En la Sala Verde de los Teatros del Canal sentí que me había saltado un resorte, que se me había aflojado algún muelle, que me reía con unas ganas que no conocía, como si saliera del pecho y lo hiciera retumbar todo.
¿Cómo lo han conseguido? Con una profunda sensibilidad, con muchísima ternura, con una habilidad pasmosa y con una inteligencia apabullante a la hora de contar una historia.
Con apenas unas consignas en italiano consiguieron nuestra complicidad: un piccolo intermezzo, sette generazione di clown, sono Io, funambulista, dieci metri.
Una niña se reía en las gradas y nosotros, los adultos, la buscábamos con la mirada, porque no hay nada más puro y disfrutable que escuchar a un niño reír.
Ellos son la compañía Circus Ronaldo, creada en 1996 y todo un referente a nivel internacional. Tras esta agrupación hay una tradición circense mucho más extensa que se remonta hasta mediados del siglo XIX, cuando la primera generación de esta circense familia comenzó su andadura en el mundo del circo. Ahora vemos a Danny Ronaldo y su hijo Pepjin Ronaldo, sexta y séptima generación de la estirpe, que han transformado la tradición familiar en una compañía innovadora que aúna clown con acrobacias, títeres y comedia del arte.
No sé poner el límite entre el clown y el teatro, sé que Danny y Pepijn Ronaldo no se han limitado a demostrar su habilidad haciendo acrobacias o tocando instrumentos, nos han regalado la historia de un padre y su hijo. El padre, figura internacional del circo; el hijo, joven promesa que busca su espacio, ante el mundo y ante su propio padre. El principal escollo: que su padre sea capaz de bajar las defensas y verlo.
El gran Ronaldo nos recibe en la bañera, escuchando en un magnetófono el sonido de su triunfo, los aplausos del público, recordando sus proezas, dándole a ese pasado glorioso un aire sagrado e intocable.
El hijo, con expresión bonachona, llega de visita. Intenta mostrarle a su padre trucos que ha aprendido, sin embargo, no consigue su atención. El padre está obcecado en reivindicar la importancia que tuvo, lo aclamado que fue, en decirse que esto no ha acabado. El hijo, mientras tanto, con enorme paciencia, lo ayuda, de forma imperceptible, a finalizar los trucos con éxito.
La historia puede ser la de muchos, la de un hijo que pretende ser visto y un padre al que le da miedo mirar. Ese diálogo en el que el padre en muchas ocasiones se siente en la necesidad de afirmar que sigue aquí, que existe e incluso de rivalizar. No está preparado para entender que el pasado, aunque importante, no puede dominarlo todo, porque el que se empeña en mirar todo el tiempo hacia atrás, corre el riesgo de quedarse ahí atrapado, donde nada cambia, donde nada ocurre.
Y así, tras la resistencia, los reproches y las discusiones, llegan a un espacio compartido, tocan juntos, mirándose frente a frente, en una de las escenas más emotivas. Finalmente, el padre se baja del escenario, se sienta en una butaca y grita: ¡Mio figlio! O lo que es lo mismo, lleno de orgullo dice: ¡Mi hijo!
Ojalá todos lleguemos a esos puntos de encuentro con nuestros padres, ojalá el pasado no sea un lugar en el que quedarnos, ojalá aprendamos a vernos y reconocernos con amor.
Ficha artística:
Concepto, dirección e interpretación: Danny Ronaldo y Pepijn Ronaldo
Técnicos: Dominique Pollet y Flor Huybens
Gerencia: Lesley Verbeeck
Distribución: Frans Brood Productions
Coproducción: Theater op de Markt- Dommelhof (Pelt), Miramiro (Ghent), Théatre Firmin Gémier / La Piscine – Pôle national des arts du cirque (Châtenay-Malabry)
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