre poderosa y contundente. Enfrente tiene a un soberbio Tomé, que da vida a un egocéntrico y pretencioso director, que solo sabe mirarse el ombligo, obsesionado por llevar a cabo su gran obra sobre Passolini. Y como si de un mediador s tratase, Egozkue aparece en todas las escenas para poner paz, y de paso pedir explicaciones.




Todo esto transcurre en un majestuoso espacio creado por Mariana Tirantte, que nos propone un gran espacio vacío, casi por construir con las sillas apiladas, presidido por el gran ventanal que nos muestra la gran visual de la ciudad de Roma. Un espacio que los intérpretes van construyendo conforme avanza la función. La composición escénica se completa con los vídeos creados por David Benito, que se proyectan sobre el gran ventanal. A esto hay que sumar la delicada y precisa iluminación de Carlos Marquerie y el envolvente y embriagador espacio sonoro de Lorena Álvarez y Óscar G. Villegas. Por último, hay que destacar el original y efectista vestuario creado por Cecilia Molano.



Una vez tenemos que reconocer que salimos de la obra noqueados. Un viaje que nos deja un gran puñado de imágenes fascinantes, unas interpretaciones impecables, pero al que le tenemos que dejar reposar para tomar perspectiva y analizar todo lo vivido. La poética inunda todos los montajes de Messiez y siempre deja un poso que perdura en el tiempo. En este caso ha vuelto a la investigación, a la exploración de nuevos lenguajes sobre los que construir, en una incansable exploración sobre la forma de expresarse, sobre cómo contar las cosas mucho más allá de la palabra. Sumérjanse en este viaje y déjense llevar, los gestos harán el resto.

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Teatro: Teatro Valle-Inclán. Sala Grande.
Dirección: Plaza Ana Diosdado s/n.
Fechas: Del 1 de Diciembre al 14 de Enero. De Martes a Domingo a las 20:00. 
Encuentro con el público: 11 de Enero.
Duración: 1 hora 25 minutos.
Entradas: Desde 10 € en entradasinaem

EQUIPO

Texto y dirección

Pablo Messiez

Reparto

Elena Córdoba, Manuel Egozkue, Fernanda Orazi, Nacho Sánchez y Emilio Tomé

Escenografía

Mariana Tirantte

Iluminación

Carlos Marquerie

Vestuario

Cecilia Molano

Coreografía

Elena Córdoba

Espacio sonoro

Lorena Álvarez y Óscar G. Villegas

Vídeo

David Benito

Ayudante de dirección

Alicia Calôt

Ayudante de escenografía

Paula Castellano

Ayudante de iluminación

Irene Cantero

Ayudante de vestuario

Carmen Flores

Estudiante en prácticas

Vicente Villó

Fotografía

Luz Soria

Tráiler

Bárbara Sánchez Palomero

Diseño de cartel

Equipo SOPA

Producción

Centro Dramático Nacional y Teatro Kamikaze

Con la colaboración de

Real Academia de España en Roma

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