Un clásico es algo que no pierde
vigencia ni envejece, porque siempre está de actualidad. Ya sea la doble moral
de los míseros humanos, sus miedos, sus pasiones…o el simple espíritu de
supervivencia. En eso no hay diferencia.
Da igual que sea en francés o castellano,
incluso que la época resulte ya lejana en el tiempo como sucede con este
enfermillo incombustible, Argán,(Juanjo Díaz Polo) amante de las lavativas y los potingues…
Nos lo ha mostrado la Fundación siglo de Oro repetidas veces. Si es un clásico
puede sonarnos su historia hoy como lo hizo ayer.
Así ha sido esta noche. Y choca
porque la medicina ha avanzado mucho en estos últimos tres siglos largos desde
que Molière compusiera la obra en el
XVII. Sin embargo, me resulta todo tan familiar, tan de aquí y ahora, a pesar
de los progresos, las terapias, los hospitales, la cirugía...La obra da una lección
renovada a médicos y enfermos, es decir, a todos, sobre la aprensividad
obsesiva e ignorante de estos y las limitaciones de aquellos con su puntito de
soberbia y frialdad en ocasiones y sin generalizar, por supuesto. Dios nos
libre.
Es maravilloso, el comentario de uno de
los personajes cuando se escandaliza porque un enfermo va al médico a
curarse...a curarse, como si eso fuera posible. Que desfachatez. A los
hospitales, si se les podía entonces llamar así, se iba a morir prácticamente
hasta bien entrado el siglo XIX. Curarse era…un milagro.
Sin ánimo de polemizar, insisto, un
repasito a las lecciones de Moliére
de vez en cuando, nos recordaría lo mucho que le queda por hacer a la ciencia
para no ser ni demasiado exigentes con ella unos ni tan prepotentes otros y, en
general, más humildes todos. Y conste que me descubro ante las proezas de la medicina
y la absoluta profesionalidad vocacional de muchos médicos, que yo conozco Pero siempre sin perder la perspectiva de nuestra finitud de la que nadie tiene
la culpa, aunque yo no sea quien, precisamente, para quejarse. En
resumidas cuentas, de aquí no se salva nadie. Del último mal no habrá cura
posible, me decía mi longeva y sabia abuela.
La versión de Manuel Benito y
Jacobo Muñoz dirigida por este último se mantiene fiel a un estilo propio ágil,
divertido, cómico, con guiños a la actualidad y recursos típicos del clown y el
efectismo cuasi cinematográfico que puede hacer reír a mayores y pequeños casi
por igual.
Empieza a ser una seña de
identidad en este grupo de actores y actrices que nos reciben en el Corral
Cervantes, o lo ha sido siempre. Me encanta que busquen hasta encontrarla esa
risa infantil, espontanea, que todos llevamos dentro, dispuesta a asomarse en
cuanto la den juego. Doy fe.
Te ríes mucho y a gusto, aprendes
y no se hace larga. Y eso a pesar de que los finales en estos clásicos son
conocidos y previsibles, como todo el mundo sabía entonces y ahora. Quizás sea
esto también parte de su encanto.
El buen hacer de la compañía deja
su impronta en detalles muy teatrales, como saber ocupar todo el espacio,
ganarse la complicidad del público, hacer que los actores sigan representando
su papel cuando no hablan sin perder protagonismo, generar focos de interés en
distintas zonas de la sala y del escenario, sólo uno pero muchos a la vez, y no dejar que
pase un momento sin que haya algún motivo de risa, de guiño, de sabiduría... de
reflexión. Unas cuantas verdades como puños se han oído esta tarde. La obra y
los actores presentan una sincronización que valoro mucho con un ritmo que va in crescendo sin romper el compás. Lo de
siempre cuando es bueno. Al teatro se viene a aprender, a pensar...y a
divertirse.
Un detalle, la historia Tisis y Billis, o
el pretendiente bobo, bobísimo, Tomás
Descompuestus (Iván Villegas) de la hija (Chantal Martín) del enfermo que genera con su presencia una
hilaridad genial y permanente. Que bien puestos los nombres, todos. O cuando
Argán, siempre en camisón, y el notario (Alex Tormo) hablan y hablan sin
escucharse mezclando sus discursos en un acto de prestidigitación
complicadísimo perfectamente enlazado. Esos cambios de ropa a toda prisa, la
coralidad general, la sencillez de lo obvio.
Una puesta en escena elemental, típica de
aquellos tiempos, pero no por ello menos estudiada hace que todo cuadre detrás y
delante del escenario. Y en el público también.
Es verdad que son personajes tipo,
parodias predeterminadas como era el teatro clásico, igual en Francia que en
España, pero resulta todo tan liviano, tan fácil que parece que no hubieran pasado más de
tres siglos desde que Moliére
escribiera el original. Moliére le da
la palabra hasta a sus críticos para sólo engolarse más, el muy cuco. Que hablen de uno, aunque sea
mal, pero que hablen.
Me ha
gustado mucho.
Esta gente sabe lo que hace y ya llevan
unas cuantas. Todos están bien. Aunque algunos charlatanes de tres al cuarto, recién
salidos del horno de las redes y de la política lleguen quizás a molestarse yo solamente puedo
decir sin que me importe...
¡Que siga la fiesta!
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Teatro: Corral Cervantes
Dirección: Palacio de Cristal, Parque Madrid Río. Paseo de la Chopera s/n.
Fechas: Del 30 de Junio al 28 de Julio. Días 5, 6, 26 y 27 de Julio a las 19:00. Días 7, 12, 13, 14, 19, 20, 21 y 28 a las 20:00.
Duración: 90 minutos.
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